por Axelpower » Lun Mar 14, 2011 7:15 pm
Estas sobradamente dentro. A pesar de que ha habido algún detalle que fallaba (los que he dicho en el topic del Fic), me ha gustado mucho la historia. Si los exámenes me dejan tiempo, acabas de ganarte un lector habitual.
Por otra parte, pasando al tema central del Clan: no sé si alguno lo leeríais, pero dije que me había presentado a un concurso de narrativa y que cuando supiera los resultados publicaría el relato. Lamentablemente no gané nada, pero espero que al menos vosotros disfrutéis el texto.
Por toda la ciudad podía sentirse el calor de la afición. En todo el estadio retumbaban los gritos de celebración. Barcelona gritaba unida, cantando una misma canción.
Habían obrado un milagro. Habían conseguido romper los límites de lo imposible. Habían logrado coronarse Campeones de Europa en tres minutos que destrozaron todos los pronósticos, que borraron todo lo establecido y que conquistaron a todo un deporte. El Manchester United se había hecho con la Champions League después de vencer al Bayern de Münich. Y disfrutando el dulce sabor de la victoria se encontraban sus seguidores, cantando aquella mágica y rítmica sonata que todos conocían por los alrededores: "Glory Glory Man United, Glory Glory Man United". Gracias al triunfo del equipo campeón, todos juntos se abrazaban sin prejuicios ni discriminación.
Y allí estaba yo, como un forofo más en medio de la multitud, intentando disfrutar el título en toda su plenitud, y buscando olvidar esa amarga realidad que realmente me preocupaba y que en ese único momento era lo único que me importaba. Porque me encontraba perdido en medio de esa metrópolis que es la enorme Barcelona, a más de trescientos kilómetros de mi casa y sin más compañía que la de una soledad que parecía tratarme con actitud burlona. Intenté poner un orden a aquel caos que mi mente quebraba, buscando la solución a aquel problema que me superaba. Puse todo mi empeño en recordar cómo logré llegar hasta allí, pero a cada segundo que pasaba el pánico se apoderaba más y más de mí.
Tras intentar en vano luchar contra el pánico que anidaba en mi interior, decidí desistir y llevarme por la emoción, recordando que me había llevado hasta esta situación.
Tras días, semanas y meses de ardua espera, llegó el día del gran partido. Con los accesorios de mi equipo vestido, observé una vez más aquella entrada que tanto esfuerzo conseguir me había costado y cuya compra tanta satisfacción me había proporcionado. Esperé a mi padre en el salón, impaciente porque asistiéramos los dos juntos a un partido que desde hacía tiempo era lo único que poblaba mi mente.
Pero el tiempo corría y mi padre no aparecía. La duda me recorría, el terror me carcomía, mi ilusión se desvanecía. Cuando la completa desesperación ya de mí se apoderaba, sonó el teléfono devolviéndome parte de esa esperanza que tanto necesitaba. Miré emocionado la pantalla, que la palabra "Papá" que tanto necesitaba oír mostraba. Lleno de júbilo respondí a la llamada, deseando llegar por fin a la utopía soñada. Pero a medida que la conversación tenía lugar, mi alegría como si de granos de arena se tratase volaba alejándose de mi camino, soplada por ese cruel viento que a veces llamamos "Destino".
"Lo siento mucho" fue lo último que pude escuchar antes de que la conversación finalizara. Me quedé mirando el teléfono, atónito, mientras me daba cuenta de lo injusto que podía ser el tiempo a veces. Pues la promesa que durante meses había nacido, crecido y vivido en mi interior, alumbrando los más oscuros y tristes momentos y recordándome que en cualquier oscuridad siempre queda un resquicio de luz, había logrado desvanecerse en los dos minutos que mi padre empleó en contarme que a mi hermano lo había atropellado una bicicleta y estaba ingresado en el hospital. No había ningún hueso roto o fragmentado, ningún músculo dañado ni ningún órgano magullado, pero el pánico inicial había provocado que lo llevaran hasta allí poseídos por la inseguridad y ahora debían esperar a que pudieran darle el alta para marcharse con total tranquilidad. Consumido por la rabia lancé el teléfono contra la pared sin piedad ni compasión, rompiéndolo en los mil pedazos en los que había quedado rota mi ilusión.
Me acerqué lentamente hasta el lugar en que el aparato había impactado y pasé lentamente mi mano por encima, sintiendo bajo mis dedos la deformación que la fuerza del impacto había provocado, y arrastrando el fino polvo que a causa del golpe la pintura había dejado. Golpeé la pared con mi desnudo puño, intentando que el sufrimiento físico superara al que sentía en mi interior para así cubrirlo y hacer desaparecer de golpe todo el dolor. Observé las gotas de sangre que a la pared se habían pegado y me desplomé sobre el sofá, sintiéndome por la impotencia completamente derrotado. Pero entonces un último atisbo de optimismo resurgió en mi apagada mente, que alertada empezó a maquinar el plan que necesitaba desesperadamente. Me metí la mano en el bolsillo y encontré allí la única posibilidad de impedir que la angustia me consumiera totalmente. La entrada para el partido, lo único que me permitía seguir aferrándome a la esperanza, se encontraba allí. Entonces, completamente sin pensar, hice lo que sólo un estúpido desesperado habría hecho en mi lugar.
Huí. Lo dejé todo atrás sólo por poder estar allí, contemplando el momento que con tanta ansia había esperado. Huí para poder cumplir mi sueño, quebrantando aquellas cadenas que con fuerza me aferraban a todo cuanto había conocido y a todo cuanto había amado, a todo cuanto había vivido y a todo cuanto había soñado. Pero después de vivir la ilusión y tocar con mis propias manos la felicidad, había llegado la hora de enfrentarme a la verdad, y dejar de arrepentirme de las decisiones que tomé con anterioridad. Volvía a enfrascarme en mis pensamientos, intentando huir de los malos presentimientos, cuando un pequeño zumbido me devolvió a la realidad.
Mi móvil vibraba en mi bolsillo una vez más, mientras el tono de llamada cantaba siguiendo el mismo compás. No me hizo falta siquiera moverme para saber que eran mis padres otra vez, que seguro que me llamaban preocupados por mi idiotez. Falto de valor, decidí no responder, aun sabiendo que tarde o temprano a las consecuencias me tendría que sobreponer.
Entonces volví en mí mismo y observé a mi alrededor. Me encontraba dentro del estadio, que la gente había vaciado para continuar la fiesta en otro lado. Hurgué en mi bolsillo hasta encontrar los auriculares, con los que esperaba lograr evadirme de la atmósfera de desesperación en la que me encontraba sumido, y así poder concentrarme en la solución que me devolviera a la vida que yo siempre había vivido.
Le di al Play cuando encontré en concreto una canción, Afterlife, de Avenged Sevenfold, en mi lista de reproducción. Las guitarras de Gates y Vengeance conseguían borrar todas las preocupaciones que en mi mente había arraigadas únicamente con su solo inicial, mientras la melódica voz de Shadows me transportaba al Edén con cada nota musical. Los sutiles acordes con los que Christ hacía su bajo sonar lograban hacerme olvidar que me encontraba perdido lejos de mi hogar, al mismo tiempo que los compases que The Rev tocaba en su batería conseguían que con la existencia de una solución pudiera al menos soñar. Me levanté entonces de mi asiento sin dejar de escuchar aquella mágica canción, escrita con frases que parecían hechas a medida para esta ocasión.
Abandoné el estadio aun abducido por la música que escuchaba, observando como la fiesta de la ciudad se apoderaba. Pero cuando a cruzar una calle me disponía, fue cuando me di cuenta del peligro que sobre mí se cernía. Un coche avanzaba hacia mí, imparable, conducido por un joven con un aspecto de borracho detestable. Esperé que frenara, pero estaba casi seguro de que en su estado ni siquiera me veía. Intenté correr, pero a causa de mis nervios mi cuerpo no respondía. Y allí me quedé, inmóvil en medio de la calzada, pensando en todo lo que había sufrido para nada. Recordé mi infancia, mi niñez, mi juventud. Pensé en la vida perdida, en los momentos que no viviría y en las repercusiones que iba a tener mi actitud. Y entonces pensé en mis padres, en su desesperanza y en su preocupada actitud. Pensé en mi madre, llamando a la policía desesperada, y en mi padre, que seguro que por toda la ciudad me buscaba. Pensé en el dolor de mis familiares, mis amigos, mis seres queridos. Recordé por última vez los momentos pasados e imaginé por última vez el futuro que había desperdiciado. Recordé e imaginé, con los ojos cerrados, mientras mi última lágrima bajaba por mi rostro apenado.
A new beginning
