I Mi lucha.
“Si los Dioses existiesen, no dejarían que esto pasase”.
Bajo los cálidos rayos de finales de otoño, avanzaba. Sus ojos se perdían ante la inmensidad, vasta e infinita, de la destrucción. A su lado aún se consumían pequeñas piras que el día se había empeñado en dejar arder. Amontonados, decrépitos y raidos, cuerpos mutilados, ennegrecidos por las llamas, consumidos por la falta de oxígeno. La ruina se alzaba, imponente, frente a él y le envolvía a cada paso que daba.
El silencio lo llenaba todo. Aterrador, desgarrador, lleno de los gritos callados de los muertos, de las ansias consumidas y desesperadas de los supervivientes, de la negrura tras los bombardeos y del impacto de las balas.
El desesperante paisaje, la muerte salvaje, las alimañas que, atraídas por la corrupción de los cuerpos, se alimentaban de los restos de carne que se repartía uniformemente por el suelo, manchado de carmín y negro, le provocaba náuseas.
La destrucción era general. Se habían encargado de no dejar vida alguna. Sólo ellos se habían salvado, sólo ellos, los elegidos, habían podido mantener la vida. Pero habían pagado un precio muy alto por ello. Y ahora, contemplando, sentado en un peñasco ruinoso, su alrededor, se preguntaba si de verdad había merecido la pena. No, estaba convencido de que no. Su lucha había terminado. Y lloraba al ver tanto horror bajo sus pies, al observar cómo la humanidad se había autodestruido hasta tal extremo por su propio egoísmo, por su propia vanidad. No, aquello no era lo que deseaba. Y ya no quería seguir vivo.
II Revolución.
“Sólo cuando pensamos en el otro como objeto somos capaces de eliminarlo sin remordimientos”.
La luna brillaba, clara y hermosa, sobre el cielo crepuscular. Como una pintura expuesta a los ojos de todos, él la contemplaba. Tan impresionante y bella… pero era el único que lo apreciaba. El mundo ya no sabía reconocer las cosas hermosas que, aún entonces, existían.
Dentro del bolsillo de su sotana, su móvil vibró. Sacó el aparato y contempló las letras brillantes que configuraban un mensaje de texto. Le estaban esperando.
Se levantó de su puesto de contemplación lunar y corrió por las sendas, aún salvajes, hasta la playa. Bajo un acantilado imponente se erigía una pequeña catedral, cuyos reflejos cristalinos se perdían en el infinito y teñían de colores y formas el mar que, en un inútil empeño, intentaba lamer sus paredes.
Entró en el edificio, manteniendo la respiración para no importunar al “Gran Ojo” que descansaba, clarividente y mágico, en el centro, colgado en su pedestal brillante. Sentados ya estaba el resto de su congregación.
- Hemos recibido noticias desde Cornwall referente a nuestros planes – la voz grave y lenta del Gran Sacerdote rompió el silencio de la improvisada reunión – Becket nos ha informado de las intenciones de Godwin para con nosotros… y las noticias no son muy buenas.
- ¡Somos los Sacerdotes! ¡No pueden tocarnos! – exclamó, indignado, el menor de los hermanos – sin nosotros el “Gran Ojo” exterminaría todo – prosiguió, ignorando que todos los ahí presentes sabían de sobras que nada de eso era cierto.
- Querido Claim, cálmate, por favor. No dejes que tu ingenuidad guíe tu mente – pidió, serenamente, el Gran Sacerdote, mientras le daba unas cariñosas palmadas en el hombro – sabemos que el gobierno nos necesita pero… ¿Hasta cuándo? No somos los únicos que podemos controlar la esencia, ya lo sabes. Tú mismo lo has comprobado, nuestras investigaciones han sido concluyentes.
- Ciertamente… - afirmó, tímido y avergonzado el joven clérigo – pero los demás lo desconocen. Y no nos permitirían hacer tal revelación pública.
- Evidentemente. Eso sería un duro golpe para todos… incluso para nosotros. Además, es peligroso. La esencia no puede ser usada sin control y si se descubre que cualquier humano posee ese don… no sé qué desgracias podrían acontecer. Y no quiero saberlo – aseguró, categórico, el Gran Sacerdote.
- Pero ellos no dejarían que nada malo pasase, ¿no? Somos sus creaciones. No permitirían que nos destruyésemos unos a otros.
- Qué ingenuo eres, pequeño Claim – comentó con cariño Sally, una de las muchas mujeres de la Congregación del Mar, pero la única que ahora permanecía reunida – Algún día, cuando crezcas, lo entenderás – y le revolvió el pelo claro mientras le dirigía una amable sonrisa que hacía que sus ojos verdes brillasen en la penumbra de la basílica.
- Tu fe es ciertamente fuerte. Y es digno de admirar. Pero cuando se saben las cosas… la perspectiva cambia. Todos solíamos ser como tú eres ahora, Claim, ¡Y míranos! Hemos tomado un camino muy diferente… Digamos que pensamos distinto de lo que se supondría de alguien como nosotros.
Poco a poco el silencio se interpuso entre los presentes, como una cortina de humo que les permitió ir disolviéndose, regresar a sus quehaceres habituales en aquellas horas nocturnas, dando por finalizada aquella extraña reunión.
Unos ojos verdes le contemplaban. Los sentía sobre sus castañas pupilas, profundos y omnipotentes. Cada vez más cercanos, cada vez más brillantes, más peligrosos.
- Tenemos que actuar. ¡Ya! – agarró fuertemente su brazo y tiró con ahínco de él tratando, en vano, de arrastrarlo hasta algún lugar. Pero con la fuerza no podría vencer la esencia que estaba empleando - ¡Déjate de trucos baratos para los que no tenemos tiempos! ¡Y guárdate la energía para más tarde, vamos a necesitarla, estoy seguro!
- No voy a ir. Ya lo dejé claro la otra vez. Y mi posición no ha cambiado, Chase. Díselo de nuevo al Gran Sacerdote si quieres. Que hable conmigo si así lo desea.
- Lo haré. Te necesitamos en esto, lo sabes. Tu esencia es especial…
- ¡Mentira! Ya me sometí a todos esos análisis. Tú también estabas. Viste los resultados… es igual al resto – y, burlándose un poco, añadió – lo que pasa es que tú eres un enclenque incapaz de dominar tu poder.
- Puede… pero, como sea, te necesitamos. Y ahora mismo le voy a decir al Gran Sacerdote que te convenza. La misión es importante… y yo te necesito a mi lado… - dijo en tono casi suplicante, mirándolo con sus ojos luminosos.
- Hablaré con el Gran Sacerdote y, si me convence, vendré – convino, un tanto cansado de toda aquella conversación. Y entonces miró dentro de aquellos ojos verdes y, perdiéndose en ellos, se dejó llevar.
Sus labios sonrosados rozaban los suyos, suspirando, llenos de ternura y amor. Tenía su cuerpo menudo y cálido entre sus brazos, subyugado, a su merced. Podría hacer cualquier cosa y él se dejaría. Sus ojos claros eran hipnóticos y nunca podía escapar de ellos. Y tampoco quería escapar.
Su voz recorrió su cuerpo como una descarga eléctrica. Sorprendido, se separó bruscamente de su compañero. Sonaba dentro de su cabeza, ecléctica, dieléctrica.
- Ven al Confesionario. Tenemos que hablar.
Y la voz se apagó, dispersándose por sus neuronas que, sorprendidas, tardaron en reaccionar.
- Lo has hecho, has hablado con él.
- Te lo dije – comentó el otro, aún jadeante, deseoso de más, con una mirada lujuriosa perdiéndose en el verde de sus pupilas.
- Me voy pues. Por cierto – se volteó para verle de nuevo con una sonrisa pícara dibujada en el rostro – has mejorado desde la última vez – y se marchó, camino al punto de encuentro.
III Elección
“Dios nos ama a todos, pero no todos amamos a Dios”.
La luna filtraba su plateada luz a través de los grandes ventanales que, firmes, resistían los envistes del furioso mar.
Situado en un lateral de la construcción, que imitaba una catedral gótica, se alzaba el Confesionario, una pequeña sala donde el Gran Sacerdote se reunía con los diferentes miembros de la Congregación para charlar.
Un poco nervioso, asomó su cabeza por la puerta. Y ahí estaba él, sentado en su sillón mullido, tranquilamente haciendo flotar una bola de metal.
- Uno de los trucos más elementales, ¿verdad? – comentó, señalando con la mirada la pequeña pelota que se agitaba, levemente, en el vacío – Y pensar que cualquier persona puede hacer esto sin necesidad de estudiar… - continuó. – Eso supondría nuestro fin, lo sabes. Y aún así… parece no importarte - comentó.
- Es verdad, no me importa – confesó sin vacilar.
- Pues debería. Tu futuro está en juego.
- El de todos lo está. Pero sigue sin interesarme. Y no, no iré – atajó el joven con cierto desdén.
- Pero convendrás conmigo en que revelar algo así sería peligroso – comentó con su voz tranquila y grave.
- Ellos saben lo que se hacen. No en vano nos gobiernan. Y hasta ahora no ha habido ningún conflicto. Ni siquiera desacuerdos. La política se mantiene estable, justa y acertada. Han hecho muchos avances, la sociedad ha mejorado tanto en tan poco tiempo… Es asombroso. No puedo dudar de gente así – afirmó muy convencido.
- Cuesta dudar de gente tan brillante y capaz. Pero no son ellos los que me preocupan, pues en ese aspecto pienso igual que tú. Son de los “otros”. De gente como Godwin – dijo con calma, tratando de convencer a su acompañante.
- Sé de sobras qué clase de persona es Godwin. No en vano pasé parte de mi juventud a su lado… Es muy convincente. E inteligente. Os va a descubrir, se va a anticipar a vuestros planes. Lo siento, pero aún no quiero morir.
- Por eso te necesitamos. Tú le conoces, es tu hermano. No te haría daño… nadie puede corromperse tanto…
- Lo dudo. Pero no iré. Además, me parece penoso lo que pretendéis de mí – y su voz se volvió profunda y amenazante, capaz de amedrentar al Gran Sacerdote.
- Tienes razón, queremos usar vuestro vínculo consanguíneo para nuestro propio provecho. Y eso está mal. Es perverso, no dudes que lo sabemos. Pero no te lo pediríamos si no fuese importante, si no hubiese otro camino… Eres nuestra única posibilidad.
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Para quien no lo sepa, este es un proyecto para la revista de literatura "No lo leas", centrado en un nuevo género, creado por uno de los redactores, llamado MagicPunk. Se trata de una apuesta literaria por mi parte, ya que no es para nada mi estilo ni es el género en el que me sienta más cómoda, pero quería innovar e intentar cosas nuevas.
Espero que el relato sea de vuestro agrado y disfrutéis la lectura.
Por descontado, podréis encontrar el relato entero (que aún está en fase de latencia) en el correspondiente número de la dicha revista.
Se agradecen todos los comentarios y, como siempre, cualquier crítica constructiva será bien recibida.
¡Muchas gracias por leer!