Fátima
Ronin escuchó con atención lo sucedido con su pupila, Lyn. Se manifestó cierto brillo en sus ojos cuando Fátima mencionó al anciano y seguidamente los cerró, entendiendo lo que había sucedido.
—Vaya, incluso con el paso de los años siguen acordándose de ella —suspiró apenado, rascándose la nuca—. Sin duda este mundo no está acostumbrado a lo que es diferente. Es una lástima, pero no puedo culpar de ello a los aldeanos. Otros mundos, otras ideologías.
>> En algunos mundos los sincorazón son un enemigo completamente nuevo, pero no por ello las primeras criaturas que atacan a los nativos. Animales salvajes, enemigos intergalácticos, monstruos marinos... y a pesar de que en este mundo existe la mag... ¡oh!
Ronin cesó y, tras un incómodo silencio entre maestro y aprendiz, siguió su camino seguido de Fátima, quien no se separaba de él en ningún momento. El Maestro agudizaba sus sentidos, su mirada era muy diferente a la habitual: más serio, más alerta. Había dejado atrás su vivaracho comportamiento para convertirse en el maestro de maestros que era.
Sin embargo, la preocupación de Fátima hacia su nueva Maestra le sacó una sonrisa.
—Sí, Fátima. Fue hace mucho tiempo —afirmó el Maestro—. Cuando la acogí como aprendiz. Puede que no lo manifieste, pero le tiene algo de pavor a este lugar.
>> Podría contarte algo más sobre lo que sucedió aquel día, pero es algo que debería contarte ella. Fui y sigo siendo su Maestro, por lo que respeto su silencio. ¿Lo entiendes, verdad?
>>> Lyn es más sensible de lo que parece. Mis ojos aún la ven como una niña. Y cuando te veo a ti, curiosa y preguntona, preocupada siempre por los demás, me recuerdas a ella en sus primeros días como aprendiz.
Ronin rió, aunque no era esa carcajada vivaracha y exagerada. Una risa cercana y llena de nostalgia. Y cierto cariño a su pupila.
—Espero que no le digas nada sobre lo que te he contado —dijo el maestro, patrullando las calles del mercado y buscando a Xefil o a Hana—. Puede que sea su maestro, pero confieso que alguna vez el temperamento de Lyn me ha hecho pensar dos veces si gastarle bromas o no.
>> De hecho, en un mundo la consideran una gran heroína.
De repente, mientras Fátima atendía a las palabras de Ronin, vio una figura entre la multitud que le llamó la atención por un juego de manos terriblemente familiar. Con una baraja de cartas, paseaba despreocupado por el mercado. Sus ojos se clavaron en ella y esbozó una sonrisa.
Andrei Saavedra.
Xefil
El aprendiz estaba enamorado. Sólo tuvo que experimentar de nuevo el poder de Diana para darse cuenta. Sin embargo, el perfume de la aprendiz seguía subiendo a su cabeza, aturdiendo su cordura por momentos.
En su corazón habitaba unos sentimientos llenos de calidez. Ante la negativa del joven, la muchacha hinchó sus mofletes, algo decepcionada.
—¿No? —preguntó, con cierta picardía en su voz— He estado esperando tanto por ti, ¿y piensas que te voy a dejar marchar?
De repente el mundo se congeló alrededor del chico. Diana, sin dar su brazo a torcer, acercó sus labios a los de Xefil, fundiéndolos con su aroma y aquel enigmático poder que encandilaba a cualquier hombre.
Puede que Ronin no tuviese la absoluta razón, después de todo.
—Yo soy a quién debes amar.
Diana aprovechó los sentimientos de Xefil. De hecho, eran más que perfectos para que el aprendiz confundiera la fantasía con la realidad. Podría controlar a voluntad al joven, aunque tuviera que suplantar su identidad. Aprovecharía la oportunidad para convertirlo en su paladín.
—Xefil, no te vuelvas a separar de mí, por favor.
Aunque tuviera que suplantar a Nadhia Hoghes.
Diana, aparte de atontar a los hombres, también era una formidable actriz. Jugaría sus cartas y se saldría con la suya.
¿O no?
El cuerpo de Xefil no contestaba a su lucha interna. Seguía de cerca a Diana, ¿o era Nadhia? No lo sabía. El caso es que ambos aparecieron de pronto en un claro del bosque, lejos de la aldea de Bella. La joven no pudo despedirse de Xefil, quien sin ser dueño de sus acciones, ignoró su llamada y siguió como un corderito a Diana.
La aprendiz, gustosa de haber capturado a un pupilo del bando contrario, bailó a lo largo del claro y volvió a acercarse a Xefil, interpretando su papel:
—Xefil, te he echado tanto de menos.
>> Dime, ¿por qué has tardado tanto? ¿Dónde has estado todos estos meses? ¿Es que acaso los maestros te han tenido ocupado?
Una batalla se estaba librando en la mente y en el corazón de Xefil.
—Cuéntame.