- Nadhia Hoghes
- Kousen Zephyr
Ubicación:
La Cité des Cloches
Cronología:
Kousen: Posterior a “Volaré, uoo, cantaré, uooooo”
Nadhia: Posterior a “La Historia Jamás Contada”
Un asteriode. Otro. Nave Sincorazón en la lejanía. Nube de polvo.
Empezaba a estar cansado de surcar el intersticio de los mundos con mi glider, hacía un buen rato que había salido de Tierra de Partida rumbo a otro mundo en el que nunca había estado. Pero según lo que me habían comentado valdría la pena la visita.
Por fin, el mundo en cuestión apareció ante mis ojos:
La Cité des Cloches o Ciudad de las Campanas, a lo que su nombre traducía. Una gran catedral se alzaba majestuosa sobre el caótico trazado de la ciudad, en mitad de una pequeña isla en mitad de un río que cruzaba la urbe de un lado a otro. Era por esta misma pieza de arquitectura que me había decidido a tomarme mi día libre para el turismo: Su estilo de construcción era maravilloso, al igual que aquellas grandes vidrieras de color y los detalles de las esculturas que vigilaban las cornisas del edificio.
Por desgracia, tendría que acercarme a pie hasta él, pues aterrizar en medio de una plaza con semejante armatoste metálico haría cundir el pánico entre los habitantes de aquel mundo. Por suerte el amanecer aún no había roto el oscuro manto de la noche, lo que me permitió tomar tierra en un rincón de aquella laberíntica ciudad. Al hacer desaparecer la armadura que cubría mi cuerpo, quedaron libres los ropajes que había obtenido para pasar desapercibido en aquel mundo, mi vestuario habitual habría destacado demasiado. Lo primero que me felicitó fue una bocanada de aire que me hizo contraer mi cara en una expresión de disgusto.
— Madre mía, ¿qué es esa peste? — me quejé.
El olor desagradable me hizo salir a toda prisa de aquel callejón y entrar a otra calle más ancha… si es que así podía considerarse. El olor no era mucho mejor, pero desde luego más respirable que el de antes.
— Desde luego les hace falta una lección de higiene en este mundo — pensé, de mala gana.
Empecé a caminar en la supuesta dirección en la cual estaba la catedral, guiado por la luz de las escasas antorchas que había en algunos lugares u otras que se movían a través de la noche, probablemente obra de algún guardia que vigilaba que no ocurriese nada en su turno. Mientras tanto, una débil luz anaranjada comenzaba a nacer en el cielo. Perdí algo de tiempo al encontrarme con callejones sin salida, o cuyo tránsito no parecía muy seguro. Finalmente decidí que tendría que preguntar a algún ciudadano según estos fuesen saliendo para llevar a cabo sus tareas. Ya con el sol a punto de aparecer en su esplendor sobre el ¿asfalto? Fueron abriéndose las puertas, asomando gentes que vestían de forma extremadamente similar, lanzando a las calles cubos de agua o simplemente estirándose.
Decidí acercarme a un hombre con un delantal blanco y que salía de lo que parecía ser una panadería.
— Perdone, ¿sería tan amable de indicarme el camino a la Catedral, por favor? — pregunté con educación.
El hombrecillo se giró en mi dirección, esforzando la vista para intentar verme en la penumbra.
— ¿Habláis vos de Nuestra Señora de París? — preguntó, a lo que asentí — Pues bien, sepa vuesa…— y de repente se calló, con su cara distorsionándose en un gesto de horror.
Salió el sol, iluminándome y cegándome al darme en plena cara, miré atrás para ver qué causaba tanto pavor.
— ¿Sucede algo? — dije con sorpresa.
El hombre empezó a hacer numerosos gestos que no comprendía, con las palabras incapaces de salir de su boca, cuya mandíbula temblaba mientras musitaba una especie de plegaria:
— In nomine dei patri… ¡U-UN DEMONIO DE LUCIFER! — exclamó de repente, señalándome.
— ¿Un qué de qué? — a cuadros me quedé, no entendía ni torta.
La gente empezó a asomar por las puertas y algunas ventanas que se abrían, otros aparecían por alguna calle. Pude ver como otros imitaban los mismos gestos que había hecho el panadero, pasando dos dedos juntos desde un hombro a otro y luego a sus frentes, susurrando cosas como “colmillos”, “bestia” o “orejas” junto a la muy repetida palabra “demonio infernal”. Entonces caí. Mis rasgos bestiales acababan de prender la mecha del pánico, lo cual atrajo a un grupo de guardias que aparecieron por la parte de arriba de la calle.
— ¡Alto ahí, engendro de Satán! — exclamó uno, con cierto temblor en la voz.
Tenía que salir de allí, y deprisita. No había tiempo para explicaciones, y tampoco es que fuesen a escucharlas.
— ¡ADIÓS, MUY BUENAS! ¡Abran paso! — exclamé, girando sobre mí mismo y saliendo de allí a escape por el lado contrario de la calle.
Para mi suerte, la poca gente que había en mi camino se apartaba de mí atemorizada. Los guardias sin embargo me seguían, podría escuchar claramente el choque del metal que llevaban encima resonando por la calle. Por suerte, el peso les ralentizaba lo suficiente para facilitar mi huida, mientras que yo contaba con mi velocidad.
Empecé a pasar de una calle a otra, girando las esquinas bruscamente con tal de perderles la pista y alejándome cada vez más de ellos, hasta que…
¡BUMP!
Girando en un cruce, me di de frente con alguien que venía corriendo en dirección contraria, cayendo ambos de espaldas al suelo. Menuda fue mi sorpresa cuando abrí los ojos, exclamando:
— ¿¡A ti también?!—