... añadiendo que mi "mascota" había sido un niño.
—En fin, no me hagas caso.—el muchacho cambió de tema, como si algo le incomodara por ella— Tandy es una monada a pesar de lo travieso que es.
>>¿Qué te parece si nos acercamos a la zona de las pinturas?
Asentí. Realmente tenía muchas ganas de explorar el interior de Nuestra Señora de París. Boquiabierta, le describía de vez en cuando al "abuelo" Kou la parte más alta de los tapices. Cuando de pronto, el peso al que acompañaba resbaló con su bastón, comiéndose el suelo. Lo peor fue cuando las llamas prendieron la capa de Kousen, y éste no se lo pensó dos veces pues se deshizo de ella y la pisó para apagar el fuego. "¡Oh, no!", exclamé en mi fuero interno. Fuimos muy descuidados:
—¡¡Es el demonio de esta mañana!!
—¡Y la que está a su lado tiene que ser la bruja!
—¡Es su familiar! ¡La desgracia se cierne sobre nuestras almas!
—¡¡Cogedlos!! ¡A la hoguera con ellos!
—¡Guardias! ¡Socorro!
Noté el agarre de la mano de Kousen, dispuesto a salir pitando de allí. Pero entonces algo le detuvo. Una gran mano asomó por el hombro de Kousen y contuve el acto reflejo de invocar su arma y ayudar a su amigo a escapar. O de gritar por ayuda a Tandy. Luego me hubiese arrepentido.
—¡Alto!— gritó el hombre. Sus ropas eran muy diferentes a las de los ciudadanos y visitantes de Notre-Dame. De un impecable blanco acorde con su plateado cabello, su traje estaba cubierto por un manto rojizo. Tuve mucha curiosidad por él, pues era la primera vez que veía... ¿eso era un sacerdote de los que tanto había leído?
—P-Pero... Padre... Se trata de un demonio y una bruj...
—Tonterías. ¿Acaso podría un ser infernal entrar en la casa de Dios?
"Notre-Dame, ¿la casa de Dios?", pensé. Me había aprendido el papel de nieta llevando a su abuelo, pero sentía curiosidad por las creencias de aquel mundo.
—Ya... pero aún así no...
La cara de mi compañero y mía no pudo tener desperdicio alguno. De pronto nos hallábamos siendo salpicados por agua.
—¿Alguna duda, hijo mío?— preguntó.
El hombre no discutió más. Se alejó de nosotros y los demás ciudadanos nos observaban, expectantes a las palabras del sacerdote. ¿Quizás él fuese la persona que la abuela gitana nos había encomendado?
—Hijos míos.— prosiguió el sacerdote —No debéis juzgar precipitadamente a una persona por su aspecto. Y vosotros deberíais saberlo mejor que nadie.
Dirigió la mirada a las alturas, hacia lo que parecía ser la entrada a uno de los campanarios de la catedral.
>> La malformación de este joven no quiere decir que sea un demonio.
Una risa estuve a punto de soltar, pero la ahogué en una improvisada tos. No, seguramente Kousen me habría escuchado, su rostro era para enmarcarlo. Si supieran qué clase de criaturas existían más allá del intersticio...
—Del mismo modo, esta jovencita no me parece en lo más mínimo una bruja. ¿Acaso habéis visto alguna que soporte el agua bendita, o exhale tal inocencia?
Noté un tanto pequeña risa floja por parte de Kousen. La comparación sí que le había hecho tomárselo con humor, a pesar de la tensión acumulada.
—Sí, padre.
—El Archidiácono es un hombre justo...
"Es él", confirmé.
—Bueno.— el hombre se giró, dirigiéndose hacia mí y Kousen — Ya les he tranquilizado, aunque me temo que la guardia de Frollo no escuchará mis palabras. Será mejor que os acojáis a sagrado, jóvenes.
—Entonces, nos gustaría acogernos a Sagrado —le pedí. El hombre asintió.
—Muchas gracias, Padre.— Kousen recogió el candelabro como pudo.
—No es nada, hijo. Es solo que mis feligreses están muy asustados por la presencia de los demonios... los verdaderos, quiero decir.
Los sentidos de Kousen y míos se activaron. Demonios, los verdaderos. No podían ser otra cosa. Así como habíamos aprendido en clases del maestro Kazuki, los sincorazón eran considerados el diablo, demonio, monstruos del más allá, etc. En miles de mundo donde existían tales creencias como la de un dios todopoderoso que velaba por la seguridad de sus "hijos". O más de uno, como era el caso (y auténtico además) de los dioses del Olimpo.
—¿Y por qué en vez de ir a por los auténticos demonios, se las gastan con gente tan humilde como los gitanos? —le pregunté, puede que con algo de arrogancia, pero me imaginaba llevar a la hoguera a niños como al pequeño pillín que nos había ayudado y se me encogía el corazón.