Para entonces, Ivan había salido nadando (corriendo) hacia el barco, escapándose por los pelos del tentáculo del kraken, y salvado a su vez por lo que haría Ragun a continuación.
Si antes estaba encolerizado por su obligado despertar, el láser de Ragun directo a su ojo no hizo más que empeorar la situación. El kraken agitó sus ocho tentáculos por encima y debajo del agua, creando corrientes marinas que zarandearon sin piedad al aprendiz, incapaz de elegir por sí mismo el rumbo de su huida.
El enorme ojo, dolorido y ahora inútil, estaba rojo y seriamente dañado. El bamboleo de tentáculos no paró en ningún momento, atrayendo y alejando a Ragun a merced de las olas. Y cuando uno de ellos le rozó, dos más acudieron a la misma zona para buscar a tientas aquel ligero contacto. El muchacho pudo vadearlos un par de veces, pero le cerraron todas sus vías de escape y uno de ellos lo alcanzó, elevándolo en el aire.
Estar por encima del nivel del mar, a unos cuantos metros de distancia y a la vista de los supervivientes humanos (por poco tiempo) del barco, eran el menor de sus problemas. Lo que de verdad preocuparía a Ragun, al que un kraken enorme estaba aprisionando con uno de sus tentáculos en una posición que lo dejaba tieso, eran las ventosas de éste que tocaban su piel.
Las ventosas, en sí, de unos siete centímetros de diámetro cada una, tenían como función la succión, para apegar la presa y que ésta no escapara. Pero, además, cada una poseía a lo largo de la circunferencia una serie de dentecillos que, como no, aprovecharon para desgarrar a su presa: Ragun. El aprendiz sintió cómo éstos trabajaban en su piel para despedazar las zonas donde tocaban, principalmente en brazos, cada vez más profundo…
Estaba atrapado. Pero, ¿falto de recursos?
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Por otro lado, Ivan encontró un agujero bajo el casco que le llevó hasta una de las bodegas del barco. La inundación había comenzado, pero tardaría un rato en que el mar se lo tragara. Por el momento, en dicha sala, no quedaba nada, sino que todo se había colado por el hueco hacia el fondo del mar.
El avance por el interior fue lento y complicado. El barco se balanceaba peligrosamente y se desmoronaba con lentitud. Prácticamente todo el interior ya estaba encharcado, pero quedaban zonas donde el agua no cubría lo suficiente para nadar. No obstante, gracias a los prácticos tentáculos de Ivan, pudo ingeniárselas para caminar por la superficie.
Al final, dio con la escotilla para acceder al exterior, metiéndose de repente en un infierno en llamas. El fuego limitaba todos sus pasos y el humo cegaba su vista. Desde allí, ni siquiera podía ver la batalla contra el kraken, salvo que se asomara por una de las barandillas más alejadas de la vela principal, el foco del calor.
Podría haber retrocedido para buscar nuevamente en zona más segura, pero había registrado la mayor parte y no había encontrado el cofre que Úrsula le había mostrado. Sólo le faltaba la cubierta superior, donde puede que se hubiese salvado algo.
Y allí encontró un humano. Estaba apartando los restos de una de las velas, que ya se habían precipitado, y se interponían en el camino entre él y… ¿un perro? Sí, uno que, además, había ido a colocarse a una de las barandillas superiores, aterrado por el fuego, sin dejar de ladrar.
―¡Salta, Max! ―gritó el hombre.
No le había visto. De hecho, no tenía tiempo para entretenerse con él, porque entre todo el caos aún intentaba hacerse camino hacia su perro. Le pedía que saltara, pero aún no estaba lo suficiente cerca como para cogerle en brazos. Si lo hacía, lo más seguro es que cayera en las llamas.
El fuego se extendía rápidamente. Trozos del navío se desprendían y colapsaban por doquier. Y entre todo el humo, que les aislaba del mundo real para sumergirles en uno peor, Ivan lo vio. El cofre. Por él había dado demasiado como para olvidar su aspecto, que Úrsula le había mostrado al dejarle visualizar la habitación original donde estaba. Era ése, sin duda. Adornado con bordes de formas curvilíneas, se dejaba entrever por un lado envuelto para regalo, allí por donde se estaba quemando poco a poco.
Estaba situado al otro extremo del barco. Tendría que rodear al hombre por la espalda y acercarse a una zona, aparentemente, de provisiones náuticas, entre cajas y barriles. También podría apreciar que estaba tirado de cualquier manera, como si alguien se hubiese desecho de él con precipitación, bien por huir para salvar la vida o por culpa de una ola que hubiese tirado al dueño al mar.
¿Qué valía más?
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