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La marcha de Tierra de Partida que todos los “traidores” habíamos hecho a Bastión Hueco había sido muy repentina, tanto que muchas cosas importantes se habían quedado atrás.
En mi caso, las llaves de la nave gumi y algunas cosillas más que habían acabado quedándose en mi antigua habitación de aquel mundo al que una vez pude llamar Hogar. Sinceramente, había tomado aquella decisión demasiado rápido, tal vez tendría que haberme quedado algo más allí, aunque fuese solo para hacer la mudanza…
No habían pasado más que un par de días desde aquello, pero era como si hubiese pasado una eternidad.
El Maestro Ryota, levantando su mano hacia nosotros, teniéndonos su mano. Desprendía poder por todos los costados, seguramente comparable a Ronin. Apostaba que un combate entre ellos acabaría en una lucha de desgaste sin un ganador claro.
Bastión Hueco disponía de una gran cantidad de cosas por lo que no tenía ninguna queja, desde una gran terraza en cada torre como amplias estancias y laberínticos pasillos en los que perderse, una gran biblioteca, gimnasio...
También teníamos una lavandería, comedor... El lugar era enorme, con decenas de pisos que aún no había llegado a explorar. La biblioteca era más pequeña que la de Tierra de Partida, pero aún así seguía siendo increíble la cantidad de libros disponibles, todos ellos accesibles, sin necesidad de tener el título de Maestro para leerlos.
Aquella libertad era algo que apreciaba, mis conocimientos habían aumentado gracias a aquello. En definitiva, Bastión Hueco era demasiado grande para tan poca gente. ¿Cuántos éramos? ¿Diez? ¿Quince habitantes como mucho? Se estaba bien así, la verdad. No llegaba a ser agobiante, como Tierra de Partida.
Me gustaba sobre todo, la hora de la comida. Cada uno se preparaba lo suyo, o nos turnabamos. Me había tocado hacer la cena, aunque claro. Siempre había alguien más que ayudaba. De todas formas, siendo tan pocos no era problema alguno cocinar un poco. Además, uno se podía concentrar en su lectura sin ser molestado. Simplemente con sentarse en una mesa un poco apartada podías sumergirte en cualquier libro ya que la gente se limitaba a comer en silencio. Era un gusto, la verdad.
Aquel día el cielo de Bastión Hueco estaba despejado, con un par de nubarrones que se podían ver a lo lejos, pero el sol brillaba con bastante fuerza mientras descendía hasta desaparecer por completo a la par que las nubes se tornaban rojas y anaranjadas. No era un paisaje tan bello como el de Villa Crepúsculo, pero no se podía decir que fuese una mala vista, sin embargo, hacía bastante frío por lo que aquel día había decidido vestir con alguna ropa de abrigo.
—En Tierra de Partida debería estar anocheciendo también —pensé —. Seguramente con lo que tarde en llegar hasta allí pase el tiempo suficiente para que no haya nadie fuera de sus habitaciones.
Aquella idea sonaba peligrosa, pero era algo que tenía que hacer, además. No pretendía mostrar hostilidad contra nadie si ellos no mostraban sus colmillos primero. Tan solo quería recuperar mis pertenencias. En mi opinión, el que estuviésemos en diferentes bandos no significaba que tuviésemos que ser necesariamente enemigos, al menos aquella era mi forma de ver las cosas.
Me levanté de la silla que había cogido en la terraza y me acerqué al balcón apoyándome en la barandilla de esta. Al parecer, iban a habilitar aquel sitio para crear una especie de copia de “El Gremio” donde poder coger misiones y similares.
Aquel que hubiese propuesto aquello había tenido una buena idea ya que a partir de cierto punto, cuando eras lo suficientemente fuerte, pasaban un poco más de ti y a parte de las Misiones Oficiales encomendadas por un Maestro poco más se hacía por lo que las misiones podían considerarse algo divertido. ¿Qué clase de misiones publicarían? Aquella duda surgía en mi cabeza y la martilleaba con fuerza. Tal vez volvería por allí en algún otro momento, cuando abriesen “El Gremio” y estuviese bien establecido.
Me puse en pie sobre la barandilla quedando al borde de una caída mortal en caso de dar un paso en falso. ¿Por qué hacia eso? Simple y llanamente porque no sentía miedo, además, Evasión Sombría podría hacer que la caída no fuese mortal en caso de que lo requiriese. Lo había comprobado el día que lograra salvar a Nadhia durante su accidentada llegada.
—Allá vamos.
Invoqué mi llave espada, que relució durante unos segundos con aquellos fragmentos de oscuridad y la lancé hacia el cielo. Allí, la espada cambió de forma entre un resplandor que mezclaba luz con Oscuridad en una especie de bruma negruzca, de allí surgió una tabla de Wind Surf que mezclaba tonos negros con azules, a juego con mi “Mundo de Origen”, Mundo Inexistente. Había intentado invocarla sin lanzarla varias veces, pero solo me había salido en dos ocasiones. La primera en Ciudad de Paso para huir de una armadura y la segunda había sido contra Wix, la que seguramente se encontraba en aquel momento en el Hall reparando el estropicio que entre Kemu, la mascota de Saxor y yo habíamos provocado con aquella plataforma.
Subí en el vehículo, lo sentía por Nyx, pero debía ir solo para hacer el menor ruido posible, además, no quería ponerle en peligro. Tierra de Partida nos veía como traidores, nos habíamos unido a los que habían liberado a los sincorazón a lo ancho y largo de la galaxia, aquellos que habían provocado la destrucción de Vergel Radiante. Era normal que nos viesen como enemigos.
Cualquiera que hubiese estado allí sabría de sobras que yo era uno de los traidores, principalmente porque yo había sido uno de los primeros en acercarse y agarrar la mano que Ryota nos había ofrecido. Muy pocos habíamos cambiado de bando. Me habría gustado que Fyk, Xefil y Nadhia hubiesen venido también, pero era cierto que ellos “pegaban” más en Tierra de Partida. No tenía nada en contra de ellos, por supuesto. Pero…
Bueno, sabía al menos que Xefil no me veía como un enemigo, con aquello me bastaba. Quizás, si le veía por allí no me importaría saludarle, aunque fuese unos instantes. A quienes no podía dejarme ver era a varias personas en concreto; Light, aquel tipo obsesionado con la Luz. Nadhia, mi mejor amiga y conociéndola intentaría hacerme volver (no hacía falta ser un genio para saber eso) Fyk, el que seguramente tendría miedo de mí y acabaría avisando al resto y… Bueno, toda Tierra de Partida. Sobre todo Ivan Kit. Apostaba que me delataría sin pestañear siquiera… A pesar de que le conocía de antes… O tal vez me equivocaba…
Tal vez algún día pudiese sacarle todo a la fuerza. Parecía ser la única manera que veía posible.
Activé la armadura mientras ascendía, justo antes de salir de la atmósfera del planeta esquivando la horda de sincorazón que rodeaba el mundo. Me guié con las estrellas para así poder situarme bien y no perderme de camino al castillo.