La dama de blanco asintió a las explicaciones que le estaba dando Niko mientras seguía con su investigación del lugar. Se acercó a la puerta que habían derribado los Soldados de antes y, sin apenas esfuerzo, la levantó y la volvió a colocar en el marco. Seguía estando rota, ya que los sincorazón habían reventado las bisagras, pero quien no se fijara en ese detalle no se percataría del engaño.
Después, se asomó por el balcón para corroborar la mención que el joven había hecho sobre Rubicante. La lluvia seguía persistiendo ahí fuera, por lo que volvió al interior de la habitación con unas cuantas gotas de agua encima.
―Se ha ido ―informó, cerrando la puerta del balcón―. Desgraciadamente, tal y como has dicho, existen personas de corazón débil que son fácilmente engañadas por criaturas ruines como Rubicante ―Niko cayó en la cuenta de que, por como hablaba la mujer de aquel tipo, ya debía conocerle de antes y sobre sus intenciones―. ¿Cuál es el precio de la supervivencia?
Era una pregunta interesante. Las personas, con el paso de los años, terminaban desarrollando un instinto de supervivencia que les impulsa a agarrarse a cualquier oportunidad que les permitiese seguir con sus vidas. El problema recaía en lo que estaba dispuesto a hacer la susodicha persona para sobrevivir, pudiendo llegar a renunciar a su humanidad.
Nikolai comprendía que se podía llegar a sacrificar algo para mantenerte a salvo pero, que otras personas inocentes tuviesen que pagar el precio de tu supervivencia lo consideraba inhumano.
Por otra parte, la recién llegada a la ciudad se puso a investigar la habitación en la que aparecieron los sincorazón. Niko la siguió, y cuando la chica terminó de inspeccionarla, se encontró en su mano libre un aparato bastante familiar.
―Déjame entrar… Déjame entrar… Déjame entrar… Déjame entrar… Déjame entrar…
Le hizo un favor a Niko acallando la repetitiva voz en cuanto apagó la grabadora. Oír tantas veces el mismo mensaje una y otra vez le sacaba de quicio. Ya había dejado entrar a suficientes personas por hoy.
―Por cierto, mi nombre es Nanashi ―mencionó, imitando al joven cuando este se había presentado―. Soy una Maestra de la llave espada, aunque te pediré que te abstengas de comentarlo por ahí. Últimamente no se nos tiene en muy alta estima en este mundo, por lo que he conseguido averiguar.
—Llave espada… —repitió—. Así que pertenece a la Orden de caballeros.
Todos los habitantes de Ciudad de Paso conocían acerca de los caballeros de la llave espada, pero como había mencionado Nanashi, no eran pocos los que les guardaban rencor. Los que llegaron a este mundo desde el antiguo Vergel Radiante (ahora conocido como Bastión Hueco) les repudian por transformar su viejo hogar en su base de operaciones. Y como olvidar el incidente de la plaga de sincorazón que causaron algunos caballeros del otro bando existente.
Nikolai hizo el gesto de “cerrar la cremallera” de su boca ante la petición de la Maestra de que fuese discreto con el tema. La Orden había cometido errores, pero como bien decía su padre: Errar es humano. Él mismo había sido imprudente aceptando la petición de Paco de seguirle hasta el hotel, y no era tan desagradecido como para ignorar a quien le había librado de una posible muerte.
—He venido para ver con mis propios ojos los estragos causados en este mundo. Tenemos que intervenir ―declaró Nanashi―. Este hotel no parecía habitado, pero tampoco completamente abandonado, por eso vine a echar un vistazo. Si la historia que relatas es cierta y ha habido otras víctimas, apenas han dejado huellas de su presencia… o las han borrado concienzudamente.
—Si es por pruebas, quizás le interese esto —el joven le ofreció a la maestra el cuaderno de dibujos que se había llevado después del ataque—. Me lo encontré dentro del baúl de la habitación. Pertenece… —Niko calló, la mano por la nuca—. Pertenecía a una niña que vivía en mi vecindario. Oí al tipo que me había traído aquí mencionar a una niña entre las personas que afirmaba haber traído al hotel.
—En cualquier caso, eres uno de aquellos que no respetan las normas ni de salir, ni de dejar entrar a nadie, ¿eh?―Nanashi enarcó una ceja, a lo que Niko respondió con una falsa sonrisa―. Este lugar es peligroso. Te llevaré a casa, si me indicas dónde está.
Nikolai no vio impedimento para rechazar la oferta de la mujer. Con todo el embrollo que se había formado, se había olvidado por completo de su madre, y prefería dar señales de vida antes de preocuparla mas. Como gesto de caballerosidad, abrió la puerta del pasillo e invitó a la maestra a que saliese primero.
El muchacho le indicaría a Nanashi el camino hacia su casa del Distrito 1, aunque también aprovecharía para explicar la razón de por qué acabo en el hotel:
—Señorita Nanashi… —comenzó, pero ladeó la cabeza antes de proseguir—. No, mejor Maestra Nanashi. Mi padre siempre me decía que es preferible dirigirse a las personas por su título. Ya se que he actuado de manera imprudente viniendo hasta aquí, pero… lo hice con el fin de averiguar que le está sucediendo a este mundo.
>>Han cambiado muchas cosas por aquí con la aparición de esos individuos y la implantación del toque de queda. La gente permanece clausurada en sus casas, creyendo que esta situación terminará pronto, pero cuanto mas tiempo pasa, mayor es la desconfianza.
>>A diferencia de mis padres, he nacido y crecido en Ciudad de Paso. En un mundo que tiene por labor acoger a aquellos que han perdido sus hogares y les ofrece otra oportunidad para comenzar de nuevo. Pero todo ha cambiado: Las calles de la ciudad ya no acogen a quien lo necesita.
>>Ciudad de Paso se ha convertido en un mundo que ha perdido el equilibrio, pero ¿Sabe? —Nikolai se llevó la mano al mentón—. Mi padre me dijo que la función de su Orden era preservar el equilibrio entre mundos. Parece una labor tediosa, y más aun cuando los habitantes de por aquí no se lo ponen tan fácil, pero me alegra saber que, pese a las adversidades, alguien se preocupa de este mundo.