Bastión HuecoLa treta de Ban habría colado sin duda entre muchas personas de Bastión Hueco. Pero no en Diana. Se limitó a encogerse de hombros.
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Pues averiguaré por mí misma quién es el impertinente. ―Tenía formas mucho más eficaces con toda la población masculina que habitaba en el castillo―.
Si es lo único que se os ocurre, largaos. Ya os he dicho que el dinero no es problema y el favor de una novata no es muy útil. En medio de una guerra, sois los primeros que caéis.Las formas para persuadirla de los aprendices habían sido buenas, pero ninguna había calado en la malhumorada aprendiza. Les echó sin compasión, esperando a que apareciera otro comprador de última hora o asumiendo que tendría que quedárselas de recuerdo.
Dos entradas… y ningún acompañante.
Ajenos al dato, Ban y Gata tuvieron que conformarse con la amistosa tarjeta de identificación que les había conseguido Daichi. Aquella noche les tocaría trabajar, con el fin de penetrar en el lugar donde llevarían a cabo esa misteriosa misión.
Tierra de PartidaLlegaron a las nueve menos cuarto.
Aterrizaron a las afueras del enorme edificio, en un bosquecillo cercano que los podría ocultar. Al franquear la valla, observarían el ancho edificio amarillo que era la ópera, el cual habrían visto ya desde las alturas. En el jardín había algunos asistentes que se habían parado a intercambiar saludos con algún conocido, pero todos se dirigían con prisa a la entrada.
Si no habían visitado nunca un mundo como Ciudad Disney o Ciudad de Paso, se asombrarían de las criaturas antropomórficas que lo habitaban. Eran humanas y, al mismo tiempo, pertenecían a razas diferentes con características animalescas. Parecido al caso de Fyk. Aun así, no destacaron, por lo que debían estar acostumbrados a los humanos (pese a que no hubiera ninguno a la vista).
Había varias puertas, pero todas estaban valladas por una cinta de terciopelo roja salvo una, la central, donde dos mosqueteros perrunos hacían guardia y revisaban las entradas. Ya desde la distancia miraron a Bavol con desconfianza.
En cuanto se acercaran y entregaran las suyas, uno de ellos, asentiría, conforme:
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Espero que disfruten del espectáculo, señores ―se dirigió a ellos con formalidad―.
Su seguridad estará garantizada gracias a nuestra estricta vigilancia.El otro, en cambio, se volvió hacia Bavol y fue directo al grano:
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Disculpe, señor, pero no puedo permitirle entrar con esa prendas. Si necesita un vestidor, encontrará uno a la vuelta de la esquina, a su derecha.Y así Bavol se quedó fuera. Al menos hasta que se cambiara. Ya podía berrear o tratar de luchar contra ellos, que no le harían caso, porque no iba «adecuado para la reunión social». Tendría que seguir sus indicaciones hasta una puerta en el lateral del edificio, donde encontraría a otro mosquetero que le enseñaría algunos trajes de gala más acordes con el evento, extrañado porque no se hubiese traído las suyas de casa (y de que le permitieran cambiarse allí, aunque como era un niño se hacía la vista gorda). Estas prendas estaban raídas y viejas, puesto que habían pertenecido a obras o asistentes que se las habían dejado olvidadas, pero si no había llevado nada más era lo único a mano.
Una vez estuviese correctamente arreglado, los mosqueteros se harían a un lado para dejarle entrar. Los demás podían esperarle o pasar antes sin él.
La entrada del teatro era enorme, llena de gruesas columnas y exquisitas alfombras, pese a la sobriedad de más elementos decorativos (y su tono amarillo parecía dorado con la luz). Frente a ellos, había una ancha escalera que llevaba a pisos superiores; y a cada lado de ella, dos más pequeñas para bajar a uno inferior. De su izquierda les llegaba el rumor de una orquesta, pero había tanta gente alrededor de ellos para observarlos en directo que ninguno fue capaz de ver ni un instrumento.
Además, la sala estaba atestada. Lo primero que les llamaría la atención es que, aparte de los invitados por aquí y por allá (como en el exterior), había algunos camareros que pasaban entre ellos con las bandejas a rebosar de aperitivos y bebidas, que volaban y se reponían con rapidez. Ya tenían su compensación por la cena perdida.
No llevaban ni un minuto dentro cuando una especie de oso con una envidiable barba blanca subió algunos peldaños de la escalinata, llamó la atención de los invitados dando unas palmas y se aclaró la voz.
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Damas y caballeros. Gracias por asistir hoy. En breve, abriremos las puertas para que os acomodéis en vuestros palcos y butacas. Disfrutad mientras tanto de nuestro aperitivo, por favor. Recordad que no se puede pasar comida a la sala. Tendremos otro rato de degustación y manjares variados, escogidos por el mismísimo Director, al finalizar la obra.Bajó de nuevo los escalones, perdiéndose entre la multitud, y las conversaciones se reanudaron.
Frente a una puerta cerrada a la derecha, había un tipo vestido extravagantemente (¡y con boina!, qué injusticia para Bavol, ¿por qué a él no le habían obligado a cambiarse?), rodeado de mujeres, a quien el grupo le oyó murmurar algo sobre un escrito que redactaría acerca de la belleza de sus cuerpos. El corrillo al completo se rio.
Y escondidas tras una columna muy cerca de la entrada, dos amigas con voz de pito charlaban animadamente. Una era una cerdita con vestido de lunares y guantes, zapatos y sombrero azulados, a la que el conjunto le sentaba… como a una cerda. La otra, en cambio, era una pájara de muy buen ver (si eras pájaro) sobre cuyas plumas grisáceas llevaba un vestido rosado.
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¡Que sea el amor, tía, que sea el amor! ¡Quiero que un amorcito lindo aparezca en una carroza y me colme de regalos! ―imploraba la cerdita.
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¿Cómo puedes pensar solo en eso, Soizic? Venimos a ver arte, ¡a ver la ópera más aclamada de todos los tiempos! ¿Logrará una guerra separar a los amados? ¿Regresará Draco de ella? ¿Seguirá el corazón de María intacto? Estoy a escasas horas de saberlo. ¡Las plumas se me ponen de punta únicamente al pensar que estoy aquí! Doy gracias a que tu padre consiguiera las últimas entradas.―
Jiji, sí, tía, ya sabes que tiene contactos. Contactos importantes. Papi puede comprarlo todo ―probablemente eso no incluía a Diana.
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Además ―continuó, ignorando a la amiga―,
me he enterado de un bombazo. ¿Sabes que la princesa y su consejera vinieron a verla y…?―
¿Y…? ¿¡Y…!?―
¡¡Lloraron!! ¡Ambas lloraron! ¡Imagina qué cruel historia debe haber detrás de esa puerta para hacer derramar lágrimas a una dulce princesa!―
¡Ooooh! Prometo que no voy a llorar, Lucile. ¡Lo prometo! Si ves lágrimas caer por estos bellos ojos, ¡serán de felicidad, tía!―
Hay más. Mucho, mucho más ―Lucile se frotó las alas―.
Comentan que está habiendo desapariciones…―
¡Qué me dices!―
¡Shh! ―le tapó la boca para acallarla―.
Nadie debe enterarse. Si no, cancelarán la obra y nos quedaremos sin verla. Es responsabilidad del director solucionarlo.―
Eres tan atenta, tía. Siempre te enteras de todo lo que ocurre ―la alabó.
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Esa es mi labor ―soltó una risita.
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Sí, sí, tienes razón, en todo. No seremos nadie si no logramos ver esta ópera, ¡todas las damas se burlarían de nosotras, y no tendríamos tema de conversación con la princesa! ―argumentó la cerdita.
Aprovechó que un camarero pasaba cerca y estiró los dedos para coger de un puñado un montón de panecillos con atún, que devoró… como una cerda.
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¡Qué delicia! No han escatimado en gastos gastrointestinales…―
Se dice «gastronómicos».―
… ¡con esto ya se han ganado mi corazón! ―continuó sin prestarle atención, algo que parecía ser común entre ambas.
Y continuaron su charla sobre cuál de sus dos cocineros era el que hacía comidas más ricas.
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¿Habéis venido también obligados por vuestros papás?Al darse la vuelta, Fyk y Bavol (los únicos a los que se dirigió) comprobarían quién era su asaltante: una perrita, de más o menos su edad, vestida de rosa y con carita inocente (de esas de las que nunca te puedes fiar).
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Los adultos son un rollo ―continuó la niña―.
Mi nombre es Augustine. ¿Cuáles son los vuestros? ―asintió a cualquiera que fuera su respuesta―.
Parece que somos los únicos niños que asistirán. Qué aburrido ―se quejó, decepcionada.
»
¿Queréis jugar un ratito antes de que empiece este muermo? ¡Porfa! ¡Sé un juego divertidísimo! ―juntó la cabeza con las suyas, como si compartieran un secreto―.
Observad.Se acercó a una mujer que estaba de espaldas, hablando sin parar con un tipo que parecía hastiado de su charla. En ese momento, pasaba por al lado uno de los camareros y, aprovechando, la mujer extendió un brazo para cogerle uno de los aperitivos. Más rápida, Augustine se adelantó y retiró (desde debajo de la bandeja) todos los que había.
Ni el camarero ni la mujer se dieron cuenta de nada, pero cuando ella tanteó por toda la bandeja sin encontrar nada y él pasó de largo sin inmutarse, ajeno a lo que había ocurrido, la señora le puso pucheros, enfadada con el sirviente que se paseaba por ahí sin nada.
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No valoran lo que tienen ―reflexionó, observando su botín―.
Se lo merecen ―e hizo un gesto de tirárselo a la mujer por detrás, pero en el último momento se arrepintió y volvió con los chicos.
»
Está bien, mamá ya me ha enseñado que la comida no se debe desperdiciar ―Augustine recitó la lección con orgullo, mientras se comía uno de los panecillos con jamón. Sujetaba el resto en un hueco que había hecho con la falda del vestido, el cuál comenzaba a mancharse por toda la comida que se desplazaba amontonada―.
¡Os toca! ¿Quién quiere empezar? Si hacéis algo mejor, os contaré un secreto ―prometió.
Parecía desesperada por obtener un poco de diversión, y guardar al mismo tiempo las formalidades.
Bastión HuecoLlegaron pasadas las ocho y media, con un pelín de retraso.
Puesto que iban apurados de tiempo y en el jardín no había justo nadie en ese momento, aterrizaron frente al teatro, un ancho edificio amarillo que era la ópera, el cual habrían visto ya desde las alturas. Algunos pocos asistentes comenzaban a llegar, encaminándose a la puerta principal, aunque ninguno les había visto saltar desde el cielo.
Si no habían visitado nunca un mundo como Ciudad Disney o Ciudad de Paso, se asombrarían de las criaturas antropomórficas que lo habitaban. Eran humanas y, al mismo tiempo, pertenecían a razas diferentes con características animalescas. Aun así no destacaron, por lo que debían estar acostumbrados a los humanos (pese a que no hubiera ninguno a la vista).
Había varias puertas, pero todas estaban valladas por una cinta de terciopelo roja salvo una, la central, donde dos mosqueteros perrunos hacían guardia y revisaban las entradas. En su caso, lo que tendrían que enseñar eran sus tarjetas de identificación, ante las cuales asentirían al reconocerlas. Estaban avisados de su llegada.
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Os están esperando. Colgad vuestra tarjeta de identificación sobre la ropa e id a ver al Director. Le reconoceréis fácilmente: es un tipo muy «plat» ―él y sus compañeros soltaron una risita. Parecía un chiste privado. Siguió con su tono informal―.
Vuestra seguridad estará garantizada gracias a nuestra vigilancia.Una vez dentro, efectivamente, le reconocieron enseguida.
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¡Qué desastre, plat! ¡Qué desastre, Boris, plat!Los dos hombres/animales se hallaban en una esquina, a la derecha, «cuchicheando». Y lo pongo con comillas porque se les escuchaba por toda la sala, que se hallaba aún vacía. A su izquierda estaban montando una orquesta, afinando los instrumentos, aunque todavía no se habían puesto a tocar.
El que se quejaba era un mono con un galante esmoquin negro, que adornaba con un sombrerito ridículo para su cabezón. El otro, en cambio, era una especie de oso con barba blanca, vestido con chaleco, camisa y bombachos, algo vago puesto que no se había equipado con más accesorios.
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¿Quieres un plátano para relajarte, Toni? ―le ofreció el oso.
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¡Que no quiero un plátano, plat! ¡Estamos en una crisis, plat! ―cambió de parecer en cuanto Boris se sacó uno a escondidas de debajo del chaleco―.
Bueno, solo uno, plat, ¡pero chiquitito! ―lo cogió con ansia y empezó a quitarle la piel―.
Todo va de mal en peor, plat, ¡ya me parecía raro que estuvieran saliendo tan bien estas últimas semanas de representaciones, plat! Primero, desaparecieron los extras, plat; luego, los camareros, plat. ¿Qué será lo siguiente, plat? ¿¡Los plátanos, plat!? ¡Y encima el inigualable y archiconocido como el mejor crítico del mundo, Lionel, tenía que venir hoy, plat! ―los pelos se le iban erizando más y más del estrés―.
Como nos ponga una mala nota, dará igual la recaudación que hayamos conseguido, plat, ¡nadie asistirá de nuevo a nuestras obras, plat! ¡Si alguien no soluciona esto YA, juro que cometeré una locura, plat!Iba a llevarse el primer bocado del plátano cuando vio a Ban y Gata plantados en la puerta.
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¡¡Son ellos, plat!! ―chilló, entre emocionado e histérico, a punto de empotrar el plátano contra el chaleco de su acompañante―.
¡Tráelos, plat! ¡¡Tráelos YA, plat!!Su compañero suspiró y le dejó comiendo el plátano (o más bien devorándolo) para dirigirse hacia Ban y Gata. Cuando llegó a su lado, tranquilamente les indicó:
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¿Sois los extras que pedimos, verdad? Acompañadme, por favor, y os explicaremos vuestras funciones.
Regresó al lado del mono, quien había conseguido triturar el plátano a tiempo, pero aún lo tenía atascado en la boca para tragar. La gente comenzaba a entrar, por lo que el corrillo bajó el volumen para que su conversación se perdiera entre la recién empezada banda sonora.
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Mi nombre es Boris y soy el Vicedirector. Este es Toni, el Director de la obra «María y Draco».―
¡«Fe Ciem uaf», fagugo, zlaf! ―dijo con la boca llena.
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¡«The Dream Oath», tarugo, plat! ―tradujo.
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Cefís fe zazte fe Flozvadof, fe fan ziso, zlaf. Cefos felilo eszras folfe zos felfa celsozal, ¡fe zodo, zlaf! Flomelemos fagagos cien, zlaf, zimflemenfe ceguiz fas inztrucciozes fe Bolis, zlaf. ¡Eztaléiz ali fonfe oz nececifen, zlaf! ¡Y alola nececifamoz camalelos, zlaf!―
Venís de parte de Trovador, me han dicho, plat. Hemos pedido extras porque nos falta personal, ¡de todo, plat! Prometemos pagaros bien, plat, simplemente seguid las instrucciones de Boris, plat. ¡Estaréis allí donde os necesiten, plat! ¡Y ahora necesitamos camareros, plat!―
¡Cállate, Boris, plat! ―Toni tragó finalmente la comida.
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¡Cállate, Boris, plat!―
¡Pero no te calles ahora, plat! ―se exasperó el director―.
¡Ordénales que sirvan, plat! ¡Necesitamos camareros YA, plat! ¡Y que alguien le lleve algo al crítico y le haga la pelota, plat! Otro… Otro plátano más, plat…El director les dejó solos, escabulléndose a la cocina en busca de su manjar privado.
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Como ya ha dicho Toni ―continuó Boris, con una parsimonia enormemente contrastada con el estrés de su superior―
lo que ahora mismo necesitamos son camareros que sirvan los aperitivo en esta recepción. Entraréis como extras en el tercer acto, no hace falta que acudáis al backstage hasta el segundo para que os vistamos y os dé unas pocas instrucciones ―sí que daba libertad el tipo―.
Seréis testigos de un combate a muerte. Eso no necesita mucha preparación. Solo espero que no tengáis miedo escénico. Sería el detonante para que Toni se retirara a pasar sus últimos días entre plátanos y yo me convirtiese en Director.»
Director… ―se le pusieron los ojos vidriosos de imaginar su cada vez más alcanzable sueño.
Cuando terminó su ensoñación particular, les pidió que acudieran a la cocina, que se pusieran un delantal para tapar sus ropas de calle o trajes y que se distribuyeran entre los invitados para satisfacer a todos cuantos pudieran. Les señaló a regañadientes al crítico Lionel que había mencionado Boris, un tipo rodeado de damas al otro lado de la sala (y eso que acababa de llegar):
Dejó caer que no hacía falta que se acercaran a él, que seguramente ya estuviese servido, y se marchó a sus propios asuntos.
A partir de ese momento, se dieron cuenta de que nadie les supervisaba… por el momento. Podían continuar con su papel de trabajadores y seguir las instrucciones o escaquearse para librarse del engorro (con la posibilidad de que les pillaran).
En cualquier caso, si decidían seguir las instrucciones que les habían dado, se encaminarían a la cocina, la puerta que estaba a la izquierda nada más entrar, tras subir unos pocos escalones (no la escalinata). En ella, encontrarían delantales y pajaritas para ponerse encima, y a unos cuantos camareros que preparaban las bandejas… atiborrándose de las delicias que estaban a punto de servir. Ponían un aperitivo con una mano, mientras comían uno diferente con la otra.
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Es ahora o nunca ―comentaba uno de ellos―.
Después, nos tendrán como malditos esclavos toda la noche, para servir y preparar el menú final. ¡Puede que incluso de extras como las cosas se pongan peor, diablos!Les invitaron a unirse a su «banquete», y cuando hubieron finalizado (o más bien, cuando el Director entró en la cocina, en busca del tercer plátano de la noche), salieron en fila para servir a los invitados.
Llevaban unos minutos dando vueltas por toda la sala, bien de camareros o escabulléndose, cuando el Vicedirector subió algunos peldaños de la escalinata, llamó la atención de los invitados dando unas palmas y se aclaró la voz:
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Damas y caballeros. Gracias por asistir hoy. En breve, abriremos las puertas para que os acomodéis en vuestros palcos y butacas. Disfrutad mientras tanto de nuestro aperitivo, por favor. Recordad que no se puede pasar comida a la sala. Tendremos otro rato de degustación y manjares variados, escogidos por el mismísimo Director, al finalizar la obra.Al finalizar, el Vicedirector bajó hasta el pisito inferior, por las escaleras que había a los laterales de la grande, perdiéndose de la vista de todo el mundo.
Después de un rato más largo, haciendo lo que quién sabe Dios qué, una vaquita se acercó con aparentes intenciones a Ban, alzando mucho las cejas e increíblemente seductora.
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¡Te pillé, mozo! ―le rodeó con los brazos por los hombros. Sin embargo, inmediatamente le soltó, aunque dejó una mano sobre su hombro―.
¿Qué hace un rico bombón como tú aquí… y cómo no te he visto antes? ―de llevar una bandeja, la vaquita le cogería de ella una copa de vino; si no, tomaría una de un camarero cercano―.
¿Cómo no nos hemos encontrado en esta dulce senda que es la vida, lalalala? ―terminó tarareando con una potente voz.
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Oh, sí, nuestras especies nos distancian ―se acercó mucho a él, hasta casi rozarle con la nariz―.
¿Qué te trae por aquí… humano?Bebió de la copa, pasando la lengua por los labios en un gesto que podía ser tan repugnante como atractivo, según desde qué ojos se viesen. Luego, rio como una vacaburra.
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¿Bailas conmigo?- Ninguno de los dos bandos os cruzáis. Hay demasiada gente y por el momento no os veis (lo digo para evitar confusiones).
- Mi consejo es que aprovechéis esta ronda para interactuar con los NPC’s que queráis, el ambiente y moveros como más os apetezca. Del post, escucháis todas las conversaciones que querías (los de TdP, exceptuando la inicial con el Vice y el Director de BH).
- Bavol, paga el traje.
Fecha límite: 24 de agosto.