—¡Vamos, Albert! ¡Demuéstrales de lo que eres capaz!
—¡Ten cuidado, las sombras no dejan de aparecer!
Por orden de Fátima, Miguel se unió a Albert contra los sincorazón. El joven sastre ya estaba bastante cansado, las sombras no paraban de emanar de la oscuridad de Sparrow, y no estaba muy versado todavía en el combate. Consiguió con éxito realizar un tajo lateral a una de las criaturas y hacerla desaparecer. Aunque la Llave Espada pesaba demasiado y dudaba que pudiera aguantar más.
«¿Cuándo van a dejar de aparecer?»
Desvió levemente la mirada para fijarse en sus compañeros. Fátima había conseguido golpear a Sparrow con un hechizo de agua y liberó a Bavol de la presa la oscuridad de la maldición. Xefil estaba cerca de Jack y estaban a punto de hacerse con la vaina. Pero no tuvo tiempo de distraerse por más tiempo, las sombras seguían acosándolos.
—¡Miguel, cuidado a tu espalda! —Albert apuntó a un sincorazón que se acercaba a su espalda y conjuró un hechizo de Hielo. Tras congelarlo le asestaría un golpe para romper el cristal y hacerlo desasperecer.
Mientras peleaba con las sombras, Tulio esquivaba los ataques mientras buscaba un arma con la que defenderse. Albert se aproximó, pesadamente, hasta él, intentado apartar algunas de las criaturas que rodeaban. Conjuró de nuevo tres hechizos de hielo, congelando a las sombras.
—¡Rápido, coge un arma! ¡No voy a poder aguantar mucho más!
De pronto las sombras dejaron de hacer acto de presencia y nuevamente volvió a fijarse en sus compañeros. Albert quedó completamente impresionado ante lo que estaba viendo. Ante ellos un había un fantasma, sobre el cuerpo de Sparrow.
«No estará...»
—Hernán Cortés... —dijo Nanashi.
El fantasma de Cortés tenía una presencia imponente. A pesar de su demacrado aspecto, en él se podía ver una fuerza única, una chispa de ambición y aventura. El fantasma fue dirigiendo una mirada a todos los presentes, deteniéndose en Bavol. Luego se dirigió a Xefil:
—Me has liberado, muchacho, te doy las gracias.
Luego recogió su espada y se dirigió a hacia Fátima, haciendo un gesto de entrega:
—Toma mi espada, mujer, tu magia podrá protegerla. Yo, Hernán Cortés, marqués del Valle de Oaxaca, gobernador y capitán general de la Nueva España, te concedo el honor de custodiarla hasta el día del Juicio.
Albert no pudo evitar sonreír. Por fin habían conseguido la espada maldita y podrían regresar a casa con ella. Pero se olvidó de que Nanashi todavía estaba allí.
—No te atrevas a dársela, espíritu, no voy a permitirlo.
—Está hecho, mujer, no puedes tocarla.—dijo el fantasma de Cortés a la maestra de Bastión Hueco.
Cuando Nanashi empezó a caminar, el fantasma se disolvió y volvió su vista hacia Fátima, levantando su Llave Espada, con la intención de atacarla con algún hechizo. Antes de que nadie puediese actuar, un disparo resonó por toda la cueva y Nanashi empezó a sangrar por la herida de la bala.
El disparo había surgido de su lado y al girarse, vio como Tulio apuntaba con una pistola a Nanashi. Seguramente la habría encontrado entre los tesoros de la gruta.
«Bien, Tulio»
—Tú...
Tulio se preparaba para disparar de nuevo si Nanashi hacía otro movimiento, pero está abrió un portal y desapareció en su interior.
—¡Eh!—gritó Tulio—. ¡Joder, ¿adónde ha ido?!
—Se ha ido lejos, muy lejos.
—¿Se ha acabado?
—Supongo... —Tulio se acercó a Jack y le tomó el pulso—. Está vivo...
—Menos mal que está bien.
—Bueno, ¿y ahora qué?
—Supongo que tendremos que salir de aquí de una vez, ¿no?
—Sí, salgamos ya de esta maldita cueva.
—Lo primero de todo es, ¿hay alguien herido? Creo que me queda algo de magia para curar heridas superficiales
—Yo estoy bien… ¿pero el capitán estará bien?
—Yo puedo aguantar un poco más —dijo Albert, apoyado en Miguel, que le estaba ayudando a no derrumbarse de cansancio.
Fueron avanzado al exterior de la gruta, y tras un rato Fátima, les dio alcance. Tenía que hablar con Tulio y Miguel sobre la espada.
—Lo primero de todo es, ¿hay alguien herido? Creo que me queda algo de magia para curar heridas superficiales Tulio, Miguel. Sé que el capitán quería esta espada, pero ya habéis visto lo peligrosa que es. Nosotros… tenemos la capacidad de impedir que vuelva a hacer daño a nadie. Pero tenemos que llevárnosla muy lejos. Además, parece que… gracias a Cortés puedo tocarla sin que me afecte y por lo que dijo, no va a permitir que otra persona la guarde. ¿Tenéis algo en contra? Creo que este tesoro es mucho más útil que una espada maldita…[/color]
Albert no les conocía de mucho, pero estaba seguro de que aquellos dos hombres aceptarían el trato de Fátima.
—Sea como sea, aquí no podemos hacer nada. Os acompañaremos a la costa.
«Por fin lo hemos conseguido»
Mientras salían, Bavol le hizo una señal de aprobación. Albert movió la cabeza como gesto para responderle. También se encontraba cansado y muy derrotado por el interminable combate.
Fátima se acercó hasta él.
—Era tu primera misión, ¿verdad? Lo has hecho muy bien.
—Gracias —dijo, con una sonrisa cansada—. Sí, ha sido mi primera misión… No pensé que fuera a pasar todo esto. Espero que esta espada no vuelva a ser un problema.
Ya quedaba poco para llegar a la costa y Albert le pidió a Miguel que ayudara a cargar a Sparrow. Ya se sentía un poco mejor y podía seguir avanzando solo.
Albert se quedó un poco atrás del resto del grupo. Seguía dándole vueltas al poder de la espada y si podría volver a despertarse y qué busca Nanashi de él. Temía el conflicto entre los dos bandos de la Llave Espada, pero, por ahora, habían ganado una batalla.
En la costa, Fátima se despidió de Tulio y Miguel:
—Aquí nos despedimos. No es seguro llevar la espada en un barco y no sé si al capitán Vander nos echaría de una patada. Ha sido un placer conoceros. Saludad a los capitanes de nuestra parte. Ojalá volvamos a vernos.
—Cuidaos mucho y evitad más tesoros envueltos maldiciones.
Tras despedirse, se internaron en la selva e invocaron sus armaduras y gliders y alzaron el vuelo para regresar a Tierra de Partida.
Seguramente este viaje no era más que el principio de la guerra entre los bandos, pero mucho más no podían hacer que dejar la espada a salvo en Tierra de Partida.
Al regresar, recordó que debía hablar con Fátima de un encargo importante, algo que Malik le había pedido.
—Fátima, ¿recuerdas el encargo que me pidió Malik? Cuando puedas debería venir a mi habitación y hablaremos de los detalles, estoy seguro de que te gustarán algunas de las cosas que tengo pensadas.
Se dirigió a su habitación, tenía muchas cosas en las que pensar y recuperarse de la dura misión.