—Preocúpate más por ti mismo, merluzo —replicó dándole un capón al aprendiz que por poco le arranca la cabeza. Ronin rechazó el éter y obligó a Hiro a que se lo tomase él—. ¡No me subestimes por ser un viejo!
Aunque en realidad sí que estaba herido. Ambos aprendices habían podido ver cuando era tragado por el dragón como la presión del agua de su interior le dañaba los tímpanos provocando que se desmayase, lo sorprendente era que pudiese moverse con total tranquilidad.
Tras eso, el aprendiz contó lo sucedido con el General Li. El rostro del Maestro se cubrió con una sombra de tristeza, pero no lloró, clavó sus ojos en la gruta que tenía en silencio, un silencio que duró un minuto completo.
—Así es la vida de los guerreros, Hiro —contestó tratando de dejar sus sentimientos en un segundo plano. Colocó una mano sobre el hombro del pelirrojo con firmeza y clavó su único ojo en uno de los de él—. Los compañeros vienen y van. Todos los que dedicamos nuestra vida a la lucha perdemos a compañeros o nuestras propias vidas. Es el destino que todos afrontamos y no tenemos más remedio que soportarlo y seguir hacia el frente.
Por otro lado, Kousen y Rebecca también tenían su propia conversación.
—S-sí, bueno... Estoy m-mejor ahora que tomé el Elixir, ¿ves? —señaló con timidez el lugar donde había estado su herida, ahora solo había un montón de sangre seca. Kousen relató lo sucedido sobre la espada y el colgante robado—. Y-ya veo... Es una pena... Ronin le tenía mucho aprecio al General Li. Quizás ese colgante lo cogiese como un trofeo para mostrárselo a los Hunos, supongo que es mucho más discreto que llevar el cuerpo entero.
Ninguno de los Maestros se dio cuenta de que tras ellos Enkidu les seguía con la lengua hacia fuera totalmente feliz de estar allí sin darse cuenta del peligro que corría.
Al final, llegaron a la salida de la gruta, tuvieron que salir por una especie de pasadizo secreto tras un tapiz del templo. En aquel momento estaba completamente vacío a simple vista, pero escuchaban de primera mano los gritos de la guerra. Ya había empezado, y probablemente no iba a ser un escenario muy bueno para ellos.
En ese momento, cinco Hunos surgieron desde un escondite con sus armas en ristre para atacar, todos corrieron hacia Ronin, que era el que estaba más adelantado del grupo. Como respuesta, el Maestro materializó su Llave Espada y clavó su arma en el suelo. Justo bajo los pies de los cinco guerreros surgió un chorro de fuego similar a una erupción volcánica que destrozó a los cinco a la vez. No tuvieron tiempo ni para gritar y tampoco quedaron restos de sus cuerpos, solo un montículo de ceniza.
—Tendréis que acostumbraros a hacer ésto, es nuestra vida lo que está en juego. Si dudamos moriremos, somos un equipo, recordad eso —recomendó Ronin mucho más serio de lo usual—. Los Chinos están en inferioridad contra los Hunos, nosotros iremos a apoyarles. ¡A la carga!
Y con un enorme grito el Maestro se adelantó hacia el frente, para salir del templo.
Fuera había tanta gente que era difícil saber quien era aliado o enemigo, además de que era un total caos. No solo los Chinos eran menos, estaban siendo eliminados poco a poco gracias a las poderosas armas que tenían.
En cuanto salieron del templo y avanzaron tras el rastro que Ronin y Rebecca dejaban de cadáveres un grupo de Hunos rodearon a Hiro y a Kousen, eran pocos. Pero tendrían que deshacerse de ellos solos ya que Ronin y Rebecca también estaban ocupados contra otros Hunos (a los que derrotaban con tremenda facilidad)
Los Hunos que atacaban a Hiro eran solo 3, un arquero cuyo arco se cargaba con flechas normales, pero que se rodeaban de energía ígnea, un espadachín con una espada de filo invisible (aunque el mango podía verse) y un enorme hombre con una guadaña que brillaba con un aura verde.
Los tres se miraron entre sí con una sonrisita, aunque al espadachín poco le duró pues Enkidu se abalanzó contra su pierna desgarrándola con gran fuerza para defender a sus compañeros.
—¡Hijo de puta! —rugió agitando su pierna para apartar al sincorazón.
Los dos aprendices podían ver como enormes estacas de hielo surgían al otro lado del campo de batalla tiñéndose de rojo al empañar a los Hunos. Entre el gentío podrían llegar a vislumbrar a Fátima y a Kairi junto a Gilgamesh, Shiva, Rei, Feng y Mulán, aunque no podrían alcanzarles.
Pero aquello no era lo que debían atender, pues el hombre de la guadaña cerca estuvo de cortarle la cabeza a Kousen. La guadaña desprendía un olor nauseabundo, aunque era complicado decir que era (seguramente un ácido o veneno). Por la cuenta que les traía sería mejor tener cuidado con él.
Fátima y Kairi
—Shan Yu estará en el templo con Andrei planeando su próximo movimiento para entrar en la ciudad imperial y matar al emperador —respondió Rei a Fátima.
Una visión casi traumática se presentó ante el grupo de Mulán tras avanzar un buen trecho. La nieve era una alfombra roja de cuerpos inértes, algunas caras les resultarían muy familiares. Había tanto Hunos como Chinos por todo el lugar, y más adelante, en el amplio campo de batalla había cientos y cientos de soldados peleando con ferocidad.
—Debemos abrirnos paso y acabar con su vida —comentó Rei—. Andrei no le permitiría luchar en primera línea como le gustaría, es un chico listo. Sabe que si él muere los Hunos perderían, aunque es un guerrero muy fuerte sigue siendo mortal. Matarle significará que la moral de su ejército se irá al garete y los Chinos conseguirán una gran ventaja.
—Pues acabemos con él de una vez —respondió Mulán muy segura de lo que implicaban sus palabras.
Así pues, todos se metieron en el campo de batalla, juntos no tuvieron problema alguno ya que Gilgamesh peleaba con una gran destreza y con sus seis espadas (una por mano) era muy difícil que se acercasen siquiera a herirle. Por otro lado Shiva usaba su poder para acabar con cualquiera que se acercase, no solo utilizando invocaciones de lobos, también enormes estacas de hielo que empalaban sin piedad a sus víctimas. No tardaron en alcanzar el templo, aunque también verían a varias caras conocidas: Kousen y Hiro enfrentándose a tres Hunos a los cuales acabaron derrotanto. Podían ir a por ellos para pedirles que les acompañasen a dentro del templo o ir al interior de éste sin más, aunque tal vez fuese mejor tener más aliados. No sabían la clase de peligros que les aguardaba en el templo pero si entraban debían saber que debían estar preparados para lo que pudiese haber dentro.