―No, no lo es en absoluto. ―Respondí cuando me comentó que no era tan complicado marcar los pasos
Quedé hipnotizada entonces con mi propia danza, en el centro de la pista. No presté atención a nada más, sino a Nikolai, en ese momento mi pareja de baile, y al ritmo de la canción que se estaba tocando. Movía los pies sin pensarlo, simplemente dejándome llevar, absorta. Inevitablemente me sentí como una auténtica princesa en un cuento de fantasía; sonreí sincera. Pero entonces choqué ridículamente con una mujer e hice esfuerzos por no caerme yo al suelo detrás de ella, procurando no pisarme el vestido avergonzada por semejante falta.
Si una palabra me definía en ese momento, era ridícula. Roja como un tomate la miré de mala gana y le susurré a mi pareja de baile, criticandola e intentando evitar las miradas que me tendrían que estar dedicando el resto de invitados, y ni quería pensar en aquellas niñas mimadas, que se tendrían que estar riendo de mí con todas sus ganas. Su respuesta sin embargo me dejó fuera de lugar. Al menos esperaba que me hiciese caso o me diese la razón, pero Nikolai se decantó por decir que esas cosas pasaban y él se dio muchos golpes con los muebles de su casa.
Todavía ahogada en mí misma por la vergüenza, seguí a mi compañero intentando aparentar seguridad y clase en mi persona, ignorando los comentarios que pudiesen venir de los demás. Al menos éste había reaccionado rápido, ayudándome de algún modo. Y cuando mencionó que me lo estaba pasando en grande… El color rojo de mi cara no hizo más que aumentar, porque era cierto, había estado fantaseando yo sola mientras bailaba.
―Supongo que hay cosas que no se pueden evitar, ¿me equivoco? ―Y reí, entusiasmada por la situación
Seguí con la vista a Nikolai, intimidada de pronto por el porte que empezaba a emanar de él. Era innegable que era bastante patosa con la danza, a diferencia suya. Pero estaba muy contenta por haberlo conocido: a un chico cualquiera de un mundo cualquiera, de todos los mundos que existían en el universo, y quitando los infortunados comentarios que decía de vez en cuando, sabía bien cómo moverse. ¿Había sido acaso el destino?
Por supuesto, la sola idea de llevar una amistad, o lo que fuese, con Nikolai era remotamente imposible. Y fue al cruzar de nuevo la mirada con él cuando sentí una punzada de calor y vergüenza en mi rostro. ¡Yo, Saeko, roja como un tomate en un baile por un desconocido! Ni me reconocía.
―S-sí, claro ―accedí a su propuesta de continuar, sorprendida porque me hubiese dirigido la palabra e intentando serenarme―. Eres el experto aquí, cualquier cosa qu-
Pero un grito de terror me puso el vello de punta, alertándome de inmediato. Alcé la vista sorprendida por la muchedumbre que empezaba a aglomerarse en un rincón del salón, y cuando me quise dar cuenta distinguí numerosos Sincorazón en la enorme lámpara que colgaba del techo.
Desquiciada conmigo misma, con los Sincorazón y con mi noche perfecta arruinada, me encontré con que Nikolai me pidió esperar y se adentró en la multitud para combatir a aquellas cosas, supuse por las clases de esgrima de las que había fardado tanto en el recibidor del castillo, ¿aunque con qué arma pretendía hacerlo?
―¡No…! ―grité asustada y extendiendo mi brazo izquierdo hacia él, intentando agarrarlo en vano y sabiendo lo que iba a pasar; sabiendo que iba a perder la vida― No vayas… ―susurré, ahogada en desesperación
Pero qué demonios, yo misma era una Portadora, y lo iba a proteger a él por encima que a cualquier otra persona en ese salón de baile, estaba clarísimo. Que en ese momento, en el que por cierto me fijaba mejor, ya no quedaba tanta gente rondando porque todos habían salido despavoridos dándome algún que otro empujón.
Las tres Gárgolas de la lámpara se alzaron en el aire y las Sombras cayeron, una de ellas intentando atacarme. La evadí por los pelos todavía atemorizada por la idea de perder a Nikolai, y recibiendo un zarpazo en la zona inferior de mi vestido. Me encontraba encogida en mí misma, protegiendo mi cuerpo con mis brazos indefensos.
Fruncí el ceño y recordé quién era: aprendiza de la maestra Ariasu y Portadora de la Llave Espada; una guerrera sin igual, no una inocente damisela que no sabía bailar. Me sequé rápidamente las pocas lágrimas que me habían salido por la idea de perder a Nikolai, y me coloqué en posición defensiva, dispuesta a invocar mi Llave Espada, pero cuando me quise dar cuenta…
Abrí los ojos como platos incrédula, negándome a aceptar la realidad, pues Nikolai en ese momento estaba empuñando el arma legendaria. Apreté los dientes, sin creer que… Aquel chico fuese un caballero de la Llave Espada como yo. ¿¡Y si era de Tierra de Partida!? Estaba segura de que lo era, porque no veía capaz a un chico como lo era Nikolai, de seguir los ideales de Bastión Hueco. En ese momento solo quise llorar, y cuando me di cuenta, me encontraba rodeada de Sombras.
Pero era incapaz de moverme, odiando con todas mis fuerzas el destino, o lo que fuese aquello que marcaba nuestras vidas.