—
¡Ays, Jeanne, estoy nadando, estoy nadando!El pequeño gitano pataleaba y golpeaba el agua con sus delgadas manos, feliz por haberlo conseguido… Más o menos. Cierto era que el flotador hacía la mayor parte del trabajo, pero no quise quitarle la ilusión. Además, no podía negar que verlo contento me alegraba a mí también.
Le salpiqué un poco con el agua salada mientras sonreía. Al fin y al cabo, aquel había sido un bonito día, olvidando la “tiranía” del capitán. Lo habíamos pasado bien, y eso era lo que importaba. Junto a Bavol, yo misma sentía que volvía a tener once años.
—
Sí, ya sólo hace falta un poco de práctica y seré el mejor nadador del mundo —anunció, orgulloso de sí mismo.
—
Por supuesto, capitán —reí ante su seguridad.
—
Has hecho un buen trabajo, grumete —continuó—.
Creo que debo darte tu recompensa. Te perdono tu motín si no lo vuelves a repetir y te asciendo a contramaestre del Odisea I.Realicé un saludo militar en señal de conformidad, sin borrar mi sonrisa. Aquel chico, a su manera, era encantador. Un poco cabezota, quizás, pero con su inocencia se hacía querer.
No parecía querer salir del agua, así que tras un rato nadando salí a la playa y me senté en el muelle, dejando colgar las piernas, mientras lo observaba. Una vez la brisa (algo más fresca, se iba haciendo tarde) me secó, me vestí de nuevo. Me quedé oteando el horizonte, enfrascada en la belleza del crepúsculo, hasta que el niño decidió salir. Tendría las manos como garbanzos, me dije.
—
Uff, tengo toda la ropa empapada. Tendremos que cambiarnos cuando volvamos a Tierra de Partida —Asentí—.
Venga, vamos a buscar un lugar bueno para irnos de aquí con el Glider. Creo que no pasará nada si dejamos nada el bote aquí.Afirmé con la cabeza de nuevo, y me levanté. Seguí a Bavol a través de la idílica isla, observándolo todo antes de abandonarla. No era capaz de imaginarme cómo sería vivir en un lugar así, tan soleado y alegre. Incluso parecía un escenario fantástico, más propio de los libros que de la realidad.
Una vez encontramos un sitio lo bastante oculto, Bavol y yo invocamos nuestras armaduras y Gliders. Mientras asía la barra, preparada para marchar, oí al gitano decir:
—
Eh, grumete, ¿qué te ha parecido nuestra aventura? ¿Crees que soy un buen capitán?Debido a la máscara, él no pudo verla, pero mi sonrisa era amplia.
—
Estoy segura que se narrarán leyendas sobre tus andanzas, Capitán Bavol.Y, tras decir esto, despegué, rumbo a Tierra de Partida.