Saeko decidió no inmiscuirse en problemas ajenos, por lo que retrocedió, pero optó por quedarse mirando y chocó con alguien, que emitió un quejido.
Una chica pequeñita, rubia, pálida y con los ojos enrojecidos por las lágrimas. No parecía superar los catorce o quince años y, por sus ropas, era pobre. Estaba aterrorizada. Retrocedió farfullando una disculpa y clavó la mirada en la gitana, extendiendo una mano hacia ella con preocupación.
Pero la apartó y se echó a un lado, sin dejar de temblar, cuando llegaron los soldados.
—Muy bien, ¿de dónde has sacado todo esto, gitana?—preguntó el soldado más alto y de largos bigotes caídos.
Esta levantó la mirada con rabia, apretando el gorro con las monedas que había logrado recoger contra su pecho.
—Me los he ganado, para que os enteréis
—Los gitanos no ganan dinero —respondió, intentando arrancarle el gorro.
—¡Lo roban! —añadió su compañero, más bajo y robusto, cerrando una mano de acero sobre un brazo de la chica.
—Vosotros sí que sabéis sobre robar.
—Revoltosa, ¿eh?
—Quizá te vendría bien un día en la picota…
Ésta de pronto dio una patada contra la mandíbula del más alto, con una flexibilidad impresionante. Al instante, la cabra se arrojó contra la entrepierna del otro y la muchacha se libró de su agarre, saliendo disparada por la calle sin mirar atrás.
—¡Que no escape!
—¡Vuelve aquí!
Salieron tras ella. La muchacha rubia se llevó las manos a la cara, tambaleándose y dijo con un hilillo de voz:
—Oh, Esmeralda… T-tengo que hacer algo…
Pero no se movió. Estaba demasiado asustada. Es más, su mirada se dirigió, titubeante, hacia las monedas que todavía yacían desperdigadas por el suelo.
Saeko tenía varios caminos; el que había seguido la gitana, perseguida por los soldados, continuar hacia la Plaza, volver sobre sus pasos o tirar hacia alguna calle que fuera hacia la derecha. Hacia el Palacio de Justicia, aunque ella no lo supiera. También podía hablar con la chica, por supuesto, que parecía a apunto de desmayarse.
Saito
—Si en algún momento te molesta mi presencia no tienes más que decírmelo y me iré .Yo soy Saito, ¿y tú eres?...
—Febo—sonrió de lado, teniéndole una mano enguantada para estrechársela—. Y este es Aquiles. No te le acerques por detrás. Le gusta sentarse sobre la gente—le confió, ampliando su sonrisa, claramente socarrona, por lo que Saito no podría saber si se estaba burlando de él… O no.
El caballo bufó y sacudió la cola.
—Dices que hace mucho tiempo que no venías por aquí, pero al contrario que yo, no has venido a ver el Festival de los Bufones, ¿no?
—¿Así que por eso la ciudad está a punto de reventar?—Chasqueó la lengua—. Tiene sentido. Me gustaba venir de niño. Pero no, no he venido a eso.
—¿Entonces para que necesitas llegar al Palacio de Justicia?
Febo arqueó una ceja y lo miró por el rabillo del ojo, acariciándose la perilla.
—Eres un muchacho un poco cotilla, ¿no te parece?—constató. Por suerte para Saito, no parecía enfadado porque quisiera meter las narices en sus asuntos—. He venido de las guerras porque el juez Frollo ha requerido mi presencia. No sé mucho más. Y tampoco es que me apetezca demasiado—gruñó—. Hay muchas cosas que podría estar haciendo en la frontera, ¿por qué me…?
—¡Detenedla! ¡Que alguien la pare!
—Vaya, vaya.
Si miraba hacia delante, Saito vería a una muchacha doblar la calle corriendo lo más rápido que le permitían las piernas. Apretaba un gorro contra su pecho y la acompañaba una… ¿una cabra? Tras ella venían dos soldados vestidos de negro, robustos y pesados por culpa de la armadura. Sin embargo, debían de haberle hecho daño, porque la joven presionaba la mano contra un costado, como si le doliera al correr. Era, sin lugar a dudas, por su vestimenta y su piel, una gitana. Saito podría imaginárselo ya que no había visto a nadie más así.
Febo volvió a acariciarse la barbilla, meditabundo. La joven llegó a la altura de ambos y los sobrepasó. En ese momento, el hombre dio un tirón a su caballo, que se cruzó en el camino de uno de los soldados. Éste rebotó con brusquedad y cayó cuan largo era.
—Aquiles, ¡sentado!
Y el caballo, como si se tratara de un perro, obedeció y dejó caer sus posaderas sobre el soldado, que soltó un grito de sorpresa y dolor. El otro, el más grueso, sin embargo, consiguió esquivar a Aquiles y continuó corriendo tras la gitana.
Quedaba en manos de Saito qué hacer. ¿Detenerle? ¿Dejarle ir y ayudar a Febo? Aunque quizás no necesitaba ayuda pero era la primera persona con la que había conseguido hablar, ¿no?
Hana
―Sí, mi daga.
—Ooooh, ¿una daga? ¿Y qué hace una señorita con una daga?—respondió el chico, burlón—. ¿Cortar patatas?
―La necesito para cortarle el cuello a Frollo.
Aquello dejó mudo al joven, que se quedó mirándola con los ojos abiertos de par en par. Trató de contestar, pero no le salieron las palabras.
―¿Qué? ¿Vas a impedírmelo? ―Hana extendió una mano, exigente.
Tras un momento más de indecisión, el chico soltó una carcajada.
—¡No está mal! Un bonito farol. ¿Por qué ibas a querer matar a Frollo? Es más, ¿cómo pretendes hacerlo? ¿En pleno Festival, cuando está rodeado por todos su soldados? —Con todo, dio un par de pasos hacia ella, claramente interesado—. Creía que todos vosotros erais lo suficientes cobardes y nos odiabais lo bastante como para aplaudirle cada vez que decide quemar a uno de nosotros.—Su cara era una mueca de rabia que controlaba a duras penas—. Así que, ¿por qué ibas a arriesgar tu vida? ¿Eh?
Estaba enfadado. Había tocado una fibra sensible. Sin embargo, el chico no la había atacado. Tampoco se había ido. Estaba en una especie de limbo, quizás esperando a escuchar las palabras correctas. Lo que estaba claro era que odiaba a Frollo y a los parisinos que apartaban la vista.
¿Quizás podría darle información jugosa si conseguía ganarse su confianza?
Gata
—No, no quería ir contigo.
Ryota se permitió una sonrisa
—¿Qué son los gitanos?
—Aquí dicen que son una raza diferente. Una cultura itinerante cerrada al exterior con sus propias costumbres que no se corresponden con las urbanas.—El Maestro se encogió de hombros—.En el fondo sólo son una de las tantas minorías. Lo que pasa es que destacan sobre las demás.
—¿Has venido por ellos a pesar de estar…?
El Maestro suspiró.
—No me encuentro tan mal, por eso no debes preocuparte. No físicamente, al menos—añadió en voz baja, más para sí mismo que para Gata. Carraspeó y dijo—: No he venido por los gitanos. Ellos son vuestro trabajo. Eso significa que también son el mío… pero no ahora mismo. Debe existir un equilibrio entre los mundos, pero eso no significa que la gente ignorante pueda matar a inocentes porque no tenemos suficiente fuerza para evitar el descontrol de los Sincorazón.—Calló un momento—. Yo he venido por otro problema. No sé qué podría suceder si tengo razón, la verdad.
Entonces llegó Frollo y Ryota se interrumpió.
—¿Y es que tú no puedes hacerlo o simplemente quieres encontrar una excusa para alejarme?
Gata se fue antes de poder recibir una respuesta, por lo que no vio la sonrisa divertida del Maestro.
Gata consiguió colarse en el Palacio de Justicia sin problemas. Aparte de ser ágil y rápida, sin duda ningún soldado esperaba que alguien quisiera entrar a aquel lugar… por propia voluntad. La muchacha se coló por una ventana entreabierta y se encontró en lo que parecía ser un pequeño archivo, pequeño y oscuro. La puerta estaba abierta y el pasillo de piedra que había al otro lado estaba vacío. ¿O no?
Se escuchaban unas voces acercándose, acompañadas de pasos. Casi antes de que Gata pudiera parpadear, por el fondo del pasillo apareció el juez Frollo, escoltado por dos soldados.
—… festival ridículo y despreciable. Su majestad estará en peligro y no podemos permitir que se encuentre tan cerca de la plebe. Pero ya que su hermana ha insistido, debemos doblar la seguridad. Estad preparados para cualquier ataque. El rey estará muy expuesto, siendo est… Ingenuo como es. ¿Entendido?
—Sí, señor. ¿Y usted? No podemos llenar la plaza de tropas, el pueblo protestaría y…
—He hecho venir a un hombre capaz para asegurarse de mi protección, o eso espero. El último capitán de la guardia…—Frollo meneó la cabeza, con los labios apretados en un gesto despectivo.
El hombre se detuvo un instante frente a una puerta cercana a donde se encontraba Gata, mirándola con el ceño fruncido. Los soldados se pusieron nerviosos.
—¿Sucede algo?
—No… Juraría que…—Frollo extendió una mano de pálidos dedos largos hacia el pomo de la puerta. Pero, en el último segundo, la retiró y se la frotó. Se quedó unos segundos mirando la entrada con intensidad, antes de continuar con su camino.
Nadie vio a Gata y sus voces se alejaron. Antes de que la muchacha pudiera salir, la puerta frente a la que el juez se había detenido chirrió y se abrió con lentitud, dejando a la vista una figura muy alta… Y siniestra. Con pasos ligeros, a pesar de la extravagante armadura que recubría su cuerpo, salió portando una larga lanza. ¿Y qué eran esos cuernos?
Desprendía un aura siniestra. Oscura. Fría. Peligrosa.
El hombre sonrió para sí mismo y se encaminó por donde Frollo había venido.
¿Qué haría Gata?
Fecha límite: domingo 22 de febrero. Se amplían las fechas para que no haya problemas con el global~