Di una patada a la entrada del castillo, abriéndola de un portazo. Me tambaleaba de un lado a otro, ligeramente borracha, tras una entretenida noche con mi bro en Port Royal. Habíamos salido a celebrar el éxito de una misión reciente y las horas se nos habían echado encima, aunque ¿qué más daba cuando una estaba de fiesta?
Yo desde luego que me lo había pasado muy bien. No era de salir a beber mucho, pero si había que hacerlo pues se hacía, demonios.
Si Nanashi me veía se iba a enfadar. Pero ¡qué demonios! ¡Tenía que darle las gracias por todo! ¡Me tomó de Necrópolis de las Llaves Espada, me aceptó bajo su manto y protección sin esperar nada a cambio de mí y soportaba mis entrenamientos mientras demostraba ser una inepta de la magia!
Así que me lancé con paso rápido, casi cayéndome de cabeza a la fuente, para gritar con las dos manos a modo de altavoces:
—¡Eeeh! ¡Bastión Hueco! ¡Gracias por aseptarme a mí y a mi hermano! ¡Es...! —un hipo me interrumpió, dejándome cara de tonta por un segundo. Agité la cabeza para despejarme—. ¡Es el mejor bro del mundo! ¡Vamos a selebrarlo!
Saqué mi teléfono móvil y desconecté los cascos. Puse el volumen de los altavoces a tope y lo coloqué junto a la fuente, dejando que sonara la canción que había puesto: una mierda de canción de una mierda de película, pero que por algún absurdo motivo lograba siempre que me pusiera a bailar como... Como una gilipollas. Las cosas como son.
—Party time! Rapty time!
Bueno, puede que fuese algo más que ligeramente borracha.