Después de que Nicoxa introdujera el vale en la máquina, la vidente no se hizo de rogar: expulsó una tarjetita donde la aprendiza podía leer la siguiente predicción:
«Veo el futuro, no el pasado ni el presente, so boba».
Sin embargo, unos segundos después, dejó caer otra, que llevaba un mensaje ligeramente más amable:
«Está bien, ahí va: vuestro objetivo le pegará un puñetazo a tu compañera si no consigue un colirio antes. Deséala suerte».
Más tarde, de camino todos juntos a la Casa de las Riñas, cuando Ettore escuchó la voz, Maya y Nicoxa le preguntaron acerca de esta. El chico pareció confuso, aunque intentó concentrarse para entender las palabras.
―
Está cantando. Una mujer. Habla de la alegría de volver al hogar ―explicó vagamente―.
Dice cosas muy raras que no comprendo ―reconoció.
Y ya no habló más del tema, pues llegaron a la Casa de las Riñas y tuvieron que dividirse. Aunque antes de hacerlo, Ettore, muy directo, le dijo a Maya:
―
Me han dicho antes que el premio es un collar. Si es de chica, te lo regalaré y luego iremos al circo ―prometió, en referencia a la anterior petición de la niña.
Luego, Nicoxa se quedó con el burro y entró detrás de Maya a la zona de apostadores, donde nadie le puso ninguna pega sobre el animal. Por otro lado, Ettore y Freya fueron a los vestuarios.
~~~Freya comprobó que en los vestuarios había poca gente. La mayoría eran niños de menor estatura que ella, pegando puñetazos o patadas al aire para calentar. De hecho, Ettore la ignoró y, una vez inscrito con el comentarista, se puso a hacer ejercicios similares.
Después de despachar al chico, el comentarista, que era un niño mucho más pequeño que todos los allí reunidos, con un bombín gracioso que le tapaba los ojos, se giró hacia Freya para preguntarle por su nombre y poder registrarla. Al parecer, habían cambiado las reglas hacía pocos minutos e iban a ir entrando de uno en uno para pelear contra un solo chico.
―
¡Todo vale! ―le explicó, con voz chillona―.
Pega, muerde, araña y patea. ¡Pero nada de armas! ¡El público quiere acción! Tú haz lo que puedas. Tu contrincante ya lleva veinte bajas. Si nadie lo abate en una hora, se queda con el premio: ¡el collar! ―señaló a una vitrina que había al fondo―.
Quien acabe con él, ocupa su lugar y así hasta que nadie quiera enfrentarse al vencedor. Creo que eres la última que va a registrarse. Nadie quiere luchar contra él después de ver los demás combates. ¡Los últimos que quedáis sois los ilusos! ―rio.
Si Freya tenía alguna duda, se quedaría para solucionársela rápidamente. Sin embargo, el niño tenía prisa por salir otra vez al ring y anunciar la lista de los últimos participantes de la Riña. Puesto que era la última, tendría que hacer tiempo mientras tanto.
Podía aprovechar el tiempo para varias tareas: calentar (tan hábilmente como el resto de sus compañeros), observar el collar o cotillear los combates.
Al acercarse al premio, comprobaría varias cosas. En primer lugar, los rumores tenían razón: brillaba. Debía de ser algo mágico, claro, porque por lo demás parecía normal. El letrero decía explícitamente: «Collar Prisa». Por otro lado, se daría cuenta de que nadie lo estaba vigilando. Lo único que la separaba del collar era el cristal de la vitrina. Ni siquiera el resto de la sala se había acercado a echarle un vistazo, porque nadie estaba allí por el trofeo, sino por la pelea. Y seguramente ni se molestaran en investigar el robo.
Y por supuesto, la opción más tentadora sería la de espiar los combates previos al suyo. De hecho, Ettore ya había descorrido por un lado la cortina que les separaba del ring para mirar. Si Freya se mostraba interesada, se apartaría para dejarle un hueco y mirar juntos. Nadie les regañaría, porque, ¡todo vale!
En la otra parte de la carpa, Maya y Nicoxa se toparon con el niño que estaba registrando las apuestas. Este hizo amago de explicarles uno por uno la información de la que disponía sobre los luchadores, pero al ver que tenían muy claro sus apuestas, se calló y apuntó las cifras. Solo atendió la petición personal de Maya:
―No sé mucho de él, acaba de entrar. Pero el comentarista me pasará pronto la información. Te la apuntaré y te la llevaré cuando la tenga.
Después, les indicó que pusieran donde quisieran. El espacio era amplio, pero ya estaba abarrotado por un montón de niños que se aglomeraban alrededor de un cuadrilátero algo elevado, lo suficiente como para que hubiera alguno que necesitara ponerse sobre los hombros de otro para ver bien (Maya necesitaría estar como mínimo de puntillas). Y tras ellas, entraban más, por lo que más les valía que se anclaran en algún sitio lo más próximo posible al ring. Y de paso dar unos cuantos codazos para acercarse y ver algo. Porque ya había alguien subido.
Se trataba de un chico joven, mayor a la media del parque, de cabello largo y castaño. Tenía un par de magulladuras y cortes en la cara, por haber estado luchando antes, pero nada más. Estaba acuclillado a un lado del cuadrilátero, de espaldas al público, y parecía aburrido. Si Maya o Nicoxa se acercaban, podrían hablar con él. Al fin y al cabo, ambas le conocían, ya fuera de vista o de oídas.
Freya probablemente le reconociera más fácilmente, ya que ambos habían convivido durante más tiempo en el mismo castillo, aunque la aprendiza no hubiese hablado nunca con él.
Unos minutos después, el chico se hizo paso entre la multitud (era tan pequeño que podía escurrirse entre ellos) para llegar hasta Maya y entregarle una hoja doblada, donde figuraba la información que le había pedido sobre Ettore:
Ettore. 1’53 cms. Peso 39 kg. Más o menos. Tiene una hermana, Bianca, que ha intentado robar el premio antes (la han llevado a un tal Sr. Giorgio para recibir un castigo). Él no lo sabe. Se ha criado en la calle: sabe puñetazos y patadas, pero no parece saber técnicas avanzadas, ni ejecutar prácticas como meter los dedos en la nariz o presionar los ojos.
No servía de mucho en términos de lucha.
El niño se quedó un momento más para saber si Maya o Nicoxa querían más información de alguno de los participantes. Sin embargo, ahora tenía un precio: tendrían que pagar mil platines por la información de cada luchador. Y no había regateo posible, porque los combates estaban a punto de empezar, las apuestas se habían cerrado y el niño no iba a ganar más beneficios por dárselo o no. En cuanto finalizara el «negocio», volvería a su sitio para gestionar las apuestas.
De hecho, en ese momento, salió el comentarista de los vestuarios, entró al cuadrilátero y anunció:
―
¡Bienvenidos de nuevo, visitantes! No os voy a aburrir con uno de esos discursos tontos de los mayores. Empecemos con la última ronda de peleas de la Riña y ¡que gane el que dé más mamporros!Enarbolando una lista donde había ido apuntando a los participantes, llamó al primero, que salió con actitud rabiosa de los vestuarios. Debía de conocer el protocolo, porque se posicionó rápido en la esquina contraria a la del aprendiz y esperó. El árbitro se apresuró a ponerse en una tabla fuera del ring, se sacó un mini-gong del bolsillo y le dio un puñetazo, con el que dio inicio a la lucha y, de paso, se le puso la mano roja.
Fue breve. Muy, muy breve. El primer chico se lanzó para intentar pegarle un puñetazo, pero ni siquiera llegó. En algún momento se hizo un lío de pies y se estampó de morros contra el suelo. Al intentar incorporarse, el aprendiz le golpeó con una patada en la cara que lo dejó K.O. Y, cómo no, el público lo ovacionó.
La siguiente lucha fue similar. En este caso, al sonar otra vez el gong, el rival del aprendiz intentó moverse, pero no pudo, como si sus piernas se hubieran quedado clavadas en el suelo. Este se acercó para golpearle directamente y, cuando cayó al ring inconsciente, sus piernas volvían a estar libres. El próximo que le sustituyó se quedó prácticamente dormido al comienzo y tuvieron que sacarle a rastras.
El comentarista estaba extasiado con los resultados.
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¡Sorprendente, sorprendente! ¡Estamos asistiendo a un espectáculo genial!Nadie pareció darse cuenta de la suerte del aprendiz, ni de cómo sus rivales eran patéticos. Los niños alrededor de Maya y Nicoxa solo querían ver que había pelea y acción, no les importaba el resultado ni sabían que podía haber batallas más intensas que dos niños intentando morderse los dedos mutuamente.
De vez en cuando, alguno de sus contrincantes lograba asestarle algún puñetazo o alguna patada, pero el aprendiz salió airoso de todos los encuentros. Hubo más niños desmayados, paralizados y confusos. Entonces, llegó el turno de Ettore, que se despidió de Freya con un movimiento seco de cabeza y salió al ring.
―
¡Aquí está nuestro penúltimo participante! Gane quien gane, ¡solo le quedará un rival!Ettore temblaba ligeramente, fuera de nervios o de miedo. Cuando sonó el gong, no se abalanzó sobre el aprendiz como los demás, sino que se desplazó hacia un lado y esperó a que él hiciera el primer movimiento. Como había estado viendo el resto de combates, sabía que una confrontación directa sería peligrosa. Sin embargo, no le sirvió de nada. Antes de que ninguno de acercase al otro, Ettore se llevó una mano a la cabeza, como si estuviera mareado, y luego a la boca, antes de girarse y vomitar fuera del ring. Todos los niños cercanos se alejaron, aunque pocos parecían asqueados.
Aun así, Ettore se limpió con la manga y, cambiando su estrategia, saltó sobre el aprendiz con el codo por delante, por lo que ambos cayeron al suelo. La situación no cambió demasiado y se resolvió rápido: el chico le quitó de encima suyo, se puso en pie y lo pateó, aunque evitó el estómago. Ettore ni siquiera trató de levantarse: era obvio que se encontraba muy mal.
El combate no se alargó más y le dieron la victoria al aprendiz. Ettore se retiró de nuevo hacia los vestuarios, sin decir ni una palabra. Si Maya o Nicoxa querían, podían escabullirse para ir a verlo. A aquellas alturas a nadie le importaría. Además, Maya acababa de perder mil platines por su culpa.
Finalmente, llegaba el turno de Freya. Era una de las pocas chicas que había participado en la Riña y levantó una ola de decepción entre el público masculino cuando la vieron aparecer como la contendiente de la última lucha. El comentarista le indicaría por gestos, si ella no lo hacía, que se situara en extremo contrario del cuadrilátero al del aprendiz.
Y al verla, este habló por primera vez:
―
Tu cara me suena. ¿Te he pegado ya o algo? ―preguntó, entrecerrando los ojos, como si intentara ubicarla en sus recuerdos―.
Naaaa, me acordaría. Espera, ¿no eres la que me ha echado un vaso de agua antes?Tendría un breve momento para hablar con él. Si le decía quién era, reaccionaría con sorpresa y nerviosismo. Pero, en cualquier caso, dejó claro que no iba a contenerse.
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Lo siento, pero voy a ganar. Necesito ese collar para conseguir algo.Se puso en posición ofensiva. Por primera vez en toda la noche, iría en serio.
―
¡El último combate! ¡Y promete ser guay! ¡Vamos, dadlo todo!Pegó con la mano el gong, dejándosela un poco más roja, y dando inicio a la pelea.
Os voy a ser franca: esta trama se me ha ido completamente de las manos. Por culpa de mis retrasos, no vamos a acabar a tiempo para la próxima ronda de tramas y yo soy la única responsable, por no haber sido más activa y constante. Lo siento de veras.
Sin embargo, no os preocupéis por eso: os podréis apuntar en la siguiente tanda. Me preocupa más el hecho de que, como esta trama sigue abierta, tengáis que compaginarla cuando abran las nuevas y no podáis recibir la experiencia de esta (que será completa). Por eso os prometo que la terminaré pronto, a más tardar en dos o tres turnos, para que os podáis liberar de ella; y antes de que acabe el año, desde luego.
De nuevo, lo siento, intentaré compensaros como pueda.
Fecha límite: 15 de diciembre