El peso del escudo en la mano izquierda todavía era demasiado extraño para él, acostumbrado a mantenerla libre o a lo sumo, empuñando la Llave-Espada junto con la mano derecha. Pero se había propuesto aprender a usarlo, incluso antes de comprarlo. No era muy grande, no cubría ni la mitad del cuerpo si lo apoyaba en tierra, pero para el combate cuerpo a cuerpo venía de perlas.
Le venía de perlas.
Era primera hora de la mañana y la sombra del castillo se proyectaba más allá del lago, pequeños pajarillos blancos y azules revoloteaban de aquí a allá, pero poco movimiento podía verse tan temprano aparte de ese. Malik terminó de abrocharse las correas, con una rodilla hincada en el suelo del patio de entrenamiento, que estaba vacío, y se irguió mirando a Fátima.
—¿Seguro que quieres usarla? —preguntó, sólo una pizquita preocupado.
Frente a él, Fátima sostenía la guadaña que le fue regalada en Navidad. El objetivo real de aquel entrenamiento era la toma de contacto con sus respectivas nuevas armas, ella la guadaña, él el escudo. Pero una guadaña era más difícil de manejar, y más peligrosa y Malik temía que la muchacha se hiciera daño las primeras veces, hasta que lograra habituarse a ella. Era un temor estúpido, puesto que con la práctica, el peligro sería menor. No podía evitarlo.
Habían dejado a sus mascotas en el cuarto de ella, para que continuaran durmiendo un poco más antes de la hora de comer, de modo que estaban solos. Nada de animales, nada de aprendices curiosos. Sólo el sonido del viento, el lago, la luz del sol temprano y sus armas.