Renata sabía cuál era su prioridad: alejarse de la escena cuanto antes. Mientras los nobles seguían un poco alterados, la chica dejó la bandeja de las copas en la primera mesa que vio y culebreó hasta la puerta que comunicaba con las cocinas, la vía de escape perfecta para librarse de las acusaciones antes de que empezasen.
Pero justo antes de llegar a tocar el picaporte de la puerta, una mano grande y fuerte la agarró del hombro, parándola en seco y tirando de ella hacia atrás.
—
¡Bueno, bueno, jovencita! ¿Ibas a alguna parte? Hagamos uso de nuestra fabulosa imaginación y pensemos que los colores de su ropa son solo rojos y negros.
En cuanto Renata virase la cabeza, se toparía con su captor, que le dedicaba una sonrisa maliciosa: un enorme gato negro y tripón, con dos prominentes dientes sobresaliéndole de la mandíbula inferior y con un minúsculo bigote. Para agravar aún más sus problemas, la muchacha reconocería los indiscutibles atuendos de los mosqueteros que portaba.
Pero no, este no se trataba de un mosquetero convencional. De seguro que le alarmarían los colores negros y rojos de su uniforme, indicativo de su relación con la infame guardia cardenálica, una panda de brutos sin escrúpulos que se aprovechaban de su posición para actuar como les placiese.
Renata podría darle cualquier excusa, pero el grandullón no haría más que agarrarla con más fuerza.
—
Oh, me temo que no te puedo dejar salir. Como verás, tenemos por aquí a un ladronzuelo y necesitamos a todos los presentes para iniciar una investigación. En especial a los trabajadores. —El mosquetero ensanchó aún más su desagradable sonrisa y miró a la chica con suspicacia—.
Pero bueno… Si tanta prisa tienes, puedo hacer una pequeña excepción. Dejándome que antes compruebe si estás limpia, por supuesto. La joven no tuvo la más mínima oportunidad frente a la fuerza del gato; tiró de ella aún más y se preparó para cachearla con la otra mano.
—
¡¡Mi reloj!!Aquel grito de júbilo paró en seco al matón, que alzó la vista y puso una cara de perplejidad. Si Renata hacía lo mismo por su parte, vislumbraría al león marino y al humano de antes. Al primero casi se le salían los ojos de las órbitas, contemplando un pequeño reloj dorado que el hombre le tendía. Curioso, el abalorio era prácticamente idéntico al que había robado…
¡Porque era el mismo! Renata tendría la oportunidad de llevarse la mano al bolsillo, ahora que el mosquetero no le prestaba atención, y comprobar por su propia cuenta que ya no tenía reloj alguno.
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Lo encontré tirado en el suelo —le explicó el hombre humano—.
Tenga más cuidado la próxima vez. —¡Por el amor de dios, Mamfred! ¡Menudo susto nos has dado con lo de los ladrones! —le recriminó al mamífero una vieja pata que le apuntaba con su abanico—. Esto no nos pasaría si dejases de beber tanto.
El aludido, notando el peso de las miradas de reproche del resto de los nobles, agachó la cabeza, avergonzado.
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Bueno, yo… —Sin saber que más decir al respecto, cogió el reloj que le tendía el humano y, antes de alejarse en silencio, le dijo—:
Muchísimas gracias, caballero.El mosquetero gordinflón, que aun seguía alucinando por la escenita, bajó la vista hasta Renata. Soltando un despectivo “¡bah!”, la dejó libre de un empujón que casi la tiró por los suelos.
—
¡Vuelve al trabajo! ¡O… lo que sea que hagas aquí! Malhumorado, cogió un puñado de canapés que había en una de las mesas y se marchó echando pestes.
Por otra parte, después de recuperar el equilibrio, la chica llegaría a atisbar por el rabillo del ojo al buen samaritano que le devolvió el reloj a su dueño colándose por uno de los pasillos que daban a la zona de los sirvientes. Si se daba prisa, podría seguirle la pista antes de perderlo de vista.
Porque Renata se estaría haciendo bastantes preguntas respecto al misterioso individuo que le había arrebatado el reloj sin que se diese cuenta, ¿no?