Todo me sonaba demasiado lejano. Todo, menos la amenazante voz del Djinn:
No estaba seguro de si de verdad había dicho eso, o era producto de mi imaginación. Lo único que sabía era que en cualquier momento explotaría. Ya fuera en lava u oscuridad, mi cuerpo no toleraría esta intrusión tan extrema que Ifrit estaba llevando a cabo mediante el...¿cristal?
Había pasado muy de prisa, tanto que no había tenido tiempo de reaccionar. Ni yo ni nadie, y ahora iba a morir.
Mi mirada no estaba enfocada a nadie en particular, pero en aquel momento me hubiera gustado estar al lado de Saeko, o al de Celeste. Que alguien me hubiera podido decir que todo acabaría pronto, que alguien estaba a mi lado.
Y el silencio más absoluto se hizo de golpe. Alguien me había agarrado, y me había salvado arrancándome el cristal.
—¿Maestra Na…?
—¡Magicita recuperada! ¡Misión completada!
—¿...Kefka?
Cerré los ojos, agotado. El mundo se cernía sobre mí, en un cálido y mortal abrazo del que yo ya no tenía fuerzas para escapar.
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—No podemos sacrificar todo el mundo por Badra.
Abrí los ojos y me reincorporé, ante la voz de la Dama de Hierro. Todos estábamos reunidos, con la lámpara en el centro. Ifrit ya no estaba, pero el fuego seguía amenazando con destruir Agrabah de un momento a otro.
Y sólo tuve que sumar dos más dos para adivinar lo que íbamos a discutir en aquel momento. La vida de Badra por la de su mundo. Parecía un trato justo… ¿pero lo era?
Todavía algo mareado, traté de pensar en la mejor decisión posible, por muy obvia que fuera. Pero no podía. Yo no era nadie para decidir quién vivía, y quién moría. No había querido utilizar el deseo antes por si alguno de nosotros resultaba tan herido como ella, pero ahora era algo distinto.
Por mucho que Agrabah no tuviera la culpa de nuestro fracaso, Badra tampoco.
Miré al cielo, que seguía irradiando aquel fuego mortal. A cada segundo que pasaba, la decisión era mucho más difícil de tomar.
—Me duele decir esto… pero creo que es lo que ella querría, si el mundo es destruido los nómadas como ella no podrán reconstruir su hogar, después de todo.
—Entonces, ¿eso vamos a decir para sentirnos mejor con nosotros mismos? Está bien. No me voy a oponer. Pero será mejor darse prisa.
Celeste...
—¿Habría alguna manera de salvar a todos con un solo deseo?
Tiene que haberla, alguna manera de engañar a Yafar, pero como, como...
—He comprendido algo viendo mejor a Ifrit. Él no es un Djinn como creía, es algo distinto... Más antiguo, algo ancestral y lleno de furia y... Miedo. Hay algo que hizo que atacase Agrabah, estaba cegado, abrumado por ver un lugar desconocido. No lo había comprendido hasta ahora... De haber entendido todo ésto antes, tal vez podríamos haber derrotado a Ifrit en su momento o tal vez... No habría sido necesario luchar contra él.
Poco importaba ya lo que no habíamos hecho. Se habían llevado a Ifrit en ese cristal que Kefka se había encargado de incrustarme, a sabiendas de que el demonio trataría de huir por esa vía… a saber lo que querían de él. Aunque por como lo habíamos dejado, de mucho no les iba a servir.
O eso intentaba creer.
Fue entonces cuando vi a Badra, o lo poco que quedaba de ella ya, tratar de tocar a Kamra. Ella también estaba empezando a desaparecer, nuestro esfuerzo se había derrumbado en un maldito momento. Era como estar peleando a contracorriente, sin ninguna oportunidad de lograr nada.
¿Así iban a ser las cosas a partir de ahora?
—No es vuestra culpa. —Miré a Fátima Laforet—. Nadie puede saberlo todo… Y ya hicisteis suficiente en vuestro momento. ¿De verdad podríais vivir sabiendo que os antepusieron a todo vuestro mundo?
Ni siquiera lo hemos intentado…
Las palabras no salían de mi boca, todo el mundo parecía haber llegado a una decisión.
—No podemos condenar al resto del mundo, ni quedarnos mirando mientras se abrasan los inocentes. Lo mejor sería… aliviarla… Lo más rápido posible…
—Ojalá pudiéramos salvarla. Ojalá… —Ahora era el turno de Malik—. Quisiera… poder arreglarlo todo, pero no puedo. No soy tan fuerte. Este mundo es mi hogar y no quiero que se destruya y caiga en la Oscuridad… No quiero, y no puedo soportarlo. Desearía poder salvar a Badra, somos… somos paisanos después de todo… Lo siento, lo siento mucho…
—Tiene razón. Ya ha sufrido bastante, por nuestra negligencia y para nada.
Miré alarmado a Celeste, mientras invocaba una daga en su mano y se la tendía a la Maestra Nanashi. No estaba haciéndolo en serio, tenía que ser una broma.
Ella también se había dado por vencida.
—¿Haréis los honores, Maestra?
—Lo haré yo, maestra. No tiene porqué hacerlo, lo haré yo. —Malik se había adelantado para mi sorpresa—. No soy el mejor de nadie, pero...
Se acercó a Badra. Lo iba a hacer. La mataría.
—¡No!
Utilizaría el Baile de Sombras para que agarrara la muñeca con la que el hombre aferraba la daga de Celeste. No podía dejar que lo hiciera, no sin que no lo hubiéramos intentado.
—Hablemos con Yafar, es al primero al que no le interesa quedarse encerrado en una bola de fuego. Quizá…
Me callé en el acto, tratando de pensar a toda velocidad. Todo lo que había dicho era absurdo: a Yafar no le interesaría salvar a Badra, estaba seguro de que nos recomendaría devolver a Agrabah a la normalidad. ¿Por qué habría tenido que ser el genio? Ojalá hubiera sido otro el que hubiera pedido ese deseo,
Un momento…
Se me acababa de ocurrir algo.
—Invoque a Yafar, por favor —le pediría a Nanashi—.Y use el último deseo para convertirme en en un Djinn… ¡No hay tiempo para pensárselo! —exclamaría, con el corazón acelerado y sin tiempo de pensar en las represalias por mi atrevimiento.
»Es el único modo de poder salvar a Badra y a Agrabah… hágalo, se lo ruego.
¿Estaba seguro? No. Pero tampoco quería dejarla morir ahí.
No quería resignarme a perder a nadie más, ya había perdido suficiente en mi camino de Portador. Tampoco quería quedarme mirando como lo hacía Tierra de Partida, ni resignarme a lo más práctico como lo había hecho la Maestra Nanashi y Celeste.
Nunca. Nunca más si podía evitarlo. Sería un monstruo, un demonio, o lo que hiciera falta.