...pero ayudar es lo único que quiero hacer. Así que voy a hacerlo. Voy a ayudar hasta que esto me mate.Erika escribió:
~Dive into the Heart~Silencio.
Absoluto. Imperturbable. Completo y solitario silencio.
Los escandalosos pasos de la joven Erika eran lo único que parecía resonar en aquel mundo, sumido en el sueño más profundo de todos. La gente, nobles y sirvientes; y las bestias, orcos y goblins, permanecían estáticos, congelados, en todos lugares, como si hubieran sido atrapados en una pintura en el momento más inoportuno.
Incluso con el caos del asedio rodeándola, Erika podía ir a donde le placiese. Nadie podía detenerla. Nadie podía impedírselo. Estaba sola. Más sola que nunca. Y sin embargo,
no lo estaba. No realmente. Podía
sentirla rondando en su interior: sus pensamientos abrazándose a los de ella como enredaderas; su presencia en un lugar recóndito de su cabeza, un espectador ineludible; su corazón corrupto en lugar del suyo, ocupando su pecho como un tumor, un parásito, un intruso.
Cuidadosamente, era la forma en que Erika examinaba su entorno, sin saber cuál de todos aquellos innumerables caminos debía recorrer. Cuidadosamente, era como Erika dirigía sus pasos por los largos pasillos del castillo, como si de alguna manera pudiese despertar a todas aquellas pobres almas durmientes. Cuidadosamente, era como atendía al lejano eco en lo profundo de su mente, el etéreo guía que de alguna forma le decía qué era lo que debía hacer.
Iba a desaparecer, lo sabía con claridad. Y no por la profunda herida en el centro de su pecho, teñida de un vivo carmesí, cálida como un pequeño sol. No por aquel hechizo tan sobrecogedor, que amenazaba con empujarla a un interminable descanso del cual ya no podría escapar. Sino por la oscuridad que ahora moraba en su corazón, el demonio a quien le había abierto la puerta de par en par, el lado oscuro, su
némesis, que pronto la consumiría por completo y la arrastraría al olvido.
Sí, su vida pendía de un hilo. Le había tomado casi un año llegar hasta ese punto, pero ahora su destino era inminente. Y no obstante, había algo que todavía podía hacer antes de partir, antes de perecer junto con todas las demás almas ingenuas que habían caído en la misma trampa década tras década. Podía salvar a Xefil. Podía salvarlo. Tan pronto como lo encontrase, podía usar su poder para romper el hechizo que lo poseía. El brillante cristal púrpura que sostenía entre sus temblorosos y húmedos dedos. Sí, podía salvarlo. Podía salvarlo, pero a un precio altísimo. Un precio que había considerado día y noche, entre remordimientos y culpa, por más de un año,
existiendo en un tiempo prestado, mientras el reino continuaba esperando con inquebrantable paciencia.
Alzó el cristal y contempló su mágico brillo por enésima vez, deteniéndose un momento frente a las puertas de la biblioteca. Allí dentro, en la gema que cabía en la palma de su mano como una curiosa daga, estaba
toda ella. Toda su existencia y su propósito; cada día que había vivido, cada recuerdo que había creado, cada latido de su ahora frágil corazón.
Cuidadosamente, como para no perturbar el absoluto silencio, Erika abrió la puerta. Y lo primero que vio, incluso antes de las amplias estanterías, de las elegantes alfombras o el polvo suspendido en la luz que entraba en las ventanas, fueron sus ojos marrones. Sus ojos que se habían quedado clavados en un grueso libro que sus manos sujetaban con aprehensión, uno de tantos que yacían en montón desordenado a sus pies; sus ojos vidriosos que, incluso congelados en el tiempo, reflejaban miedo y confusión; sus ojos que, si el hechizo no estuviese presente, con seguridad irían del libro a la ventana, y de la ventana al libro, juzgando cuánto tiempo le quedaba antes de que las hordas llegaran al interior del castillo.
—
Xefil. Soy yo. La voz se le quebró en la última sílaba. Allí estaba él, después de un año. Él, que había compartido su infancia con ella, que conocía todos sus sueños y miedos, que había estado a su lado desde que ella podía recordar; él, que siempre se había prometido protegerla y cuidar de ella, que juzgaba cada una de sus decisiones, que la aconsejaba pese a que en ocasiones supiera menos que ella; él, que se había preocupado por aquella extraña hechicera a la que idolatraba, que le había advertido sobre la decisión de seguirla; él, que había mandado innumerables cartas y había golpeado a su puerta día con día al no verlas correspondidas; él, que se había enfrentado a su padre y a la bruja en un último intento de traerla de vuelta; él, que ahora desesperadamente buscaba información sobre magia y otros mundos en tantos libros como podía, mientras el mundo a su alrededor se caía a pedazos y su propia vida corría riesgo. Él. Su mejor amigo y su confidente. La persona a la que más quería en este mundo y a la que había traicionado por un montón de promesas estúpidas y sueños vacuos.
Allí estaba él. Sólo una estatua.
—
Vine a darte esto —dijo, levantando el cristal como si fuera una ofrenda, contemplando su hipnótico brillo porque no tenía el valor de mirar a Xefil a los ojos—.
Estos son mis recuerdos. Esto es todo lo que soy. Erika caminó hasta la estantería en la que Xefil había estado rebuscando y se sentó sobre el montón de libros a un lado del muchacho. Mientras jugueteaba con el cristal en sus manos, continuó hablándole al silencio eterno:
—
Cuando lo use en ti, el ritual… el ritual se interrumpirá. Y comenzará uno nuevo, contigo como el nuevo cuerpo —intentó mirarlo, pero no pudo. ¿Lo estaba condenando? Tal vez. Pero era la única forma—.
¡Pero todo saldrá bien! »Yo no estaba aquí cuando comenzó el hechizo, ¿sabes? —Sonrió con amargura, soltando el cristal y posándolo en su regazo. Con delicadeza, casi ternura, se llevó la mano al pecho, a la herida que nunca cerraba y nunca sangraba—.
No estoy aquí ahora, ni siquiera. Porque… Mi corazón ya no está. Se ha ido. A donde quiera que se van todos los corazones. Todo lo que queda es esto —Una vez más acarició el cristal antes de levantarlo y envolverlo entre sus dedos—.
Y mi cuerpo. ¿Entiendes? Mi cuerpo está congelado, pero mi corazón no, porque está lejos, muy lejos. Erika miró por la ventana. Atardecería pronto. El tiempo allá afuera seguía corriendo, pero para ella y para Xefil no lo hacía. Y nunca lo haría si no cambiaba las cosas.
—
Podría seguir viviendo. Por siempre. O hasta que el hechizo se rompa. Pero no quiero eso.
~Breaking the Wall - Regeneration~ Con decisión, se puso de pie, sujetando su memoria contra su pecho con sumo afecto.
—
Como yo no soy parte del hechizo, puedo usar mis recuerdos para despertarte. Podrás escapar del asedio. Y salvar a tus padres y a tu hermana. Lo miró a los ojos, al fin. Y dolió. Como si la herida en su pecho estuviese viva. Curioso, porque sabía que no había nada allí. Nada de Erika que pudiese doler. Sólo la Bruja Eterna. Lo miró y se acercó a él, colándose en el diminuto espacio que había entre su cuerpo y la estantería. Posó sus manos pálidas sobre los hombros del chico y, esperando que las palabras tuviesen algún efecto, sentenció:
—
Vimos a una mujer llegar a este castillo. Una guerrera con un corazón muy poderoso, pude sentirlo… —sonrió con tristeza, clavando su mirada en sus ojos marrones. No la correspondieron—.
Cuando despiertes, tienes que buscarla. Y pedirle que te ayude. Los ojos de Xefil seguían posados en la nada. Erika suspiró y se apartó de él, recargándose contra la estantería.
—
Esto es estúpido. No puedes oírme. Y de todas formas…
»No vas a recordarme cuando esto termine. Un precio altísimo. El mayor de todos. Eran sus recuerdos los que sostenía en sus manos. Se destruirían por completo en cuanto los usara para el ritual de Jessamine. Y los recuerdos están entrelazados, como cadenas. En cuanto se esfumaran, el hecho de su existencia se esfumaría también. Xefil no podría recordar su rostro ni su voz, nada de ella, nunca más.
Pero al menos… estaría vivo.
Sujetó el cristal con más fuerza y abrazó a su amigo. Acercó sus labios a sus oídos y, ya sin poder contener las lágrimas, murmuró:
—
Sólo un poco más, Xefil. Hay algunas cosas que quiero decir… Sin mí, todo te va a salir mal —intentó reír, pero debido al llanto lo que salió fue algo más parecido a un hipido.
»Primero lo importante: sé amable siempre, sé fuerte siempre. Y honor ante todo, siempre.
»Cuando estés allí afuera... Diviértete. Aprende. Procura conocer tantas cosas como puedas. Y sueña de vez en cuando.
»Y si no es mucho pedir, haz en mi lugar las cosas que yo nunca pude hacer… ¡Como volar! ¡O aprender a cocinar! ¡O ir a uno de esos hermosos bailes! ¡O ir en un navío en altamar!
»O enamorarte… Es una tontería, pero… Las lágrimas que cayeron de sus mejillas se encontraban suspendidas en el aire, ahora atrapadas en el hechizo del sueño eterno. Erika contempló los ojos marrones de su amigo por última vez, retrocediendo un poco, y trató de grabar aquel momento, de guardar aquel dolor, de dejar que aquellos sentimientos ardieran en su pecho hasta que dejaran marca… porque a donde quiera que fuese, no estaba dispuesta a olvidarlo. No si había algo más allá.
Con su mano libre, acarició la de Xefil. Cálida. Como si el hechizo no existiera.
—
Sólo… intenta divertirte. Tomó sus dedos entre los de ella; y sin dudar ni un momento más, clavó el cristal con fuerza en su pecho.
~Your Power~ —
¡Muéstrale lo que has hecho con ella! Afiladas uñas, como animales garras, rasguñaron mi rostro. Un rocío cálido y carmesí nubló mi vista. Brazos y piernas forcejeaban contra mi cuerpo, que con ímpetu rodeaba al de Karel. El aire a nuestro alrededor cosquilleaba a la par que la gravedad se desplazaba y la caída se convertía en un vuelo. Aterrizamos en el muro externo de la torre, mis botas se deslizaron por las losas de granito mientras el peso de Karel amenazaba con romper mi hechizo y arrastrarme al vacío.
Mas resultó que todos mis esfuerzos por mantener al hechicero fuera de los acontecimientos serían en vano. De pronto, todo se tiñó de verde y un calor abrasador envolvió el castillo. La explosión me desequilibró y provocó que descuidara mi agarre; como un reptil escurridizo, Karel se escabulló de mi hechizo, dejando que la gravedad lo arrastrara…
—
¡No! Y con una sonrisa, desapareció en el interior de un portal de oscuridad.
Me quedé congelado por unos momentos, prensado de la torre como un insecto pegado a la pared. Mis ojos recorrían el suelo lejano del reino de un lado a otro, esperando que Karel reapareciera, pero ningún portal volvió a abrirse. No percibí lo mucho que había apretado los dientes hasta que di una amplia bocanada y me puse de pie para, derrotado, volver por el camino por el cual había venido.
Hubo otro fuerte temblor y la sensación inminente de fuego lanzándose contra mí. Apenas alcancé a girar levemente la cabeza para reparar en que una sombra negra se acercaba a una velocidad peligrosa; rodé por el muro, sintiendo el aire caliente remover mi cabello, mientras la silueta pasaba por encima de mí y aterrizaba con un estruendo a un costado mío. Me levanté en posición de plancha, divisando entre los mechones de cabello y la sangre fresca: una enorme cola, negra, con escamas brillantes, se había enroscado alrededor de la torre.
—
No es cierto. Un gigantesco dragón había hecho del torreón su nido. Su oscura acorazada, sus afiladas espinas negras y sus resplandecientes ojos verdes demostraban de forma indiscutible que se trataba de Maléfica, luciendo justo como los reportes de la orden la describían. Rodeándola como un par de cometas, se alcanzaban a distinguir las siluetas de Nithael y Garuda; mientras que Alanna y Bella, para mi alivio, lograban escapar por un portal de luz en el último momento.
Sin permitirme tiempo para perder, me incorporé y corrí hacia el balcón por donde había tirado a Karel, saltando la barandilla con un salto y reestableciendo mi eje de gravedad antes de aterrizar en el interior de la habitación. El aire era el mismo adentro que afuera: ardiente y sofocante, como hallarse dentro de un volcán. A mis espaldas se escuchaban las poderosas llamas de la bruja rugiendo contra la tormenta, cada vez con más fuerza, cada vez con mayor tenacidad.
Saito seguía de pie a un lado del esbirro de Maléfica, con las armas de Felipe a sus pies. El sirviente de la bruja oscura continuaba sentado en la cama, manteniendo una estrecha vigilancia sobre el cuello del príncipe, negándose a separar la hoja plateada de su piel. Todo seguía como lo había dejado, pero de alguna forma se sentía como si las cosas hubieran empeorado.
—
Si vas a luchar, es el momento —dijo el hombre, continuando con una conversación pasada que sólo a Saito le sería conocida—.
¿O vas a dejar que tu amigo se haya suicidado en vano? —
No estoy muerto —expliqué, a la par que avanzaba un par de pasos para que Narinas reparara en mi presencia—.
Puedo caminar por las paredes. Ése era el plan. »Claro que… el plan no funcionó —admití con clara vergüenza. Luego, después de ver la mirada que mi compañero me dirigía, de completa y sincera desaprobación, añadí—:
Lo siento… tremendamente. No vi otra opción. No pensé que Karel mantendría la cabeza fría incluso en una situación así. Recorrí la habitación con la mirada. Ni rastro de la reina de tinta. Demonios.
—
Y tampoco ayudó a parar a Friederike. La torre tembló una vez más, en esta ocasión con tal fuerza que tuve que levantar los brazos a los costados para mantener el equilibrio. Una potente llamarada, no podía creerlo pero, más poderosa que las demás, se escuchó por encima de nuestras cabezas. Mientras seguíamos hablando, la pelea allí afuera continuaba. Por el hueco de la ventana, el Glider de Nanashi pasó zumbando como una saeta.
Cuando el sirviente cambió de mano para tomar a Ban de rehén, hice ademán de tomar mi última daga; pero cuando noté lo sudorosa de su frente y lo pálida de su tez, tuve mis dudas respecto a si el hombre sería capaz de dañar a nuestro compañero con tal de que cediéramos a sus demandas. Y sin embargo, incluso sin que él estuviese forzando nuestra mano, parecía que estábamos obligados a seguir sus indicaciones. Después de todo, estábamos agotando tanto el tiempo que nos restaba como nuestras opciones.
Con una uña larga y afilada, Narinas apuntó a las armas que descansaban al pie de la cama.
—
Esas cosas pueden eliminar cualquier cosa impura, o que no pertenezca por completo a la Luz —señaló.
—
¿Como la Llave-Espada? —inquirí. El hombre no pareció tener la intención de responderme, pero tras añadir, pensativo, su siguiente frase, contradijo mi idea de inmediato:
—
Quizás, con ellas, seríais capaces de abriros paso por el Caos. Okay, no como la Llave-Espada.
Eso no era algo que la Llave-Espada pudiera hacer. El Caos era completamente diferente a la Luz y a la Oscuridad. Era entropía, destrucción,
fin puro. Cualquier cosa que lo tocaba, o desaparecía en un instante, o se transformaba en algo que no debía pertenecer a ningún mundo. Aparte de Xihn, ése era nuestro enemigo más grande. Si había armas que pudieran combatirlo, ¡entonces teníamos que obtenerlas para la orden!
Salvo que… no podíamos tocarlas. Incluso desde mi lugar, a unos dos o tres pasos del pie de la cama, podía sentir cómo la espada y el escudo me rechazaban, al no ser un ser de pura luz. Era de esperar que a Saito le pasara lo mismo. La única persona que las había usado con naturalidad y maestría había sido el Príncipe Felipe, que ahora se encontraba en un sueño más profundo que la inconsciencia.
Miré en dirección al futuro monarca y luego al sirviente. El hombre nos había puesto en esta situación de forma deliberada, ¿no era cierto?
—
El príncipe está bajo un encantamiento —sentenció el esbirro, sin soltar su agarre sobre Ban—.
Solo alguien que le insufle la mitad de su vida, de su existencia, podría despertarlo. Hubo un silencio breve, incómodo, pero que pareció eterno. Su última frase resonó en mi cabeza una y otra vez durante lo que parecieron varios días. "Insuflar". Para salvar al príncipe, alguien tendría que entregarle su vida… o al menos una porción, con algo similar a un beso. Fuera la que fuese la maldición que lo aquejaba, aquella debía ser una de las peores jamás creadas, pero uno debía admitir que era perfecta para negociar y hacer demandas. Ahora sí, sin duda alguna, Maléfica y su sirviente estaban forzando nuestra mano hasta el límite, doblándonos a tal grado que debíamos agacharnos al suelo y reverenciarlos. No había palabras para describir el atrevimiento de aquella bruja. Era, como Alanna lo había dicho, un completo monstruo.
Respiré hondo, sintiendo una punzada de miedo en el pecho. Pero incluso así, sabía que no teníamos otra opción. Si no hacíamos nada al respecto, perderíamos no sólo a Felipe, sino a Aurora también. Y al reino. Y al mundo. Y a mi familia. Y a todo lo que alguna vez conocí.
Entregar un precio tan alto, la vida misma, para salvar a otro. ¿Por qué aquella situación parecía tan familiar…? ¿Y dolorosa?
—
Por desgracia sus fieles súbditos no están cerca y unos niñatos no querrán hacer un sacrificio de estas dimensiones. Además, dudo que tengáis gusto por los hombres.
~Breaking the Wall - Piano~ —
Te equivocas. La voz brotó de mis labios por impulso. No estaba siquiera pensando en lo que estaba diciendo. Las palabras salieron por cuenta propia. Simplemente lo dije.
—
Puedo no ser súbdito de Felipe, pero Stéfano es mi rey, y estos son sus dominios. Si puedo ayudar al príncipe a que él ayude al reino, entonces... Contemplé a Felipe, quieto, silencioso. Era un hombre poderoso. Íntegro. Durante años, había liderado a un ejército, a un pueblo, contra las amenazas de Maléfica y los Sincorazón. Se había atrevido a desafiar a las Ciénagas y al Hada Oscura con tal de conseguir las armas para salvar a su amada y a tantas vidas inocentes. Y todo sin venirse abajo. Firme como un roble, como mi padre solía decir. Verdaderamente, alguien de sangre real, escogido por los dioses para guiar. Él había, de cierta forma, hecho una increíble cantidad de sacrificios por el bien mayor. Era un héroe.
¿Y yo…? ¿Qué había hecho yo?
Cuando Nanashi me reclutó como Aprendiz, no volví al reino incluso con el asedio y el hechizo. Me sentí aterrado a morir, así que decidí huir. Y cuando Tierra de Partida y Bastión Hueco entraron en guerra y nos vimos obligados a luchar contra viejos amigos, me sentí aterrado a morir, así que decidí huir. Cuando Jessamine amenazó con finalmente tomar mi cuerpo, me sentí aterrado a morir, así que decidí huir.
Siempre que la Orden necesitaba algo de mí, algún
sacrificio, me convertía en un cobarde. Mientras que otros, Caballeros de verdad…
Nadhia Hoghes, negociando su cualidad más valiosa a un ente mágico y ancestral…
«Tu ojo izquierdo. Todas tus hermanas ansían devorarlo. No me extraña, es la aguda vista de una formidable arquera. Y parece que aún está creciendo su poder. Pero no podría esperar a degustarlo». El Light de un mundo paralelo, sumergiéndose de lleno en un charco profundo y oscuro…
«Light. Es peligroso. No te acerques. Es Corrupción pura». Ragun, el aprendiz sombrío, perdiendo su brazo tras enfrentarse a una maldad incomparable…
«Gárland, enfréntate a mí. Esta vez seremos sólo tú y yo».Alanna, cuyo valor recién había conocido en la misión anterior, protegiendo a Cenicienta a toda costa...
«Recuerda, querida ahijada, ¡un corazón de luz!».La Orden de Caballeros estaba llena de gente que no tenía miedo.
No. Qué tonto. Por supuesto que tenían miedo.
Lo que los volvía Caballeros era que, pese a tener miedo, estaban dispuestos a pelear.
«Yo también. Yo también quiero ser…», me encontré deseando.
«Quiero significar algo. Quiero salvar algo». «¿Alguien como yo tiene permitido…? ¿Puedo… morir por alguien más?». Alcé la vista, dudoso, posando mis ojos sobre Felipe y sintiéndome extrañamente triste. Me había costado más de cinco años, innumerables luchas y entrenamientos más gritos y heridas de los que cualquiera sería capaz de contar; litros de sudor, de sangre, de lágrimas; incluso me había costado un corazón literalmente roto; pero me había decidido. Estaba listo para ser un Caballero.
—
Puedo ayudarlo a despertar. Puedo ayudarlo a luchar. Miré a Saito y, como si de pronto hubiera ganado el don de leer su mente, adiviné sus intenciones. En sus ojos azules se asomaba la misma determinación que se había hecho presente en mí. De nueva cuenta, aquel pensamiento culposo se retorció como un molesto gusano en mi cabeza: “Él estuvo aquí. Yo no. Yo no estuve. Si hubiera estado aquí…”. Saito había sido parte de las misiones en el reino de Huberto; según los reportes, él se había enfrentado al ejército de Maléfica y al Dragón, mientras que yo me encontraba desaparecido cuando el príncipe Felipe más necesitaba de nuestra ayuda. Él también estaba involucrado, inclusive de forma emocional.
Seguramente, él también tenía enmiendas por hacer.
—
Sé que es difícil para ti, Saito; confiar en mí. Especialmente tras… Bueno.Di un paso al frente y me aproximé a la cama del monarca, contemplando la espada y el escudo que reposaban a sus pies. Lo único que podía luchar contra el Caos. Luego, miré al príncipe otra vez. Sólo él podía sostenerlos. Lo que significaba que, de todos nosotros, sólo él podía siquiera pensar en atravesar el Caos y enfrentarse a Xihn. Xihn, destructor de mundos.
Tragué saliva. ¿Era justo enviarlo a luchar contra nuestro enemigo más poderoso? ¿Podría el príncipe enfrentarse a un titán como lo era Xihn? ¿Y si lo estábamos enviando a una misión suicida; llevándolo hasta su muerte después de entregarle parte de nuestra vida?
«No necesariamente. Podría haber otra forma de solucionar esto». Afuera, el dragón rugía.
—
Pero necesito hacerlo —Miré a mi compañero justo a los ojos, intentando transmitirle mi resolución—.
Si huyo de esto también, definitivamente perderemos; pero si ayudo a Felipe y me quedo a luchar… tal vez tengamos una oportunidad. —Rodeé la cama hasta quedar a un lado del príncipe. Giré la cabeza para observar al sirviente de Maléfica, curioso por ver su reacción ante mi decisión—.
Tal vez no de ganar. Tal vez ni siquiera de sobrevivir. ¿Sabes? Tal vez ni siquiera tenga sentido despertar a Felipe para después mandarlo a pelear, pero... —Respiré hondo y tragué saliva, sintiendo por primera vez una pizca de arrepentimiento. Pero no. No me daría la vuelta—.
...pero ayudar es lo único que quiero hacer. Así que voy a hacerlo. Voy a ayudar hasta que esto me mate. Me mordí los labios con nervios. ¿Iba a doler? ¿Iba a algo a cambiar en mí? ¿Lo sentiría en el momento? ¿O sería todo igual?
Cerré los ojos.
«¿Cuánto tiempo me queda, Jess?», cuestioné. De inmediato noté el corazón de la Bruja estremecerse ante la pregunta, como si no la esperara. Como si el hecho de que yo conociera esa información fuera una sorpresa.
«Abandonaste todas tus vidas pasadas cuando eran jóvenes. Era natural asumir que conmigo no sería diferente». Por primera vez en años, la voz de la Bruja Eterna pareció flaquear.
«El ritual volvía a los recipientes frágiles y débiles. Las dejaba atrás en su apogeo, antes de que su decadencia siquiera comenzara, o de lo contrario mis poderes podrían no ser…»Estaba aplazando las cosas.
«Cuánto tiempo», reiteré.
Silencio, por unos momentos. O al menos de forma relativa. El caos allá afuera parecía resonar en la torre con todavía mayor fuerza.
«…alrededor de treinta y cinco años. Tal vez menos».Fue como un duro golpe en el estómago. Eso no era nada de tiempo. Nada.
«Tengo veinticuatro». «¡Tu ritual estaba incompleto!», bramó Jessamine con impaciencia.
«¡Tu tiempo restante bien podría ser el doble de eso!». «¿Estás segura de ello?». Silencio de nuevo. Dicho de otra forma, un rotundo "No".
«Así que… el doble de eso, reducido a la mitad».Si no sacrificaba nada, bien podríamos morir allí mismo.
Toda pista de arrepentimiento desapareció.
«Mejores personas han vivido menos que eso».Todavía temiendo que pudiese doler, me incliné al frente y posé mis labios sobre los del príncipe.
~Sinister Shadows~—
Así que, Alteza, la situación es ésta: la dragona Maléfica guarda el corazón de la princesa Aurora entre sus garras —explicaría a Felipe de forma apresurada, una vez que éste despertara, asegurándome que tenía todas mis armas y mis brebajes en su sitio para la pelea que se nos venía encima. No era sólo una excusa para no verlo a la cara después de lo que había hecho; era también un acto necesario considerando que, o luchábamos contra Maléfica o contra Xihn, o contra los dos; las cosas no iban a ser nada fáciles. Quizás los tesoros de Felipe nos ayudarían de alguna forma.—.
Pero aunque sea difícil de creer, hay un enemigo todavía peor que ella en camino. Si la Orden os ha contado sobre "Xihn", entonces sabéis con claridad en qué clase de peligro nos encontramos.
»Tenemos que apresurarnos. Con un destello de luz, me coloqué mi Armadura e invoqué mi Glider en el interior de la habitación. Escuché cómo Saito discutía con el sirviente, amenazando con que si intentaba hacer algo para detenernos, estaría condenado por intentar superarnos en un tres contra uno. Mientras el chico mantenía al esbirro vigilado, me acerqué de nuevo a la cama e intenté que uno de los brazos de Ban rodeara mi cuello para poder levantarlo. Era pesado, muy pesado... Tomar a la princesa Aurora en el otro brazo después de eso fue prácticamente imposible. Entonces tuve la idea de usar mis poderes a mi favor y por suerte un
Giro Magnético para atraer a ambos hacia mí hizo las cosas un poco más sencillas. Sólo un poco.
—
Intentaré poner a los otros a salvo —expliqué entre jadeos y bocanadas, en especial porque sabía que Felipe podía ponerse un poco sensible en cuanto tomara el cuerpo de la princesa—
. Necesitaré una suerte tremenda, pero tal vez encuentre un lugar seguro allá abajo —Dicho aquello, acomodé a Aurora y a Ban sentados sobre mi Glider, con el chico detrás de la princesa. Sintiéndome algo ridículo, me senté sobre la tabla en lugar de plantar mis pies sobre ella, acomodándome detrás de ambos. Saqué mi cuerda de fibra del bolsillo y até un extremo a mi muñeca derecha, para después pasar el alambre por enfrente de los otros dos y sujetar la otra punta a mi mano izquierda, sujetándolos con fuerza hacia mi cuerpo y ayudándome con el hechizo magnético a que se pegaran a mí.
Y luego, intenté hacer que mi vehículo flotara. Fue difícil. Muy difícil. El peso extra me arrastraba hacia adelante y hacia abajo, pero podía sentir que mientras no hiciera ningún movimiento brusco, podíamos llegar al suelo a salvo.
Si nuestro plan funcionó, salí por la ventana después de que lo hiciera Saito, descendiendo casi de inmediato por el muro de la torre. La rodearía hasta quedar del otro lado, lejos de donde Xihn pudiera verme, y luego bajaría tanto como pudiera hasta alcanzar a ver el puente por donde habíamos llegado. Si Nanashi y Nithael habían tenido la oportunidad de unirse a nosotros en sus Gliders, entonces cabía la posibilidad de que Abel y Heike ya no estuviesen luchando tierra abajo. Los buscaría con la mirada y descendería hasta ellos, esperando que de alguna forma pudiesen ayudarme a alejar a Aurora y a Ban de Maléfica y Xihn. De no hallarlos, me vería obligado a ir hasta el bosque, puesto que la ciudadela muy seguramente era un desastre gracias a los estragos dejados por las espinas y por el asedio que se había resumido después de años. Aunque lo último que necesitaba era toparme también con Sincorazón.
¿Por qué tenía la sombría y pesada sensación de que no había escapatoria?
No estábamos a salvo en ningún lado.
Y sólo pensar que todavía tenía que darme la vuelta y enfrentarme a Xihn era una sensación todavía peor.
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ahora me arrepiento de poner los flashbacks
▪ Giro magnético (HC) [Nivel 10] [Requiere Afinidad a Espacio; Velocidad: 18] El usuario da una vuelta sobre sí mismo, creando un pequeño campo magnético a su alrededor que puede causar atracción o repulsión en aquellos que se encuentren en él, de apenas un par de metros de radio. Una vez ejecutada la habilidad, no se puede cambiar el polo adquirido por cada uno.