La mujer me sostuvo con fuerza del brazo, negándome a marcharme. De repente, toda la sinceridad y felicidad que me había estado mostrando se disolvió cuando entrecerró los ojos.
—
No quiero a tu amigo, ni que venga con nosotros. Quiero hablar contigo —me lo confesó como si fuera demasiado importante como para dejarlo pasar—
. He hablado con mis superiores de vosotros dos. Y todos tenemos claro que tú eres el elegido, nadie más.¿El elegido...? No tuve tiempo a preguntar. La mujer se sacó un libro de entre los pliegues de su ropa, de aspecto polvoriento y demasiado viejo. Lo agitó, haciendo que todo el polvo acumulado se expandiese por el aire. Me lo colocó en las manos: las palabras, en oro, decían "La leyenda de los Caballeros"; sabía leer, a trompicones, pero sabía (mi madre me enseñó antes de que fuera capturada). La ilustración en plata representaba dos llaves cruzadas con las puntas dirigidas hacia abajo.
—
¿Sabes leer? Creo que este libro te revelará mucho. Creemos que tienes el poder —cerró mis dedos en el lomo del libro. A pesar de que estaba sudando, sus manos se me antojaron frías—
. Pero debes meditarlo. Consultarlo con tus amigos. Te esperaré a cuando estés listo.La mujer dio dos pasos hacia atrás, de nuevo sonriendo. Se despidió con la mano, tal como había hecho antes, sólo que esta vez con los ojos cerrados. Como por arte de magia, una hoja de papel se materializó en sus dedos, se dirigió a mí y yo la atrapé al vuelo. No me molesté en leerla.
—
Tu mundo puede no acabar en las murallas de esta ciudad, joven Simbad —me aseguró, con un aura de misterio—
. Serás tú quien construya tus propios límites.Negué con la cabeza, incrédulo. Miré la nota: una dirección a las afueras, a dos días de mi posición y un día
sábado, estaban garabateados en el papel.
Cuando levanté la cabeza, ella; a la que había tomado por un ángel y que en realidad sólo era una extranjera que vivía en un castillo y que sabía magia; había desaparecido sin dejar rastro.
Tal vez, y sólo tal vez no debí haberme leído ese libro.
Los días pasaron y yo intenté aparentar normalidad. Tanto Gédéon y Yerai seguían trayendo dinero a casa, pero a mí ya no me preocupaba el dinero. Me preocupaba algo más acuciante y existente que se paseaba a la vuelta de la esquina como una sombra al acecho. Y aquello era una Llave-espada.
La primera noche que cogí aquel libro, me temblaron las manos de terror. A la luz de una vela, me lo leí del tirón, me lo leí y releí hasta aprendérmelo casi de memoria. Una suerte que mi madre me hubiera enseñado, a eso y a escribir (aunque no sin faltas de ortografía, no tiene sentido negarlo). Hablaba de su historia, en la que la Luz y la Oscuridad no se limitaban solamente a proyectarse sobre las aceras, a caballeros que protegían el equilibrio entre ambas y a criaturas demoníacas que robaban el corazón de la gente. Digno de una canción.
Cuando le conté a Yerai que ya no irían a por él, me creyó. Quizá me creyó porque confiaba en él, o porque intentaba aferrarse a la verdad como yo me aferro a la vida. Gédéon no pareció tan convencido.
—
¿Cómo lo sabes? —Preguntó, dando un gran golpe en la mesa—.
¿Cómo sabes que siguen sin buscarle?Iba a desvelarle el secreto de Ariasu... cuando la conciencia me detuvo. Decidí encogerme de hombros. ¿Debería habérselo dicho, enseñarle el libro que tan celosamente le estaba escondiendo? Supongo que no fue una decisión fácil. Pero era lo correcto, aquello era una carga que me pertenecía. Aquellas Llaves-espada... ¿Por qué yo? ¿Por qué yo era el elegido de lo que Ariasu hablaba? No tenía sentido preguntárselo.
Lo medité, lo medité durante tres días y había llegado a una decisión. Juré proteger a Gédéon, pero me dí cuenta de que ya no éramos aquellos chiquillos que merodeaban por las calles, él no necesitaba protección. Yerai estaría muy bien amparado junto a mi amigo. Nuestros caminos se habían entrelazado, pero ya era hora de que se separaran; quizá para siempre.
Jueves, al amanecer.Gédéon:
Sé que sabes leer, te enseñé cuando estábamos en las calles muertos de frío... y no descarto que tus padres también te enseñaran.
Sabes que no soy muy propicio a las despedidas, por eso, prefiero no decírtelo a la cara. Es algo cobarde, lo sé; pero yo siempre he sido así. Sé cómo estará tu cara mientras lees esto: contraída por un cabreo descomunal, pero no puedo hacer nada. Nunca he podido hacer nada... pero ahora eso puede cambiar.
No te escribo esto para que te enfades y sigas con esta vida que casi a la fuerza te he impuesto. Vive como un pescador, sé que es tu sueño ver el mar, por lo que no lo abandones. Seguramente, cuando termines de leer esto y haga mella en tu cabeza, yo estaré lejos de aquí, no intentes buscarme ni detenerme; este es el camino que he elegido, para bien o para mal.
Me gustaría contarte dónde voy, pero ni yo mismo lo sé y quizá no vuelva nunca. Curiosamente, todo comenzó por una mujer, pero tampoco pienses que soy un romántico que ha huido con su amante; sabes que no es mi estilo enamorarme. Y menos de esa mujer.
Para despedirme como es apropiado, tienes ciento cincuenta platines en la cómoda de abajo; no te puedo decir cómo los he conseguido, pero espero que los compartas con Yerai; aquel niño que hizo que me partiera las costillas y casi mate a mi mejor amigo, que ahora duerme como un tronco en la hamaca del salón.
Dile de mi parte que la primera vez que le encontré pensé en mí cuando era joven y que su hermano... quiero creer está vivo. No puedo asegurarlo, y parte de el viaje que voy a hacer es para encontrarle, a pesar de que tenga muy pocas posibilidades; de hecho, ninguna. Pero espero de verdad que algún día puedan reencontrarse como hermanos que son.
Para mí, eso es lo que eres: un hermano.
Me llevo mi laúd con mis recuerdos. Una vez me preguntaste por qué llevo un águila de color rojo en el tobillo y yo no te respondí. El águila es mi hermana, que echó a volar hace mucho tiempo; pero no debes apenarte por ella, si hubiera seguido el ejemplo de mi vida, mi padres no me lo hubieran perdonado jamás. Me alegra pensar que quizá estén juntos, observándome desde la nada.
No quiero lágrimas Gédéon. Yo no he derramado ni una gota, y espero que ni tú ni Yerai tampoco. No sé si volveré a veros algún día, pero si eso pasa, me gustaría ver a un joven pescador y a su aprendiz a orillas del río Sena discutiendo sobre el hilo de pescar o qué sé yo.
No finjas que estas palabras escritas existen... lo mejor para todos sería olvidarlas.
Tu amigo, compañero, hermano:
Simbad*
La carta reposaba al lado de la cabeza dormida de Gédéon, y los rayos dorados del amanecer que entraban por el tragaluz le sacaban reflejos dorados a su pelo. Bajé, haciendo el menor ruido posible.
Yerai aferraba el colgante de su hermano, dormido. No le desperté, todo estaba dicho y ya no había vuelta atrás.
Con el laúd en la espalda, el libro y el dinero de Ariasu que me quedaba en la mano, salí de lo que una vez pensé que era mi hogar, pero ya no. Me encaramé al puente y lo subí. Paseé, con soltura por la ciudad y miré por última vez Notre Dame. Las gárgolas de piedra observaron una solitaria lágrima en mi mejilla que me apresuré a limpiar. En mi rostro había una sonrisa, demasiado pequeña para inspirar felicidad.
La dirección estaba a dos días, por lo que tenía el tiempo justo para llegar. Compré un caballo, el más barato que encontré, no sabía montar; por lo que las primeras galopadas resultaron dolorosas para mi espalda, sobretodo por las caídas. Miré la vista atrás y vi Notre Dame bajo el cielo del amanecer.
Aparté la vista y decidí no volver a mirar.
*La carta original, tenía muchas faltas de ortografía; pero he decidido escribirla bien para que a nadie le dé asco leerla; principalmente yo.
Bueno Narra, esto se acaba. Perdona por no actualizar ayer, tenía muchas cosas que hacer y espero que la despedida haya sido fuera de lo común y buena para no tener que repetir el post; la he leído y no creo que haya modificado el ambiente lo suficiente como para que no pasara nada. Simbad ha empezado su viaje hacia el lugar acordado, así que no creo que haya ningún problema. Y por cierto...
Final alternativo (que no influye en la historia, es sólo una ida de hoya que le prometí a Nuxal):Tras contarle que me marchaba, Gédéon se puso hecho una furia:
—
¿¡Es por una mujer, verdad!?Cogió una escoba del fondo de la cabaña y me dio en la cabeza, mientras Yerai le animaba; le iba a replicar cuando de escobazos me encontré fuera de la cabaña.
Por lo menos me iría con la bendición de las escobas (?).