Nicoxa—
Sí, tenemos que salir de aquí. ¿Vosotros no sabéis por donde más o menos puede estar el camino para llegar a vuestra casa?Los dos cachorros negaron con la cabeza.
—
Es la primera vez que venimos.—
Porque está prohibido ―le reprochó Nala.
Ante la desorientación de los leones, Nicoxa tomó la decisión por ellos y se adentraron en el bosque de los esqueletos de elefante. Avanzaron durante bastante tiempo, notando de vez en cuando los temblores, sin otro camino por el que virar, y el cual se iba estrechando cada vez más hasta que finalmente dieron con un callejón sin salida.
Habían ido a parar a una de las guaridas de las hienas. Lo supieron al instante, ya que no solo era un recoveco cerrado, sino que había huesos y restos de otros animales (no solo elefantes) apelotonados en todos los rincones. Y por si eso fuera poco, allí estaba la hiena, Ed, al que no habían vuelto a escuchar desde la bifurcación.
Estaba dándose cabezazos a la pared, mientras reía descontroladamente, como si el dolor le hiciera gracia. Los cachorros se pusieron detrás de Nicoxa, asustados. Fuera el ruido o el movimiento, aquello alertó a la hiena, que se volvió hacia ellos. Rio aún más y empezó a avanzar, preparado para atacar.
—
Hiiiehiiieheehiehee.En el mismo momento en el que Ed se abalanzó, alguien a su espalda saltó también e interceptó a la hiena. El león le dio un zarpazo y se puso sobre ella, rugiéndole. La hiena dejó de reír para comenzar a temblar, aunque no dijo nada.
—
¡Papá! ―exclamó Simba, sonriendo y saliendo de detrás de Nicoxa.
Mufasa no se inmutó, ya que tenía toda su atención puesta sobre la hiena.
—
No vuelvas a acercarte a mi hijo.El león debió de reducir la presión que ejercía sobre el cuerpo de Ed, porque la hiena se desembarazó y se marchó corriendo, dando un rodeo mayor del necesario cuando pasó junto a Nicoxa y los cachorros. Mufasa ni siquiera intentó perseguirle.
La expresión del león era seria y severa (recordaba un poco a Nanashi). Simba y Nala agacharon las orejas, intimidados. Esperaban una regañina o un terrible castigo del rey, ya que habían quebrantado las normas y se habían escapado a la zona que les estaba vetada.
—
Papá, nosotros no queríamos…Mufasa no le dejó terminar. Les cogió a ambos por el cogote, con la boca, y les subió a su espalda. Fue un gesto que dejó bien claro que dejarían la charla para después.
—
Agarraos bien. Este lugar es muy peligroso. Además, tengo un mal presentimiento. ―Luego, se dirigió específicamente a Nicoxa—.
Ven con nosotros.Era una orden. Sin embargo, aquel no era el rey de Nicoxa, así que no debía de haber ningún problema en desobedecer, ¿no? La aprendiza podía seguirles hasta un lugar seguro, aunque eso supondría alejarse de sus compañeros; o bien, disculparse y regresar sobre sus pasos.
Mufasa quizá podía contarle algo referente a los sincorazón, pero no lo haría hasta poner a su hijo a salvo. La chica tendría que valorar sus prioridades y actuar en consecuencia.
AlecLos tres animales salieron de la calavera, donde les esperaba el sincorazón, que fue recibido por un
Piro de Alec. Desquiciado por las llamas que le cubrían, comenzó a dar vueltas sobre sí mismo; y como les bloqueaba la bajada, Zazú, Alec e Ilana tuvieron que abrirse camino entre los esqueletos de elefante que había por la ladera.
Al poco rato escucharon un sonido de pinzas. El sincorazón les perseguía, rápido y escurridizo, aunque tenía que despejar todo lo que encontraba a su paso debido a su tamaño. Zazú resoplaba, casi asfixiado de la huida, y fue el primero en exclamar:
—
¡Por ahí!Era un recoveco en el suelo, casi tapado por los esqueletos, de suficiente tamaño para que pasaran ellos, pero no el sincorazón. Zazú ni siquiera esperó su aprobación, sino que se introdujo en el agujero para resguardarse, por delante de Ilana y Alec. La caída era de poca altura, ya que la cueva tenía el techo bajo, y llegaron a un pasillo donde se podía ver el exterior en uno de los extremos.
Al llegar a su altura, el sincorazón intentó introducir sus pinzas sin éxito y se quedó rondando por fuera, incapaz de alcanzarles, y demasiado tonto como para pensar en buscar otra entrada. Si quería, Alec podía intentar deshacerse de él a distancia.
Zazú se dejó caer, exhausto y respirando con dificultad. Estaban siendo demasiadas emociones por un día.
—
Este lugar es horrible. Ahora entiendo por qué… ―Entonces, cayó en la cuenta de algo—.
¡Oh, no, los cachorros! ¡Simba y Nala están aún por ahí fuera, solos y asustados! Las hienas parece que han huido, ¡pero esos monstruos son todavía peores! ―Parecía estar a punto de darle un ataque de verdad—.
Y cada vez nos adentramos más y más…Un nuevo temblor le hizo sobresaltarse. Aquello comenzaba a ser demasiado para el pájaro, que apoyado sobre la pared, apenas parecía tener fuerzas para ir a buscar a sus protegidos. Necesitaba unos minutos de descanso, aunque el tiempo apremiara.
—
Gracias de nuevo a ambos por acompañarme. Si encontramos a Simba, le haré saber al rey que… ―Algo brilló de forma tenue a su espalda, aunque en aquella oscuridad que provocaba la niebla (y la cueva), se apreció claramente—.
¿Qué es esto?Como era pequeño, movió (ayudado o no por Ilana, puesto que Alec no podría con ninguna) algunas de las rocas sueltas que había apiladas en lo que anteriormente parecía una pared uniforme de la cueva. Tras ellas, había entre la pared y el suelo una agrupación de piedras de color rojo oscuro, en contraste con la tierra gris del cementerio, que emitían brillo cada cierto tiempo. Estaban encajadas en la roca aunque algunos fragmentos se habían desprendido y habían quedado desparramados por el suelo como trozos más pequeños; de los cuales varios, a su vez, habían perdido ese itinerante resplandor.
—
¡Cielos! ¿Eso es lo que creo que es? ―Señaló a las piedras que habían quedado sueltas—.
Son mágicas. No sé lo que hacen, pero Rafiki las usa habitualmente. Me extraña que haya aquí esta especie de yacimiento…Finalmente, y sin apenas pensarlo, cogió una de ellas con la pata y alzó de nuevo el vuelo.
—
A Rafiki le vendrá bien. Ahora, pongámonos en marcha.Un nuevo temblor les acompañó cuando pusieron rumbo hacia la entrada de la madriguera, por donde salieron de nuevo al exterior. Por desgracia era un camino sin salida para ellos, puesto que la bajada era escarpada y no había forma de que Ilana pudiera hacerla.
Estaban lo suficiente elevados como para ver parte del cementerio de los elefantes, así que comprobaron con rapidez que no había más sincorazón por alrededor. Excepto uno, muy por debajo de ellos.
Y justo había dos aprendices deshaciéndose de él.
Simbad, Ban y AlecEl
Piro de Simbad hizo estallar en llamas la cola del escorpión, que no detuvo su avance hasta que la
Flama tenebrosa de Ban/Tristan le hizo recular. El lince se arrojó sobre el sincorazón, pero este ya estaba preparado y le interceptó con una de sus pinzas, estrujándolo un poco y tirándolo después como a un trapo (le hizo heridas en el lomo y en la panza). Se volvió entonces, en busca del culpable que había inutilizado su aguijón. Simbad le tomó por sorpresa y, esta vez sí, logró situarse sobre la marca y clavarle la Llave.
El último golpe fue mortal para él. Simbad se quitó de encima, notando cómo las fuerzas del sincorazón menguaban, y este desapareció en la oscuridad. Alec pudo contemplar la última parte del espectáculo desde el saliente superior que le ofrecía la madriguera.
Los problemas de los aprendices no acabaron con la muerte del sincorazón. Tenían que encontrar a Nicoxa y a los niños, averiguar aún qué había incrementado el número de sincorazón (por el momento no había ni rastro de Scar) y quizá dar con Ed o con alguien cuerdo que les diera más información sobre la situación. La agenda estaba un poco apretada, desde luego.
Y por si fuera poco, ¿los temblores no se producían cada vez más con un margen menor entre el anterior y el siguiente?
Entonces llegó el momento en el que la vibración hizo retumbar toda la tierra y no paró. Daba igual si se agarraban a algo, ya que nada sobre el suelo estaba libre del retumbe, que se acrecentaba más y más en vez de minar. Parecía como si la mismísima superficie quisiera crecer, ya que daba la impresión de que una parte del cementerio de elefantes (sobre la que no estaban exactamente, pero se hallaban muy cerca) se elevaba. Empezaron a aparecer varias fisuras por todo el lugar, los esqueletos se movían al compás del tembleque y no quedaba ningún ser vivo o sincorazón cerca.
Salvo ellos.
Simbad y Ban no pudieron hacer otra cosa más que correr y alejarse del epicentro del terremoto. Alec e Ilana, por el contrario, notaron cómo el suelo se abría bajo sus patas, ya que la misma colina sobre la que estaban empezaba a resquebrajarse. Zazú reaccionó con rapidez, cogió la piedra con el pico y alzó a ambos con sus patas, justo antes de que toda la estructura se desmoronaba con ellos encima. Pesaban demasiado para él, así que empezaron a descender por la pendiente lentamente, que poco a poco iba volviéndose más empinada a medida que el epicentro luchaba por alzar la tierra de su alrededor. Zazú trató en todo momento de planear, para que no fuera una caída en picado mortal para ambos, mientras se alejaba de la zona.
Fue una carrera en la que debían solventar los obstáculos del propio cementerio, tanto los caminos cerrados como las zonas que se partían y debían vadear. Escucharon a lo lejos a las hienas, que escapaban también del peligro, aunque nunca llegaron a cruzarse o a incordiarse. Zazú les dejó sobre el suelo para que pudieran escapar, volando a la par con Ilana (que cargaba con el brujo). Alec se daría cuenta de que Zazú estaba casi al borde de sus fuerzas y se iba quedando más y más atrás. Solo le impulsaba el instinto de supervivencia.
Aquel prolongado terremoto parecía inexplicable. Hasta que la superficie de la tierra estalló y eclosionó una cabeza de ella. Al fin pudieron comprender qué ocurría: allí estaba despertando un gigante.
Era un ser humanoide, robusto y gigantesco, valga la redundancia. Mediría aproximadamente doce metros y uno solo de sus dedos podía aplastarles tanto en aquella forma como en la humana. Tenía los ojos de color ámbar y su cuerpo estaba recubierto de tatuajes del mismo tono. Y si tenía hambre, ni todos juntos le saciarían el apetito.
Salió a la superficie, primero la cabeza y luego abriéndose camino con los brazos, retirando porciones gigantescas de tierra como si fueran de mantequilla. Por supuesto, volaron pedazos gigantescos de roca que hicieron retumbar aún más el suelo, pero ninguno les pasó cerca. El gigante se alzó sobre sus piernas, dejando atrás el profundo cráter donde había estado durmiendo quién sabe cuánto tiempo. Y la tierra volvió a parar, aunque el descanso duró poco.
El gigante probó a caminar, despacio y con cuidado, entre los restos que él mismo había dejado durante su mal despertar. Cada paso que daba provocaba un nuevo temblor, y en unos pocos solventó casi toda la distancia que habían recorrido los aprendices en el triple de tiempo que él.
Entonces, un nuevo animal hizo acto de presencia, encontrándose de frente con Simbad y Ban. Era una loba autóctona, pelirroja y con el semblante serio, que miraba fijamente al gigante. En su boca llevaba una piedra roja, que dejó caer al suelo, para murmurar unas palabras ininteligibles para ellos.
Loba etíope
Se dirigió a los aprendices, aunque no apartó la vista del monstruoso ser:
―
¿Me reconocéis? Soy vuestra maestra. No tengo tiempo para explicaciones, ¡ayudadme a parar a este monstruo! ¡Entretenedle!En ese momento el gigante se miraba las manos, confuso. Todos se darían cuenta de que, de alguna forma, había ralentizado su movimiento. Ya solo alzar los brazos le había llevado el doble de tiempo que el breve paseo desde su cama. Después de eso, agachó la cabeza y pudieron estar seguros de que les había visto, porque hizo amago de levantar una pierna para acercarse.
―
¡Atacadle con todo lo que tengáis! ―volvió a ordenar.
En un par de pasos lograría situarse junto a ellos. El primero que dio causó tal temblor que todos dieron un bote. El segundo, si no se apartaban, les caería encima… y quizá fuera esa su intención. Tal vez iba siendo hora de pedir ayuda externa u de obedecer a la loba y confiar en que lo que fuera que planease saliera bien.
Alec habría visto (y oído, si se había acercado) todo lo ocurrido desde su posición. Zazú, también. Por eso los nervios acabaron con él y se desmayó.
La loba recogió la piedra mágica y se apartó de allí, escalando varios esqueletos de elefantes para llegar a una cornisa que se elevaba sobre todo lo demás y estar un poco más cerca de él. El animal cerró los ojos, concentrando su magia en la piedra, que reaccionó con la suya propia y brilló con una intensidad fulgurante. Una especie de velo salió de ella para arremolinarse alrededor del gigante, que pisó sobre la zona donde (antes, esperemos) estaban los aprendices y, frustrado por su lento movimiento, intentó dispersar la magia dando bandazos en el aire.
Sin embargo, no le hizo ninguna falta. La piedra perdió repentinamente su poder, rompiéndose dentro de la boca de la loba, quien escupió los fragmentos y los observó con repulsión. Enseguida comprendió qué había ocurrido.
―
¿¡Qué!? ¿Ha agotado su poder tan pronto? El plan no había funcionado, aunque el velo no había desaparecido. Se notaba menos intenso, pero la magia seguía ahí, preparada para continuar con su labor en cuanto tuviera más potencia. La loba miró a su alrededor y, por primera vez, se dio cuenta de la presencia de Alec e Ilana, aunque pareció más interesada en el pájaro que yacía inconsciente a su lado.
Les increpó y gritó directamente, señalando con la pata la piedra que tenía Zazú en el pico:
―
¡Dadme esa magicita!El gigante dejó de zarandearse, tras darse cuenta de que el conjuro había fallado, y volvió a erguirse ante ellos. Esta vez, en cambio, no hubo ningún pisotón. Cerró su mano, en forma de puño, y se preparó para golpear con todas sus fuerzas el lugar donde estaban. Ninguno quedaría con vida tras la onda expansiva que produciría un choque así.
―
¡¡Pasádmela, rápido!! ¡¡No hay tiempo!!El puño del gigante comenzó a descender hacia la cornisa.
NicoxaEn caso de que Nicoxa hubiera decidido continuar con Mufasa, vería la catástrofe del cementerio de elefantes a distancia, ya que el rey había sido muy rápido en encontrar un camino que les sacara del lugar. Los cuatro notarían el tembleque de la tierra; no obstante, en ningún momento llegaron a estar en peligro. Verían al gigante, que de lejos no imponía tanto como para quien está a sus pies, y no comprenderían el porqué de sus acciones (primero caminó un poco, luego frenó, volvió a dar un par de pasos, dio manotazos al aire y finalmente se inclinó con la intención de dar un puñetazo al suelo).
Por el contrario, en caso de que Nicoxa hubiese querido regresar, le habría pillado el terremoto y se habría visto obligada a huir, como sus compañeros, aunque habría avanzado más que ellos. En cuanto el gigante hubiese emergido, podría adelantarse de nuevo y llegar a tiempo de ver el puño descender sobre los aprendices.
Simbad:
VIT: 33/38
PM: 33/38
Ban:
VIT: 22/30
PM: 18/24
Ilana:
VIT: 30/30
PM: 20/20
Alec:
VIT: 32/32
PM: 38/40
Fecha límite: 4 de mayo.
PD.Ponedme al final del post las habilidades que uséis, por favor.
PD2. Aunque Nicoxa vuelva, no llegará a tiempo para participar en la lucha, solo verá el puñetazo del gigante. En caso de que se quede con Mufasa, aprovecha este turno para preguntarle lo que quieras.