Simbad
—¡Juguemos! —fue la respuesta de Setzer ante el reto de Simbad.
Ambos tiraron los dados, tres cada uno, al mismo tiempo. Se hizo un tenso silencio alrededor de la mesa mientras giraban en la madera, hasta que poco a poco se fueron parando... Aunque los del aprendiz tuvieron una ayuda extra.
Setzer sacó dos cincos y un seis. Simbad, un cinco y dos seis. ¡Ganador!
El corro de chicas alrededor de Setzer soltaron un grito de decepción, y alguna que otra enseguida intentaron consolarle. Los que habían observado la tirada cuchicheaban entre ellos, e incluso uno le dio una palmada al gitano en la espalda como felicitación. Setzer, por su parte, permaneció un momento muy muy callado, con la mirada fija en Simbad y con expresión de querer matarle, literalmente. Pero, al poco, su semblante volvió a ser el de tranquilidad y superioridad que tenía antes, levantándose con calma de su silla.
—Has ganado. ¡Enhorabuena! —exclamó, aplaudiendo hacia Simbad. Los demás alrededor no tardaron en imitarle—. Soy un hombre de palabra. Ven conmigo arriba, allí te contaré todo lo que quieras para tu... diario.
Con un gesto de la mano, le guió hacia unas escaleras en un rincón del bar, que subían hacia el piso de arriba. Allí, en un pequeño pasillo, Setzer le condujo hasta una habitación que parecía un despacho. Estanterías con libros, una larga mesa al fondo con una gran butaca detrás, papeles y carpetas por todas partes, y no podían faltar las barajas de cartas y los dados por varios puntos de la habitación.
Setzer se sentó en la butaca, jugueteando con unos dados de cristal que cogió de la mesa. Se quedó mirando al aprendiz durante unos segundos, hasta que finalmente dijo:
—Siéntate, por favor. —Señaló la silla que había al otro lado de la mesa, justo enfrente—. Creo que todavía no me has dicho tu nombre...
Esperó un momento, a ver si se lo decía. Fuera cual fuera la respuesta de Simbad, Setzer prosiguió:
»Muy bien. ¿Qué quieres saber? Te lo contaré.... todo.
Makoto
—Perdón. ¿Me podría decir lo que se va ha hacer en este escenario o si ya ha terminado?
—¡Para nada ha terminado, cielo! El pregón será dentro de poco, y a partir de ahí se usará para varias cosas, como un torneo de struggle —le fue contando una mujer regordeta con la que Makoto había coincidido—, y luego creo que habrá un concurso de talento. ¡Esta noche habrá una obra de teatro, qué emoción!
Se fue al poco, dejando a Makoto con la información que quería. Aunque, de primeras, no parecía que fuese a suceder nada raro o peligroso en aquel escenario. Incluso tal vez podría buscar la forma de apuntarse a alguno de los concursos o torneos que allí habría si quería.
Antes de poder decidir su siguiente acción, un fuerte ruido le llamaría la atención. Al poco, una voz.
—Psssst, chaval. Aquí dentro.
Era ronca y grave, y provenía de debajo del escenario. Sin duda, se estaba refiriendo a él. Pero... ¿valía la pena arriesgare a entrar allí? Debía asegurarse de que nadie le veía hacerlo, o llamaría demasiado la atención.
De no querer hacer caso a la voz, podría ir a buscar a sus compañeros por las otras zonas del Distrito 1. Makoto elegía.
Maya
Para seguir al dúo de bufones, Maya tuvo que recurrir al hechizo de invisibilidad Tenue, pues la pareja miraba constantemente a su alrededor, como si buscaran algo o temieran que les siguieran. Una vez invisible, seguirles fue sencillo, aunque se llevó algún que otro empujón de gente corriendo por aquí y allá.
Tuvo que seguirles durante un ratillo, dando un par de vueltas por el distrito, hasta acabar en las calles traseras que conducían a la plaza de la fuente. Allí no se veía ni un alma, estaba totalmente desértico de vecinos. Pero sí que hubo algo que bajó de golpe de un tejado, aterrizando frente a los hermanos rojo y azul: tres figuras aladas.
Los tres se parecían mucho, pero a la vez eran diferentes. Todos tenían un sombrero de pico, típico de los magos, y vestían con largas túnicas. Pero sin duda, lo más llamativo eran sus rostros totalmente negros y los brillantes ojos amarillos que brillaban al mirarlos.
Por suerte para Maya, su invisibilidad todavía duraría un poco más. Podía escuchar desde una distancia prudente lo que iba a ocurrir.
―¿Dónde está, pífate?
―¡Por qué no lo habéis traído, páfate!
―No hemos podido encontrarlo todavía, señores Son y Ton ―respondió el que portaba un bastón.
―Pero sabemos que está en el Distrito 1, hemos sentido su magia hace poco ―dijo el más bajo de los tres.
―Pero hay demasiada gente. Llamaríamos la atención, y el amo Kuja se disgustaría. Necesitamos el lugar exacto ―añadió el último.
Son y Ton se miraron y, sin mediar palabra, se pusieron uno enfrente del otro y juntaron sus manos, formando una esfera luminosa en medio. La esfera creció poco a poco, mientras los bufones recitaban unas palabras en algún idioma antiguo, hasta que tomó forma de lo que parecía ser un espejo. En el reflejo, podía verse a otra criatura muy similar a los otros tres monstruos, pero esta no tenía alas y parecía más pequeña.
A su lado, estaba Nicoxa (que sujetaba un enorme peluche con forma de cerdo).
La esfera se deshizo al poco, pero fue suficiente para tener una imagen clara.
―Está en el callejón detrás del hotel del Distrito 2, pífate.
―¡Traedlo de inmediato antes de que el amo Kuja se enfade, páfate!
―¡Matad a la chica si hace falta!
Los tres monstruos asintieron, desplegaron las alas, y salieron volando a toda velocidad. Su destino estaba más que claro. Ton y Son, por su parte, echaron a andar por las calles traseras, seguramente hacia la plaza de la fuente.
Maya debía decidir si les seguía, o si acudía al rescate de Nicoxa (quien seguramente necesitaría ayuda). Si decidía esto segundo... ¡Más le valía darse prisa!
Nicoxa
El pequeñajo corría que se las pelaba, y Nicoxa tuvo que esforzarse por no perderle de vista (¡sin soltar el peluchecerdo por el camino!). La carrera acabó en el callejón detrás de las tienda de objetos, donde el fugitivo se coló por unas maderas para escapar. Nicoxa tuvo que saltar por encima para poder seguirle, llegando al callejón que estaba detrás del famoso hotel del Distrito 2.
Ya no tendría que correr más, porque el pequeño se había caído de cara y miraba a la aprendiza desde el suelo, asustado.
―N-no me hagas daño, por favor. No lo hice a propósito, n-no sé controlarlo... ―explicó, tartamudeando un poco.
Se levantaría al poco, seguramente con la ayuda de Nicoxa, y si esta se mostraba amable, el chico empezaría a relajarse.
―Me llamo Vivi...
Bueno, ya le había alcanzado. ¿Ahora qué? ¿Le haría preguntas, le ofrecería su ayuda, o le regañaría por casi causar un incendio? Al menos, podía estar segura de que no saldría huyendo. Aunque tal vez ese callejón no era el sitio más seguro de todos para hablar... Pero si Nicoxa intentaba que Vivi volviera al Distrito 1, este se negaría: tenía miedo de que volvieran a pegarle.
¿Qué hacer, qué hacer?
Faltas:
· EspeYuna: 2
Fecha límite: domingo 7 de agosto.