A la señal del joven, salté. Antes de eso. La levanté mientras realizaba sus acrobacias para subirla al lomo del libro que estaba más a mi alcance para dejarla lo más alto posible. Pero entonces, mis ojos se tornaron de miedo. Casi al despegarme de la superficie, mi brazo tapó mis ojos. Estaba jodidamente dudando si sobreviviría a aquello. Uno debe saber sus límites, yo me dí cuenta en ese momento.
Intenté bajar la velocidad estirando mis piernas y el otro brazo, hasta los dedos. Maldecía no tener la camisa. Ahora eran trozos de tela desperdigados. Que descanse en paz, porque ya ha vivido una gran existencia. Me compraré otra, o se la compraré a Dylan… Total, era suya.
—Haz algo, ¡joder! —ordené mientras rezaba que me salvara el puto pellejo —. ¡Te voy a diseccionar como me parta una pierna! ¡O una mano!
Se acabó, morí. Requiescat in pace. Le cedo todos mis cómics, menos el porno, a Aru y el resto a Dylan.
Y con un gran grito de impotencia me choqué contra el lomo. Entonces el libro se volvió más violento y yo tuve tiempo para ponerme de un costado y proteger mis dedos. Quizá no mentiré con lo de que probé poner antes las rodillas y las piernas. Me dolía el cuerpo y el tobillo izquierdo a rayos. Me quejé y gruñí al dolor, quité el brazo y miré a Simbad con ira. Me agarré a Simbad mientras se movía el montón de páginas y luego, intenté acercarme a donde estaba. Tenía un bonito moratón de recuerdo, y me sujeté con frenesí al libro.
—Juro que cuando volvamos a la normalidad, y en Bastión Hueco… Te voy a cambiar los dedos de los pies de lugar. Primero voy a tener que pasar por la enfermería, creo que me he torcido el tobillo.
Y ahí estábamos cabalgando, con el viento en nuestras caras. Era tan hermoso, un rodeo infinito que básicamente me estaba dando dolencias. Me dolía el puto culo. Lo amo, creo que esto va a ir al basurero de “anécdotas para enterrar y olvidar”. El libro parecía majara, dando vueltas. Simbad tratando de domarlo o dirigirlo hacia el estante, y yo maldiciendo a todo aquel que tuvo la idea de meter un libro que encoge al cogerlo. ¡Puta santa ironía! Yo le digo a Aru que tenga cuidado al coger más libros y me toca la lotería. ¡Qué amor me tiene el destino!