· Prólogo
Eterna Oscura #01
· Capítulo Primero
Eterna Oscura #02
Eterna Oscura #03 & 04
Eterna Oscura #05
Personajes
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La cárcel de Saint Patrick, en Washington, USA, nunca había sido un lugar agradable. Se decía que por allí habían pasado los criminales más crueles y extraños del último siglo en el país; los más perturbados, los menos arrepentidos, los que se hicieron llamar a sí mismos, en su día, “supervillanos”. Algunos tuvieron trajes y artefactos que les otorgaban poderes. Otros, simplemente, creían que tenían poderes.
Los denominados “supervillanos” habían ido desapareciendo en los últimos años. Algunos habían perecido, víctimas de su propia locura, en un momento en el que creían poder volar o hacían uso de peligrosos experimentos que les diera poderes reales. Otros, sencillamente, se habían habituado a la sociedad que les rodeaba y eran ahora gente de a pie como cualquier otra persona, comenzando una nueva vida.
El descenso del número de infames en aquel lugar, sin embargo, tenía un factor denominador en todos los casos.
La desaparición repentina de la Eterna Oscura.
En la cárcel de Saint Patrick este era uno de los temas favoritos de conversación entre los presos. Una simple mujer había llenado aquel lugar de criminales y maleantes, para, un día cualquiera, desaparecer de la faz de la tierra. Fuera de los muros de la prisión, la gente que vivió aquellos días, años antes, se engañó a sí misma pensando que sólo había sido un truco publicitario. Pero allí dentro, los presos sabían bien lo que habían vivido. No deseaban nada más que averiguar quién era aquella maldita mujer, para hacerle una visita a su salida y ajustar cuentas. Pero aquello parecía ser cada vez menos posible a cada momento que pasaba.
Ya no quedaban supervillanos. Paradójicamente, parecía que eran incapaces de existir sin un ente que les frustrara sus planes, que les sermoneara y los llevara nuevamente a la cárcel por intentar acabar con una figura importante o esclavizar la humanidad. ¿Habían sido reales aquellos años en los que en las calles de Saint Patrick una sola mujer había apresado las mentes criminales más importantes del momento? La gente lo había olvidado ya; incluso los reclusos fingían haber olvidado esos días.
Pero él no.
En lo más profundo de la prisión, alejado del resto de presos, marginado, se encontraba él. El último vestigio de la superheroína que se negaba a desaparecer. Encerrado en una celda especial, con barrotes electrificados y sin ventanas al exterior, un hombre que rondaba los cuarenta años cantaba una siniestra nana en solitario, sin nadie que le escuchase nunca. Los guardias siempre evitaban a aquel individuo, como si una maldición le rondara y fuera contagiosa para cualquiera que se acercara.
Su nombre real jamás se había averiguado. Antes de aparecer un buen día quemando un orfanato, parecía no haber existido nunca. Se hacía llamar a sí mismo “Diablo”, y las palmas de sus manos estaban cicatrizadas con dos estrellas circunscritas en dos círculos. Aseguraba poder invocar a los demonios a aquella realidad. Nunca se demostró.
Aseguraba ser el mayor enemigo de la Eterna Oscura. Afimaba conocer su identidad y sus mayores secretos. Cuando desapareció, los medios de comunicación se lanzaron, todos juntos, a interrogarle para ver qué le podían sonsacar. Finalmente, el alcaide de la cárcel prohibió las visitas al sujeto temporalmente. Igualmente, aparte de la prensa, nadie iba a visitarle. Había destruido familias, vidas. Y él no dejaba de cantar aquella siniestra nana.
Pero aquel día, el último recuerdo de la superheroína desaparecería con él. Aquel día sería ejecutado.
Fuera nevaba. No podía verlo, pero lo sabía. Con una sonrisa diabólica, recitaba en voz baja la nana, sin parar. Le gustaba cantarla siempre, le traía buenos recuerdos, recuerdos de días que jamás volverían ya, por mucho que lo deseara.
Duerme, bebé, duerme,
que yo te protegeré
de la malvada oscuridad.
Ella no se te acercará
pues yo soy la luz
de este mundo desigual.
No llores, no lo hagas,
tus lamentos atraen a los demonios
que tu alma se llevarán.
¿Qué haré si me quedo solo?
¿A quién cantaré entonces?
Duerme, bebé, duerme.
Un guardia surgió entre las sombras. Llevaba una porra eléctrica y una pistola para evitar que el preso escapara de allí, como tantas veces había pasado años antes. Parecía serio y contento ante la cercana ejecución del hombre.
—Hora de hacer tu última visita a la silla, Diablo —le anunció.
Diablo interrumpió su nana, sin levantar la cabeza. Su cara estaba tapada por su pelo, descuidado, largo y sucio. Sus manos estaban juntas, en posición de oración.
—Creía que tendría un banquete final antes de mi ejecución —señaló sin levantar la cabeza. El guardia echó una carcajada.
—Los monstruos como tú no merecen comer. Merecéis pudriros en el infierno.
—¿Te has comido tú mi banquete?
—Era lo mínimo que podías darme después de todo lo que me quitaste.
Diablo se quedó callado unos segundos, inmóvil.
—No te sigo.
—¡Mataste a mi mujer, bastardo! —le acusó—. ¿No te acuerdas? ¡Octubre de 2004!
—He matado a muchas mujeres. Siento no acordarme; no sería importante.
El guardia apretó su puño con fuerza. Quería matarle él mismo, allí, en ese momento. Pero no, debía esperar sólo unos minutos. Él mismo estaría en la ejecución.
—Disfruta de estos últimos momentos de tu vida, hijo de puta —le aconsejó el guardia, abriendo la puerta de la celda.
El hombre se acercó a Diablo y éste levantó sus manos hacia él para que le pusiera las esposas.
—Qué extraño que no opongas resistencia —señaló el guardia con sarcasmo—. ¿Te has disculpado ya con Dios?
—Más bien creo que es él el que se debe disculpar conmigo.
El guardia le observó con ira. Le colocó las esposas y le obligó a levantarse, colocando su mano sobre su hombro y comenzando a caminar.
Comenzaron a desfilar por el llamado corredor de la muerte. Los reclusos en el camino se habían acercado a los barrotes para ver atentamente al mayor criminal que la ciudad había visto jamás. Más de una centena de muertos, decenas de violaciones, una docena de edificios destruidos se le adjudicaban. Y él había admitido todos y cada uno de esos crímenes, jactándose de ellos.
—¡Muerte al demonio enviado por Satanás! —gritó uno de los presos.
Todos comenzaron a gritar como locos, deseando la muerte del criminal. Hasta incluso en los hombres más malvados se le temía, como el puro mal encarnizado. Diablo hizo caso omiso a todos ellos, caminando simplemente hacia su destino final con una sonrisa. Los guardias de la prisión ni siquiera se molestaron en acallar a los reclusos; algunos, incluso, se unieron al vitoreo.
Finalmente llegó a la habitación de ejecución. El guardia que le acompañaba le sentó en la silla y le colocó la esponja humedecida en la cabeza. Mucha gente había ido a ver su ejecución, como si de un espectáculo se tratara. Su muerte iba a ser una primicia, y después de aquello, nadie recordaría aquellos años gloriosos de los supervillanos. Nadie.
—¿Unas últimas palabras? —preguntó alguien, en el que Diablo no reparó. El alcaide de la prisión estaba allí, observándole con ira.
—Sí —anunció Diablo—. El mundo no puede vivir sin mí.
El alcaide hizo una seña para comenzar la ejecución. Diablo sonrió con fuerza y observó al público. La gente que le veía sintió un escalofrío por la espalda al ver sus ojos marrones profundos.
—Adiós, Diablo.
La palanca que daba comienzo a la descarga fue bajada por un guardia.
Pero nada sucedió.
Diablo seguía observando al público, impasible. Y comenzó a recitar su nana habitual.
—¿Qué sucede? —preguntó el alcaide. El guardia se encogió de hombros y volvió a bajar la palanca, pero nuevamente nada sucedió.
Diablo continuaba recitando su nana, aparentemente feliz. El alcaide apartó al guardia y bajó la palanca varias veces, sin éxito en ninguna de ellas.
—¿Qué demonios está sucediendo?
Y entonces, el milagro que esperaba Diablo sucedió.
Un piso encima, una descomunal explosión acabó con la vida de varios presos y guardias. La explosión acabó también con varias columnas, y el piso comenzó a derrumbarse lentamente. Escombros de la cárcel cayeron al piso inferior, asustando al personal.
El público salió corriendo lo antes posible, al darse cuenta de que la prisión se les venía encima literalmente. Diablo se quedó sentado en su sitio, recitando su nana, pese a verse rodeado de polvo y escombros cayendo a su alrededor. Tocó con las palmas de sus manos la metálica silla donde se encontraba.
Entonces, los grietes que le mantenían atado a la silla se soltaron y Diablo se vio liberado. Con naturalidad y tranquilidad se levantó de su asiento, todavía recitando su siniestra canción.
Se acercó al guardia que le había acompañado y le observó. Éste se quedó encogido en el suelo al darse cuenta de que el preso se había liberado.
—Tengo hambre y te has comido mi comida.
El guardia se asustó. Creyó haber entendido una idea horrible, asquerosa, demoníaca.
—No —le suplicó—. Espera, ¡espera! Este lugar se está derrumbando. Tenemos que salir de aquí, ¡no me puedes…!
—Tengo mucha hambre —explicó Diablo, abriendo ampliamente los ojos—. Y tú —se agachó a él— te has comido mi comida.
El guardia gritó. Es lo único que podía hacer.
Cuando el equipo de búsqueda, horas más tarde, buscase los cadáveres que habían quedado en el derrumbe de la prisión, sólo encontrarían sus huesos.
Comenzamos una nueva etapa. Una etapa oscura, pero a la vez esperanzadora. Una etapa aparentemente eterna, pero como todo, tiene su fin.
Eterna Oscura cuenta la historia de Soiartze Aran, una mujer que fue superheroína. Intentando olvidar el pasado, éste acabaría encontrándole a ella. Ahora es su decisión cómo actuar...
Del creador de Players: the Broken Dreams llega esta historia de superhéroes y supervillanos que se centra en la psicología de los personajes de modo profundo.
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