Mog dio vueltas a la manza, observándola atentamente mientras los aprendices de la Llave Espada contestaban a sus dos sencillas pregunta. Veía sinceridad en sus respuestas, pero no lo que había querido ver. Apartó la vista del fruto y se dirigió hacia los tres.
—Admitís que no habéis hecho un buen trabajo en equipo, kupó. La segunda mitad del combate ha estado mejor, más planificada, pero no ha sido suficiente. De llegar a ser tres Sincorazón, estaríais ahora vagando por ahí en busca de nuevos corazones, kupó. Tenéis que aprender a partir de ahora a luchar en grupo y no de forma tan individual.
Mog lanzó la comida al aire, en dirección a Mogara, Moglar y Cosmog. Este último la cogió en el aire y la olisqueó, acercándo la manzana a sus compañeros rosados, que se alegraron de tener el preciado fruto como una recompensa, el cual repartieron en tres partes equitativas.
—Ronin y yo hemos decidido que mis súbditos serán quienes se llevasen la manzana en caso de que no decidiesis a quién dársela entre los dos. No os la habéis ganado; en mi opinión, fue Gray el más colaborador, pero dependía de vosotros, kupó.
—¡Mala suerte, muchachos! —lamentó Ronin, echando una gran carcajada al aire—. Probad suerte en la próxima ocasión. ¡Seguro que el hambre os hace aprender a trabajar todos juntos! Podéis iros.
—Moguris, podéis descansar hasta dentro de una hora, kupó —señaló Mog—. Nos reuniremos aquí entonces para la asignación de labores y volver a colocar bien las mesas del comedor.
Las puertas del comedor fueron abiertas y la gran mayoría de la gente abandonó la estancia, incluyendo a Mog y al Maestro Ronin. El entrenamiento había sido insuficiente y no habían ganado la batalla contra los moguris; para colmo, el hambre que tenían era atroz, y no tenían nada con lo que pegar bocado. Pero habían aprendido la más importante de las lecciones que allí podrían haber obtenido: el valor del trabajo en equipo.
Probablemente pensaron en irse cuando la sala estaba casi vacía, pero entonces uno de los moguris se acercó al pequeño grupo. Se trataba de Mogara, que volaba hacia ellos lentamente, como si tuviese nervios.
—Kupó... Siento que os hayáis quedado sin comida por nuestra culpa, kupó... —se lamentó con la cabeza agachada, como si realmente fuese su culpa—. Sé que no es mucho, pero... Tomad mi porción de manzana, kupó...
Mogara les estaba ofreciendo todo lo que tenía de comida, que no era más que una tercera parte del fruto que se había esforzado en ganar.