Habían pasado ya varios días desde mi último entrenamiento con un Maestro que no fuese Nanashi. En realidad, desde que practiqué con Exuy y Hikaru, no volví a tener la oportunidad de encontrarme con Kazuki o Yami para más lecciones además de las que nos impartieron aquel peculiar día en el que, añadido a varios ejercicios de magia y algunas tonterías relacionadas con monturas emplumadas, tuvimos que encontrar nuestra afinidad.
La mía era Gravedad. Aparentemente, no habían muchos Aprendices en Tierra de Partida con tal afinidad mágica. En realidad, por lo que había escuchado, yo era el único hasta el momento. Tal vez me equivocaba, o tal vez no, pero lo único cierto era que, por culpa de mi agrandada urgencia de superar mis propios conocimientos, tenía que superarme a mí mismo. Aquel mediodía en el que Nanashi decidió darme un descanso llevaba ya un buen rato entrenando mis habilidades en los jardines, cerca de las extrañas esculturas doradas que, al parecer, servían precisamente para ser golpeadas.
Sujeté mi Cadena del Reino con fuerza en mi mano derecha, haciendo lo posible por continuar blandiéndola por un solo lado incluso si mi brazo comenzaba a cansarse; todavía no era tiempo de cambiar a la siniestra. Con un fuerte pisotón que arrancó unas cuantas hebras de césped, arranqué a toda velocidad, dispuesto a llegar a mi objetivo. La escultura que tenía en frente recibió un fuerte golpe que la hizo girar con fuerza, pero antes de que pudiese dar la vuelta completa y golpearme de nuevo, yo ya me había alejado para golpear a la segunda. Luego, sin detener mi carrera, intenté dar varios pasos en vertical en uno de los árboles que había alrededor.
—¡Pseudo-Gravedad! —rugí cuando sentí que mis piernas no podrían llevarme más lejos. Sintiendo el mundo ralentizarse a mi alrededor, intenté dar un giro mortal hacia atrás y caer de pie. La suavidad con la que mi cuerpo recorría el aire gracias a mi hechizo me ayudó bastante a calibrar mi giro, pero incluso bajo los efectos de la magia caí sobre mi espalda, fracasando en mi objetivo.
Sujeté con fuerza la empuñadura de la Llave y me quejé con frustración. Si continuaba así, me tomaría días enteros en conseguir la aprobación de Nanashi para salir de Tierra de Partida. Entrenar con árboles y anillos gigantescos no era lo mío. Necesitaba practicar con alguien. Y si mi Maestra no estaba presente...
Me puse de pie, sacudiéndome el césped del traje. Había tres Aprendices que podían ayudarme, pero una en especial gozaba ya de la confianza para que me acercara a ella. No sabía cuáles eran sus habilidades, pues no coincidía con ella en los Entrenamientos y, excluyendo el hechizo Electro, no le había pedido que me mostrara lo que podía hacer. Pensé, tal vez, que aquel día era el adecuado. Secándome el sudor de la frente para intentar no verme tan desaliñado, me dispuse a encontrar a Mei.