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—¡Por fin, hemos llegado! ¡Sí, sí, sí! Naturaleza bonita, ¡sí! A las dos nos gusta... el cantar de los pájaros, con esos colores tan bonitos. ¡Las flores, desde aquí se huele! ¡Se huele que están contentas, sí...!
Tanto Ike como Enok seguían sin comprender las peculiares palabras de la Maestra Yami, pues la mayoría no tenían sentido alguno. Pillados por sorpresa en su entrenamiento con el Maestro Kazuki, la joven alocada llegó a interrumpir su clase, exigiendo "examinar" a los aprendices que se encontraban en los jardines.
Por suerte o por desgracia —suerte si consideraban aburridas las clases de Kazuki, desgracia si les estaba pareciendo interesante sus enseñanzas sobre magia—, la Maestra Yami se acercó a ellos dos, quienes por casualidad habían estado entrenando juntos bajo la tutela del perezoso Maestro.
—¡Sois perfectos, sí, sí! —exclamó, bailando alrededor de ellos— ¡Me los llevo, sí! ¡Sois adorables!
Y sin poder hacer nada para evitarlo, Yami cogió con ambas manos las de Ike y Enok, llevándoselos a dios sabe dónde...
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Los dos siguieron a Yami hasta aterrizar en un mundo que, desde sus Gliders, podrían percatar que el color verdoso de los árboles lo inundaba. Tras hacer desaparecer sus Gliders y sus armaduras, la Maestra Yami se ajustó el kimono y comenzó a llenar de aire sus pulmones.
—¡La Madre Naturaleza! ¡Bonita, sí! ¿¡Verdad que sí!? —exclamaba, queriendo escuchar la opinión de los dos aprendices. Tras ello, siguió con su discurso— Bueno, bueno, vamos a organizarnos, sí, sí, sí. Estamos en Selva Profunda. ¿Profunda, por qué profunda? ¡Pues porque será profunda! Sí, sí... ¿por dónde iba? ¡Ah, sí, sí! ¡Exploración! No todo vale en la lucha, ¡no, no! Hay que saber moverse, moverse por los mundos.
Yami hizo una seña para que mirasen a su alrededor. Habían aterrizado en una bonita playa, podían sentir el olor a sal y la brisa marina acariciarles el rostro. Si observaban con detenimiento, encontrarían dos posibles rutas a seguir: una que conducía a las profundidades de la selva. Y otra, que les haría subir por una bonita colina.
De repente, se escuchó un potente rugido. No sabían de dónde provenía exactamente, pero si eran listos comprenderían que no era de un animal del todo "amistoso". Salvaje era la palabra más adecuada. ¿A qué clase de mundo les había traído la loca de Yami?
Sin embargo, ella parecía disfrutar de cómo sus pies desnudos eran acariciados por la marea, incluso llegando a mojarse el kimono que arrastraba consigo.
—Bueno, bueno, ¡vamos, vamos! ¡Decidid! Yo iré por un camino, vosotros por el otro —la joven, si había escuchado al animal, no le había prestado la menor importancia—. ¡Será divertido, emocionante, sí, sí! ¡Luego nos reuniremos, y nos repartiremos flores, sí, sí! ¡E información, claro que sí, nosotras dos queremos un informe de todo lo que veáis!
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