Justo antes de entrar en la torre tras sus compañeros, Exuy le preguntó al chico peliazul acerca de las motivaciones de los sincorazón. Rebecca le había respondido aquella misma pregunta tiempo atrás, en Port Royal, pocos instantes después de que los rescatara a Hana y a él de los sincorazón y de un peligroso incendio. El chico sonrió con amargura al recordarlo, seguramente era de las pocas lecciones útiles que había recibido por parte de su maestra.
Sin responder, vio como el zagal de la capucha se sentaba en uno de los escalones del pórtico de la torre y empezaba a dibujar de nuevo a toda velocidad. Probablemente… había hallado la respuesta él mismo. Edge soltó una de sus peculiares sonrisas y entró dentro de la torre. Seguro que su compañero no tardaría en seguirlos.
Pasó por el lado de Kit y Alec, que recién habían reprendido sus discusiones, y, haciéndoles caso omiso, observó el lugar. Simple y de decoración austera, parecía un vestíbulo más bien corriente. Bajo las escaleras de caracol que ascendían por la torre se encontraba un peculiar atril con un fajo de hojas gastadas, de ellas parecía provenir mágicamente aquella serena pero inquietante melodía. Edge se acercó y las examinó con detalle, parecían viejas partituras y, en la primera página, podía leerse un título.
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Lacrimosa… ―musitó.
El joven, absorto completamente en lo que ahora le ocupaba, acercó su mano a la obra con intención de cogerla cuando…
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¡Claro! ¡Claro que quiero subir! Creo que estamos perdiendo el tiempo en esta sala, y que alguien debería quedarse fuera vigilando mientras los demás suben. ¡Vamos, subid, subid!Edge se dio la vuelta para mirar al grupo. Al parecer las disputas entre aquel par de sabiondos proseguían. El joven de las cicatrices abandonó el atril sin más para volver con sus compañeros y levantó la cabeza. A medio tramo de las escaleras seguían ascendiendo atravesando una extraña nube de color irisado. ¿Subir o no subir? Aquel era el motivo de la discusión. Alec parecía interesado en subir y descubrir que había más allá, mientras que Kit era contrario a arriesgarse a entrar en contacto con aquel fenómeno mágico.
De pronto vio como el muchacho de las gafas y autoproclamado tutor del grupo, indignado, se acercaba al atril y cogía la partitura que reposaba encima de él.
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Señorito Kit, la curiosidad mató al… ―la sonrisa se borró de su rostro.
El volumen de la música aumentó de tal manera que Edge se vio obligado a llevarse las manos a las orejas. Una misteriosa y poderosa corriente de aire surgió del pergamino y rodeó a Ivan mientras lo elevaba en el aire.
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¡Señorito Kit! ―exclamó el chico peliazul.
Echó a correr hacia su compañero en pos de ayudarle cuando una intensa luz violeta lo cegó. Cuando pudo abrir de nuevo los ojos Ivan Kit ya no estaba allí. En su lugar sólo quedaba la partitura enrollada y sellada por una cinta. Edge se agachó y lo cogió. Trató de abrir el cilindro pero no hubo manera, debía ser cosa de magia.
Sin más dilación se acercó a sus compañeros mientras se guardaba el pergamino en un bolsillo de su cazadora. Miró de nuevo hacia arriba, hacia aquella extraña nube, y empezó a subir las escaleras de caracol.
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Si hay una respuesta… la encontraremos allí ―dijo seriamente, sin mirar atrás.
En un lugar de su abrigo la melodía de la partitura seguía sonando, pero esta vez mucho más bajo.