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—¿Sôkar, eh? —Alexis, acomodada en su silla, mostraba una clara curiosidad por la actitud del animal. Tras escuchar sus preguntas, decidió contestarle— Estamos en el hotel del Distrito 2. Y bueno, simplemente los mandé a paseo, como suele decirse.
Sôkar abrió los ojos como platos al escuchar las palabras de la chica. Su memoria volvió al principio de la noche, recordando el silencio que reinaba en el hotel cuando había ido en busca de comida, y no pudo evitar preguntarse si que ahora estuviera en una de sus habitaciones con Alexis era una coincidencia o no. Sobre la paliza, el perro tuvo la tentación de preguntar qué les había hecho exactamente, pero optó por no decir nada. En el fondo, prefería no saberlo.
Sôkar devolvió su atención hacia la muchacha, y por unos segundos le pareció ver una sonrisa tétrica en sus labios, aunque enseguida cambió por una cara de tristeza.
—Son asquerosos, ¿verdad? —preguntó la niña, acercándose hacia el animal y agachándose a donde él estaba arrinconado— Equivocarte con los Sincorazón, menuda panda de imbéciles. Se nota que están cegados por el miedo.
Reprimiendo su primer impulso de huir, el sincorazón permaneció en el sitio observando a la chica. De pronto, Alexis cogió una de las patas de Sôkar. Su reacción fue instintiva y automática: apartó la pata y pegó un brinco para alejarse de la muchacha, volviendo a refugiarse en la esquina contraria de la habitación. Allí, se miró la pata agarrada y se fijó en un detalle que antes le había pasado desapercibido: estaba vendada. Pero, ¿cómo...? Devolvió su mirada hacia Alexis, preguntándose si habría sido ella. Una humana, ¿ayudándole?
Pasaron unos segundos de incómodo silencio, hasta que finalmente Sôkar decidió hablar.
—¿Has sido tú? —preguntó, levantando la pata vendada— Supongo que debería darte las gracias. Por salvarme de la paliza y...por todo.
>> Pero...¿por qué lo haces? ¿Por qué me ayudas?