¿Cincuenta platines? El tic del ojo del muchacho de los refrescos se volvió mucho más violento de golpe. El cuaderno que tenía entre sus manos estaba ya prácticamente inutilizable, por lo que ya daba igual qué respuesta diera. Con una sonrisa histérica levantó sus manos, las dirigió hacia el cuello de Neru y...
—¡Muchas gracias por sus respuestas! Coca Cola Company podrá mejorar gracias a su ayuda —comentó el chico ilusionado, volviendo a la total normalidad de nuevo—. Si quiere de nuevo alguno de sus productos, ¡ya sabe! Se venden en cualquiera de las tiendas estacionadas por toda la ciudad. ¡Y tome, una Coca Cola más!
El chico se llevó la mano a la mochila y sacó una cuarta lata de Coca Cola que entregó a Neru, pese a no haber terminado aún su tercera. Al menos sed no pasaría aquel día.
—¡Que pase un buen día!
Y tan rápido como vino, se fue por el camino este del solar deportivo, dirigiéndose hacia el lugar del cual provenía el traqueteo de un tranvía.
Neru tuvo unos segundos para recuperar el aliento. Aquel muchacho era claramente peligroso: tenía un boli y sabía utilizarlo. Si alguien le daba una respuesta que no le gustara sólo dios podía saber qué haría para tranquilizarse. Claramente, la cafeína de aquella cosa era mala.
Y cuando probablemente se planteara marcharse, llegó el niño que había estado hablando con el dependiente de la tienda, que ahora había cerrado su comercio para irse corriendo directo hacia su casa. El chico apenas rondaría los once o doce años, y pese a ello vestía de una manera muy elegante, con un traje blanco y pantalones cortos verdes. Además, parecía inusualmente serio para alguien de su edad.
—
¡Eh, tú, tío raro! ¿Adónde ha ido el niñato que te ha dado esa porquería?