Vladimir me abrazó, dejando los papeles y el libro que siempre llevaba en el suelo. Lo había ayudado a reunir unas pocas piezas del rompecabezas de su pasado. Conocer los orígenes propios es el primer paso o, al menos, uno muy importante, para llegar a conocerse a uno mismo por completo. Yo tampoco llegaba a recordar cuál era aquel mundo en el que habíamos coincidido, pero cuando aquel chico me aseguró que lo volveríamos a visitar, juntos, le creí.
Estaba llorando, pero no parecía roto. Vladimir estaba contento y yo aliviado por ello. Ahora estaba un paso más cerca saber la verdad sobre sí mismo. ¡Y yo había tenido dudas sobre si aquello iba a ser una buena idea! Me daba igual lo que Madre dijese: preocuparme por los demás no era mi debilidad, sino mi impulso. Una fuerza de voluntad que me permitía crecer a mí y a todas las personas a las que fuese capaz de ayudar.
Lo que sí es innegable es que, a veces, trae consecuencias.
Un ominoso brillo surgió de la carpeta que yacía ahora en el suelo delante de mí. Vladimir no se dio cuenta al principio, pero yo no pude evitar alamarme. El resplandor, que envolvía otra de las páginas gastadas guardadas en el archivador, parecía igual que el que habíamos visto hacía un momento. Sin embargo, en unos instantes se tornó rojo. El libro del chico pareció reaccionar con aquella hoja y, entonces, ocurrió. Un sonido que me taladró los oídos y una oscuridad que envolvió todo a nuestro alrededor por uno sinstantes. Cuando pude darme cuenta de lo que estaba pasando, ya estábamos rodeados.
Siete seres de oscuridad nos clavaban sus brillantes ojos desde cada rincón de aquella habitación. Mi instinto no me permitió pensar en otra cosa en cuanto los vi.
“Sincorazón.”
Los miré uno a uno, en tensión, sin moverme. Una sombra lánguida con aires de mal augurio. Una sombra alegre con poses de maníaco. Una sombra menuda de porte inexpresivo. Una sombra elegante de silueta autoritaria. Una sombra tranquila de gestos amanerados. Una sombra colosal de impasividad imponente. Una sombra animal de instinto rabioso.
¿Por qué habían aparecido en aquel lugar? ¿En aquel momento? ¿Lo había hecho el libro de Vladimir? Pero, ¿cómo?
El chico me agarró fuerte, como si temiese que aquellas cosas iban a llevarme con ellos.
—¡No te lo llevarás! ¡No quedaré solo de nuevo! —exclamó, casi imponente.
—¿Qué está ocurriendo, Vladimir? —pregunté, un tanto alarmado— ¡Tenemos que salir de aquí, ahora! ¡No podremos con tantos a la vez!
Miré a mi alrededor buscando nuestras posibles vías de escape, pero los sincorazón nos podrían alcanzar fácilmente hiciésemos lo que hiciésemos. ¿Habían venido a por nosotros o buscaban algo distinto? Las preguntas se me agolpaban en la cabeza, pero sabía que aquel no era el momento de buscar sus respuestas. Invoqué mi Llave Espada, esta vez con intención de usarla, e intenté observar los movimientos de aquellas bestias. Vladimir me seguía sosteniendo, con decisión.
Si atacaban, estaba seguro de que nos protegeríamos mutuamente.