No había palabra alguna que hubiese brotado de los labios de Nadhia y que no me resultase absolutamente interesante. Ni siquiera la vasta de biblioteca de Bastión Hueco podría compararse cuando se trataba de conocer la vida de Nadhia. Todo, si giraba a su alrededor, de pronto se volvía inexplicablemente atrayente. Y mientras su historia comenzaba a construirse en mi cabeza mientras ella y yo hablábamos más y más, mi necesidad de estar con ella parecía aumentar exponencialmente.
Tal vez aquel era el día, con todo lo que había ocurrido y estaba ocurriendo. Tal vez ése era el día en el que finalmente lograría admitir que comenzaba enamorarme de ella.
El día pareció irse en un parpadeo. Mientras esperábamos el momento perfecto para ver el atardecer, Nadhia me mostró lo que me quedaba por conocer de su pequeña Villa. Primeramente, una escalinata que tenía diferente número de escalones dependiendo de a partir de dónde se comenzaba a contar; aunque, incluso cuando intenté calcular el volumen ocupado por cada losa y multiplicarlo por el área aproximada, finalmente el total siempre terminaba siendo el mismo. Los túneles del subterráneo alojaban un curioso eco cuya fuente era imposible de precisar, mientras que el agua de la fuente formaba un espejo perfecto donde los dos podíamos vernos reflejados. Y aunque eran simples y cotidianos paseos, con Nadhia eran completas aventuras.
Y sí, como dije, el día con ella pareció irse en un parpadeo. Pronto el sol estaba a punto de caer y Nadhia me llevó a la colina de la que había hablado, donde nos sentamos sobre el césped.
Luego me preguntó sobre mi pasado, decidiendo tal vez que ya era hora de que fuese yo quien respondiera en lugar de que hiciera las preguntas.
—
Bueno, cuando digo mestizo quiero decir que... —comencé, empezando a arrancar trocitos de césped como solía hacer cuando tenía que contar algo en los jardines—.
Mi padre es un noble porque mis abuelos eran nobles. Y mis bisabuelos lo eran también. Quiero decir, al menos en teoría. Realísticamente, no puede tener sangre tan pura y un número normal de dedos —reí, burlándome un poco de la a veces desagradable manera en la que los nobles buscaban conservar su pureza—.
Mi madre es hija de un herrero. Y alguna vez, mi padre decidió que quería aprender a curtir pieles, a forjar hojas, a refinar joyería... Y allí se conocieron, cuando él decidió pedirle a mi abuelo que le enseñara —conté, sonriente, recordando la historia que mis padres nos habían contado millones de veces a Leliana y a mí. Y aunque antes me resultaba aburrida y tediosa, ahora era casi entusiasmante y divertida.
Todo era tan diferente sin tenerlos a ellos...
—
¿Cómo iba el abuelo a decir que no? Él era de la nobleza y ambos estaban enamorados. Era perfecto. Al cabo de dos años, un pequeño Xefil estaba en camino.
>>Así que eso me vuelve mitad y mitad, ¿entiendes? —quise confirmar, sonriente, alzando los dos índices de mis manos para ilustrar lo que estaba diciendo—.
Mitad noble, mitad plebeyo. Eso sí, no se trata de tener lo mejor de ambos —declaré, mirando a la lejanía, aunque en realidad intentaba recordar mi infancia. No había mucho que evocar, pero estaba seguro de que no había sido muy agradable—.
Te lo había dicho antes: muy plebeyo para los nobles, muy noble para los plebeyos. Cuando era pequeño, incluso, los padres de los nobles prohibían a sus hijos que jugaran conmigo. Quiero decir... ¿imaginas? Incluso algo tan inocente como eso... Como si los fuese a contagiar de alguna plaga o algo —mientras hablaba, no pude evitar que poco a poco se me borrara la sonrisa.
Y no obstante, ésta volvió al instante, cuando unas palabras brotaron de mi boca sin realmente haberlas pensado antes:
—
Pero estaba esta grandiosa chica, Erika, a quien...Me detuve y fruncí el ceño, extrañado por aquello. Aquello... Erika era un nombre que me sonaba, pero...
¿"Estaba esta grandiosa chica"...? No era algo muy agradable que decir frente a la que acababa de besar.
—
Oh, yo... yo... —balbuceé—.
Creo que no me acuerdo tan bien como creía...Me encogí de hombros y le obsequié una sonrisa tímida a Nadhia.