Estaba resultando imposible alcanzar a 626, y parecía que el maldito lograría escaparse así como así de nosotros, hasta que por un golpe de suerte fue detenido por unos Sincorazón al chocar contra ellos y logré quedarme lo suficientemente cerca de él como para hacer lo que pretendía, era ahora o nunca.
Hiperpropulsor activado.
Sistema cargándose.
¿Qué diablos era aquella voz? Fuese lo que fuese la omití y lancé dos Electro a la nave del Experimento, la cual pareció empezar a fallar tras aquello. 626 parecía nervioso y nos empezó a hablar en un idioma que desconocía por completo y gesticuló cosas que no comprendí; seguramente relacionadas con que nos fuésemos o nos muriésemos, ambas eran opciones válidas conociéndole lo poco que le conocíamos.
Ahora sí que no te vas a escapar...
Atención: sistema de orientación fallando.
Fallo en la navegación. No conectar el hiperpropulsor.
Repito. No conectar el...
626 empezó a golpear el cristal gruñendo, pero de todas las veces que había visto al pequeño ángel demoníaco, esta era la que parecía más asustado de todas. ¿Qué diablos le habrían hecho los Electro a su nave para que se pusiese así?...
Traté de acercarme un poco a él, cosa que lamentaría a los pocos segundos de haberlo hecho.
Algo se activó, quizá el hiperpropulsor aquel que la voz había nombrado varias veces, o quizá otra cosa de la nave para casos de “emergencia” como debía de ser este. El caso fue que una terrible onda expansiva dio lugar sin darme tiempo a reaccionar lo más mínimo, empezaba a perder el control del Glider y todo empeoraba por momentos.
Lo peor fue comprobar mientras me alejaba como 626 y su navecita roja ya no estaban... ¿habrían sido destruidos por aquella onda? Era más que improbable, seguramente aquel maldito habría logrado su objetivo: huir lo más lejos que pudiese de nosotros y de la Federación.
Nada más lograr estabilizarme, algo impactó contra mi vehículo, a la vez que me sacaba fuera de él y me dejaba flotando a la deriva.
Mi cuerpo parecía estar agotado por todos los esfuerzos que estaba realizando aquel día, y mi pie no dejaba de doler aún más debido a las fuertes sacudidas acontecidas en los últimos minutos. Me estaba quedando sin fuerzas cuando no debía, y aquello podía salirme caro.
Uy. Cuídate de lo que tienes casi encima.
Al mirar a mí alrededor comprobé con fastidio como otro misil venía raudo y veloz contra mí. No me quedaban fuerzas, pero como aquello me impactase seguramente tendrían que buscar los trocitos de mí que quedasen por el espacio para organizar mi funeral. Y no estaba dispuesto a eso, ni mucho menos.
¡¡Maldita sea joder!!
Incorporé la mitad superior de mi cuerpo como pude sin mover la inferior debido al dolor que estaba sintiendo por mis piernas, y pegué mis manos abiertas una al lado de la otra mientras lanzaba una Flama Tenebrosa por cada una de ellas contra el proyectil.
Mi cara empalideció cuando comprobé que mis hechizos ni tan solo habían desviado su trayectoria, aquel misil venía directo a por mí y dudaba que pudiese sobrevivir si recibía su impacto.
Desesperado, traté de “nadar” en el espacio y moverme, pero no podía. Aquello me iba a matar.
―Fulgor.
O no.
Una técnica que me resultó vagamente familiar arrasó y se llevó por delante al misil y la nave que había tenido la mala suerte de dispararlo. Pensaba que iba a salir volando de nuevo dada la gran explosión que habían causado tanto la nave como el misil junto con la técnica, pero alguien me sujetó con firmeza para que no lo hiciese. Antes de que pudiese darme cuenta me encontré siendo mecido en los brazos de una mujer.
Por extraño que pareciese, aquello ni tan solo me molestaba y lo prefería mil veces más que salir volando y despedido al espacio. Fuese quien fuese la persona que me mantenía en sus brazos, era la primera vez que me había podido sentir seguro desde que había puesto un pie en aquel mundo de locos.
―¡Anda, mira lo que he pescado! ―a pesar de encontrarse en una armadura, reconocí aquella voz. Una voz que en su día me había podido resultar molesta e irritante por la persona de la que procedía, pero a la que me había acostumbrado con el paso del tiempo en Bastión Hueco y a la cual incluso me había encariñado. Se trataba sin duda de la Maestra Ariasu, la cual conservaba su característico gorro, y naturalmente era la persona a la que había visto hacer con anterioridad aquella Magia tan poderosa―. ¿Estás bien, Saitito?
No pude evitar hacer el comienzo de una vaga y sincera sonrisa a través de mi armadura, ya que el apelativo cariñoso de Ariasu me había hecho sentir como si me encontrase en los muros del Castillo de Bastión Hueco, el cual ahora era mi hogar.
―Creo que es la primera vez que estoy bien en todo el tiempo que llevo aquí Maestra. Sin contar algunas heridas superficiales, esto es lo que más me preocupa ―señalé mi pie izquierdo― una caja de varias toneladas me lo acabó aplastando, y me duele mucho.
―Oh, ese no es de los míos ―dijo tras lo que pareció un análisis de nuestro alrededor, y detenerse por supuesto en Neru―. Una pena que estemos tan cerca de la Federación, a Shinju le encantaría que se lo llevase como juguete. Últimamente rompe todos los que le llevo.
»Será mejor que entremos, la Consejera estirada me está esperando. Ah, pero antes...
Con una facilidad asombrosa, liberó otra vez aquella magia tan devastadora arrasando con las naves Sincorazón que se encontraban cerca. Parecía que las naves no eran lo único que se encontraba cerca, pues pude ver como el Glider de Neru salía despedido con el chico dentro tras la explosión que surgió. Me daba igual si la Maestra lo había hecho o no aposta, para ser sinceros lo único que quería era descansar y reponerme.
No iba a preocuparme por alguien de Tierra de Partida, por mucho que me hubiese podido llegar a ayudar. Seguía siendo un traidor, y a los traidores se les tenía que tratar como tal.
Para mi suerte la Maestra Ariasu me llevó de nuevo dentro del mundo. Mientras entraba me pregunté qué pensaría sobre lo de fallar en el acto de capturar a 626 y que la carta estuviese en un posible paradero desconocido o dañada en el peor de los casos. ¿Cambiaría de golpe toda aquella amabilidad por una ira jamás vista hasta entonces?
Esperaba que no, era lo único que me faltaba para acabar de rematarme en aquel instante...
Si había llegado a pensar que la gente de aquel mundo estaba zumbada, era porque aún no había tenido tiempo de conocer a sus preciados y cualificados médicos. Naturalmente mi Maestra me había llevado a algo parecido a un hospital tras regresar del paseo espacial que había hecho, para que me tratasen el pie, pero al quedarme solo con ellos en una habitación pude comprobar que lo mejor hubiese sido volver a Bastión Hueco y que Nanashi hubiese intentado curármelo a su manera.
Me encontraba en la cama de una habitación, cansado y rodeado de alienígenas idiotas, aquel era el resumen de mi situación.
La cabeza me empezaba a doler y me encontraba algo mareado, pero aquellos seres sacados de novelas e historias no dejaban de aportar ideas escalofriantes que hacían que tuviese que estar atento para no acabar sin nariz, con dos nuevos ojos ―debajo de los que ya tenía―, substituir mis piernas por tentáculos o con hacerme crecer nuevos brazos en zonas que ni de broma iba a dejar que tocasen.
―S-Si a alguien se le ocurre hacer algo de eso ―comenté con esfuerzo tras la propuestas recibidas hasta el momento, pues no quería convertirme en un monstruo.― puedo aseguraros que no habrá Federación Galáctica que pueda proteger vuestras vidas... mi único problema es el pie izquierdo que tengo aplastado, solo eso.
Fue entonces cuando la situación cambió por completo, a mejor para mi suerte. Una voz que podría considerarse femenina expulsó a todos aquellos locos de la sala antes de que hubiese tenido que frenarles para no acabar convertido en un ser difícilmente capaz de ser descrito ni cualificado como “agradable” a la vista de nadie.
Aquella alienígena parecía ser una doctora de verdad ―una que entendía de humanos al menos― y me pareció más agradable que el resto de criaturas vistas hasta el momento en aquel mundo: tenía una forma esférica y rosada, la cual se encontraba llena de ojos y con dos pequeñas patas para desplazarse.
Me informó de que no debía preocuparme ya que ella sabía lo que hacía y antes de siquiera poder protestar o decir algo al respecto me pinchó algo que no sabía lo que era en el brazo.
Cerré los ojos lentamente durante unos segundos. Y aquellos segundos se prolongaron, y prolongaron, mientras caía en los brazos de lo que parecía ser la Diosa del sueño y a la cual me entregué sin resistencia alguna.
Abrí los ojos, aterrado en un primer momento y con un dolor agudo que parecía tratar de perforarme el pecho. ¿Qué coño había sido eso? No podía ser real, por supuesto, ¿pero qué diablos me sucedía hoy con los hechos particularmente extraños?
Aquel había sido el segundo sueño que había tenido, pero desde luego el primero más que un sueño me había parecido algo muy real: Diana entraba a mi habitación y tras pasar un momento acariciándome el pelo se iba.
¿Pero cómo podía ser aquello primero real y lo segundo un sueño? Tenía la cabeza hecha un verdadero lío.
Por suerte para mí, me encontraba solo en aquella habitación. Me apresuré a ver si me habían implantado algo nuevo o sí me habían extirpado algo importante, pero me calmé al ver que lo único que habían tocado ―probablemente aquella Doctora tan solo― había sido mi pie izquierdo.
En este llevaba un extraño aparato metálico que me llegaba hasta la rodilla, y del cual desconocía por completo su función. Lo único que sabía era que pitaba constantemente por algún motivo y que los engranajes que llevaba dentro no dejaban de moverse.
Traté de levantarme para comprobar si ya podía andar con más facilidad y al apoyar ambos pies en el suelo parecía que todo iba bien dentro de lo que cabía, hasta que al dar dos pasos noté como aquel aparato me dio un ligero pinchazo. ¿Había sido casualidad o fruto de que yo intentase moverme? Fue entonces cuando me percaté de que habían dejado una nota en la mesilla, me dirigí hasta ella y al cogerla me senté en la cama para leerla con calma:
¡No te mover! ¡No te quitar aparato!
Bueno había podido entender la nota al menos, y ya que no había obedecido lo primero que me habían recomendado, haría caso de lo segundo al menos y no me quitaría el aparato. Era algo incómodo, pero dado que parecía encontrarme mejor esperaba que me retirasen aquello pronto. Aunque debía admitir que aquello no resultaba del todo molesto, pero ni por asomo me podía acostumbrar a llevar algo así siempre. Combatir con aquello puesto debía ser un verdadero quebradero de cabeza.
Me quedé unos minutos pensando, en lo que podía hacer: A pesar de que los pinchazos fuesen algo incómodos, podía andar sin demasiadas dificultades por ahora y había muchas cosas sin resolver y que me interesaba averiguar: ¿Donde estaba Saeko, Ariasu o Diana? ¿Qué había pasado al final con la reunión entre la Consejera y Ariasu? ¿Cuánto tiempo llevaba dormido?...
No podía quedarme en cama a esperar a que aquella agradable criatura volviese y me quitase el aparato, pero no sabía cuan peligroso podía ser andar con aquello puesto ya que no sabía cuál era su función.
Me levanté de la cama y empecé a andar hacia la puerta, no iba a un mal ritmo pero debido a los pinchazos me detenía a cada momento para comprobar si aún llevaba aquel aparato sujeto a mi pierna, pues toda precaución era poca.
Continué avanzando hasta que finalmente estaba a un paso de poder salir de aquella habitación.
Toc.
El sonido de alguien llamando a la puerta cuando me disponía a irme hizo que me detuviese por completo. Contuve la respiración.
Toc. Toc.
Mierda, mierda...
Caminé como pude hasta la cama notando los dichosos pinchazos y me metí en ella tapándome tal y como me habían dejado.
Toc.
―¡Adelante!―dije para que la persona o alienígena que quisiese entrar no se impacientase demasiado.
Y entonces la puerta se abrió, y miré curioso por ver de quien se trataba.
S-Saeko...
Mi amiga se encontraba allí mismo, de pie. No sabía cómo debía mirarla a la cara después de todo lo que había pasado... ¿Un simple lo siento bastaría para que me perdonase y todo estuviese bien como antes?
Pude ver cómo me miraba, y como su mirada se detenía en mis piernas. Parecía preocupada, ¿entonces alguien le había informado de lo que había pasado? Mientras pensaba en eso pude ver como ella cerraba la puerta y se acercaba a mí tan seria como de costumbre y entonces me sorprendí cuando me puso la carta en las mismas narices, sin decir ni una palabra más.
La cogí y la dejé encima de la mesilla junto con la nota de la alienígena, pero a los pocos segundos me arrepentí y la volví a coger guardándola en aquel bolsillo cerrado y escondido que había estado anteriormente. No iba a volver a perderla, haría todo lo posible para que Saeko no tuviese de nuevo que sacrificarse por mi incompetencia.
Saeko por su parte se había sentado en un asiento y parecía esperar a que fuese yo quién dijese algo al respecto. No sabía muy bien cómo empezar a disculparme por todo lo que había sucedido aquel día; si bien podía haberme llegado a enfadar en algún momento por el bofetón, me dejó de importar tras pensarlo fríamente. Era mi amiga y había actuado más que mal dejándola sola.
―Oye… ―Saeko se me adelantó, y escuché atentamente lo que me fuese a decir― Lo siento.
>Hay ocasiones que no puedo controlarme, Saito, y la situación me estaba superando; estaba saliendo todo mal.
Pensé en lo que había dicho, y la miré mientras esta seguía manteniendo la cabeza gacha. Aquello me hizo sentir un poco mal también. Por lo que me dispuse a hablar ya que era mi amiga, y no había nada que perdonar.
―Saeko...―empecé yo también, claramente arrepentido― yo también lo siento. Eres mi amiga, bueno más importante aún que una amiga para mí, y no he actuado bien contigo. No volveré a fallarte te lo aseguro.
Callé durante unos segundos, pensando si contarle o no lo que estaba pasando con lo de mi delirio, la voz y la pesadilla. Era mi amiga, la única en quien podía confiar después de todo, quería contárselo a modo de demostrarle que quería hacer las paces, pero no sabía si aquel era el lugar correcto.
>>Saeko cuando volvamos a Bastión Hueco, quiero hablar contigo de algo. No sé si tiene mucha importancia o no, pero me gustaría hacerlo. ―sonreí.― Porque eres mi amiga.
Y tras aquello esperaría a que mi amiga dijese algo o quisiese preguntarme por lo del pie o por cualquier otro asunto, de lo contrario le enseñaría el aparato explicándole que era menos grave de lo que parecía y trataría de romper el hielo contándole como aquellos aliens habían intentado deformarme.
Por fin las cosas parecían empezar a ir bien.