Ban—
Basta de charlas insustanciales.
Llámale y acabemos con esto de una vez.Maléfica rió, cubriéndose la boca con el dorso de la mano.
—
¡Sea!*El día transcurrió con lentitud o al menos probablemente eso fue lo que sintió Ban, ya que lo mandaron a uno de los patios donde los escasos goblins y trolls que quedaban en la Fortaleza se ejercitaban. Sus ademanes eran toscos, torpes, pero fieros y cargados de tanta fuerza que hubo más de un hueso roto.
Ronna se sentó cerca de donde estuviera Ban, afilando su espada y mirándole de reojo.
—
Has tenido suerte de que esa mujer apareciera. La Señora tiene la costumbre de practicar con los goblins inútiles o los invasores usándolos de diana para sus rayos.—Señaló como si nada.
Ban no tenía nadie más con quien conversar, ya que Nanashi se había quedado dentro de la Fortaleza con Maléfica. Y, por otra parte, el hada había atrapado a Primavera dentro de lo que parecía ser una llamarada de fuego verde y la había lanzado por la ventana con un movimiento del báculo, diciendo:
—
Ve a avisar a esas pomposas, Primavera, si eso es lo que quieres. Diles que pronto iré a por su princesa.—Y esbozó una sonrisa escalofriante—.
La próxima vez que te coja husmeando en mi terreno, te mataré. Ya os habéis interpuesto demasiado. Pero digamos que esta es… por los viejos tiempos.
Primavera protestó y gritó, pero sus palabras quedaron ahogadas por el fuego. Y no pudo hacer nada cuando el fuego la arrastró por la ventana.
De modo que, hasta que Mateus Palamecia llegara —si es que lo hacía—, sólo tenía a Ronna para hablar. Si es que quería, claro.
A lo largo de la tarde los patios se fueron llenando. Entre otros seres, Ban vio al mismo orco que lo había perseguido nada más caer al bosque y que se dirigió de mal humor hacia la Fortaleza. Cerca de una hora después —cuando un par de goblins ofrecieron carne rancia a Ronna y Ban— llegaron más personas. Un… ¿hombre? Con la piel extrañamente cetrina que montaba sobre un huargo inmenso y cubierto de heridas sangrantes. Tras él caminaba un hombre delgado y de nariz afilada, pálido como un muerto. También fueron rápidamente a la Fortaleza. Al cabo de un rato Ban escuchó un graznido y puede que le pareciera ver salir volando a un cuervo. Ronna arrugó la nariz, pero no comentó nada.
Por fin, cuando el sol comenzaba a desaparecer en el horizonte, Nanashi apareció para recoger a Ban.
—
Vamos.—Salieron de la Fortaleza por el camino principal sin que nadie se interpusiera en su camino. Nanashi se internó en el bosque con paso seguro y, sin mirar atrás, dijo—:
Mantente alejado. Palamecia está a un nivel muy superior a ti. Pero cuando veas la ocasión, recupera tu corazón.Era ya noche cerrada cuando aparecieron en un claro, atravesado por el río. Allí, como si hubiera estado desde siempre, se encontraba Maléfica, examinando la bola de cristal de su báculo.
—
Se acerca.—Con un elegante movimiento de túnica, invitó a ambos a aproximarse—.
Te permitiré asestar el primer golpe.—
Siempre supe que eras cobarde.
—
Oh, al contrario—Maléfica entornó los ojos—.
Mateus siempre fue arrogante, pero no un mal aprendiz. No me cabe duda de que se habrá vuelto peligroso con el paso de los años… Y me interesa saber hasta qué punto.
—
Me usas para probarle, pues. Me parece bien—respondió Nanashi, endureciendo el tono.
Las estrellas comenzaron a titilar en el cielo, pero pronto quedaron desplazadas por una luna llena, blanca, inmensa, que parecía a punto de devorarlo todo.
—
Ya viene.
No había acabado de hablar cuando se materializó un portal negro en medio del claro. Y apareció él.
Mateus Palamecia.
El hombre clavó su báculo en el suelo y miró a su alrededor con dignidad, sin alterar el gesto. Quizás Ban se percatara ahora de que, curiosamente, mentora y aprendiz compartían no sólo un gusto por los trajes llamativos… Si no por los cuernos.
—
Maestra…—Palamecia dio un paso al frente—.
Esto me trae viejos recuerdos. Pensaba que nunca me llamarías.
—
Como en los viejos tiempos. Yo llamaba y tú acudías. No parece que hayas cambiado mucho.—
Os sorprendería si tuviéramos tiempo para sentarnos y charlar.—Clavó la mirada en Nanashi—.
Nunca esperé veros juntas.—Cogió mejor la vara y durante un momento sus ojos se posaron más tiempo del estrictamente necesario en Ban—.
Ya veo. ¿He de deducir que esto es un duelo a muerte por venganza?—
Deduces bien. No volverás a interponerte en mi camino: esta vez me aseguraré de que no halles ninguna forma de regresar.—Nanashi invocó su Llave Espada.
Mateus se permitió una pequeña risa y puso la vara en ristre.
—
Entonces no os pienso hacer esperar. Pronto reclamaré el castillo, MaestraMaléfica se limitó a sonreír enigmáticamente.
Todo pasó a gran velocidad. Comenzaron a llover rayos de luz desde el cielo que redujeron el mundo a un fuerte contraste de blanco y negro. El Emperador los rechazó creando una poderosa barrera a su alrededor. Después el hombre levantó su lanza e invocó unos meteoritos que se precipitaron violentamente contra Nanashi. La Maestra invocó a Garuda, que la trasladó a ras de suelo a toda velocidad, esquivando por centímetros los proyectiles, que abrieron profundos cráteres en la tierra.
—
¿Cuál es el problema, Nanashi? —inquirió de pronto Mateus, una vez la Maestra consiguió quebrar su última barrera—.
No noto que estés intentando matarme. Te estás conteniendo.—Tuvo que retroceder con gracilidad para evitar que dos grandes lanzas de luz lo atravesaran—.
¿Qué es lo que ocurre…? ¿Acaso temes que el corazón de ese muchacho sufra algún daño antes de que me lo quites?Nanashi crispó el rostro pero no contestó. En vez de ello se puso en posición de guardia y echó el brazo con el que sostenía la Llave Espada hacia atrás, como cogiendo impulso. El arma se iluminó de pronto, cargándose a toda velocidad.
Iba a asestar un golpe mortal.
Mateus sonrió ligeramente.
—
Permíteme que acabe con tus miedosNanashi aferró la empuñadura con ambas manos, quizás temiendo perder el control de su arma. Entonces soltó un grito de esfuerzo y dio una estocada al frente.
En ese momento Ban sintió una presencia a su espalda. No tuvo tiempo para defenderse; una mano negra como la noche le cubrió la boca y, con una fuerza irresistible, lo empujó hacia el suelo. De reojo pudo ver que quien se encontraba detrás de él era una sombra, una acumulación de oscuridad que había adoptado la forma del Emperador.
Entonces todo su cuerpo pareció disolverse. No comprendió lo que estaba sucediendo y, de cualquier forma, sucedió demasiado rápido. Pero la sombra lo había atrapado para fundirse con el suelo y trasladarlo de lugar a toda velocidad.
Cuando quiso darse cuenta estaba frente a Palamecia, que le dedicó una pequeña sonrisa antes de fundirse él mismo con la oscuridad.
La luz lo iluminó todo y un calor abrasador envolvió a Ban que, cuando se dio la vuelta, sólo vio como una flecha de luz inmensa se abatía sobre él. El golpe fue tan violento, tan seco, que ni siquiera le dolió, a pesar de que le atravesó el pecho. Sintió como la fuerza de la flecha lo arrancaba del suelo y dio varias vueltas de campana antes de acabar tumbado de espaldas.
Si se miraba los miembros, comprobaría que estaban empezando a desaparecer entre hilos de oscuridad, tan velozmente que no podía quedarle ni un minuto de vida.
Tras unos instantes de incertidumbre, Nanashi bajó la Llave Espada, pálida como un muerto. Se llevó las manos al rostro, temblorosa. Y lanzó un alarido desgarrador al comprender lo que había hecho. Corrió hacia Ban y se derrumbó a su lado de rodillas, levantándolo, intentando salvarlo mediante el hechizo curativo más poderoso que poseía.
Pero en vano.
La vida se le escapaba a Ban de entre los dedos; ya ni siquiera tenía piernas y su brazo izquierdo había corrido la misma suerte…
¿Sentiría algo ante la idea de desaparecer?
****
Nikolai y Enok—
Señorita, no se preocupe —le dijo Nikolai a la joven desconocida—.
Intentaremos acabar con esto cuanto antes.—
¡A-Aguanta...!Ella le miró con angustia, tragó saliva y asintió, agradecida. Luego extendió la mano y exclamó:
—
¡No hagáis daño al Guardián!Nikolai y Enok se abalanzaron contra las Neosombras. A pesar de que recibieron un par de golpes y cortes que les hicieron sangrar los brazos y las piernas, con la ayuda del hombre-árbol y su montura consiguieron librarse de todas tras unos minutos de ensañarse con ellas.
Una vez los enemigos hubieron desaparecido, la criatura descendió pesadamente de su montura, haciendo retemblar el suelo, y se dirigió hacia los dos aprendices. Se detuvo a unos pasos, clavando la lanza en la tierra y, entonces, para su sorpresa, inclinó ligeramente la cabeza. Los aprendices escucharon un gruñido profundo, con altibajos que casi podían resultar musicales, y comprendieron que la criatura estaba hablando.
—
Os da las gracias.—La muchacha se encontraba detrás de ellos, despeinada, con las piernas y las manos llenas de arañazo, pero sana y salva. Se cogió un extremo de la falda e hizo una reverencia—.
Y yo también. Muchísimas gracias por salvarnos la vida.—Entonces se volvió hacia el árbol y dijo—:
Guardián, ¿venías buscando a este travieso?La joven extendió los brazos.
Una criatura delgadita, de no más de un palmo, miró con unos grandes e inocentes ojos hacia arriba. El Guardián lanzó una exclamación y tendió una mano, a la que el pequeñín se apresuró a saltar, y luego la llevó contra su pecho, protector. La chica sonrió.
—
Lo encontré poco antes de que me atacaran esas criaturas. Me alegra que esté bien. Me parece que al pobrecito lo estaba intentando cazar un animal.El Guardián farfulló algo y luego se dirigió con paso firme hacia el caballo de Enok y Nikolai, que resoplaba de dolor en el suelo, puesto que aunque el primero le había liberado la pata, esta se había roto al encajarse. Se agachó a su lado y, mientras susurraba cosas, el animal pareció calmarse. Entre tanto, la joven volvió a hacer una reverencia.
—
Mi nombre es Rosa. ¿Podría preguntar por los vuestros?—Esperó a que hablaran. Contestaran o no, Rosa añadió con preocupación—:
Y… Oh. ¿Qué es esto?Rosa señaló hacia la perla. La hubiera guardado Nikolai donde fuera, resultaba visible a través de la ropa por su resplandor azulado. Y sería entonces cuando comprobaran que la suposición de Diablo estaba equivocada, porque la perla no brillaba ante el pequeño árbol, sino ante Rosa.
En ese momento un aullido resonó en la distancia. El Guardián se incorporó bruscamente, aferrando al arbolito contra sí, mientras el caballo se incorporaba con la pata envuelta en ramas. Les miró y gruñó algo. Rosa se pasó una mano por el pelo, nerviosa.
—
Dice que debemos ir con él. Que nos pondrá a salvo y que os agradecerá haber salvado al pequeño.
»Que vamos a las Ciénagas.
Si los muchachos hacían ademán de marcharse, el Guardián se interpondría, negando con la cabeza. Además, Rosa se insistió en que era peligroso, que el huargo los encontraría y que podía estar llamando a sus compañeros… Y que no era buena idea rechazar la hospitalidad de un Guardián.
Parecía que no les quedaba otro remedio.
*El camino fue largo y les internó más y más en el bosque, hasta que Nikolai y Enok se vieron incapaces de saber por dónde habían venido. Incluso si intentaron marcar un camino, era como si el bosque estuviera vivo, como si cambiara a cada paso. Había algo nuevo en el aire, algo que les hacía cosquillear la piel, que les penetraba por la nariz y les hacía sentirse más ligeros.
Algo
diferente.
Podían ir a caballo —sin prisas— o andando. En cualquier caso les tocó seguir el paso del Guardián. Rosa les explicó que estaban dando rodeos para perder al huargo, pero pronto dejaron de escuchar sus aullidos.
Durante el camino tuvieron tiempo para hablar. El arbolito corrió, bamboleándose sobre sus piernecitas, hasta Rosa para que volviera a llevarle en brazos y la joven les sonrió mientras lo acariciaba y preguntaba:
—
¿Sois magos? ¿Ese hombre de piel cetrina… era, por un casual, Melkor? ¿Y qué es esa perla?Ellos también podían aprovechar para hablar o hacer preguntas. En un determinado momento escucharon un batir de alas y un graznido. El arbolito se acurrucó contra los brazos de Rosa y el animal del Guardián soltó un rebuznido. El jinete volvió la cabeza hacia arriba y pudieron ver a un cuerpo observándolos desde una de las ramas de los altos árboles.
El Guardián cogió una piedra y se la lanzó, espantándolo. Rosa se volvió hacia ellos con los labios fruncidos:
—
Démonos prisa. Dicen que los cuervos son los siervos de Maléfica…Cuando la oscuridad se cernió sobre ellos, el Guardián les gruñó algo que Rosa tradujo como:
—
Dice que pronto se abrirá la entrada a las Ciénagas, pero que los invitados no pueden traer hierro consigo. Ni tampoco intenciones de hacer daño. Y que la… Oh… Que la Hada guardiana dirá si somos dignos o no de entrar.
Quizás estuviera bien preguntar qué eran las Ciénagas antes de aceptar…
No había acabado de hablar Rosa cuando oyeron una voz femenina decir, hacia su izquierda:
—
…¡alcanzaremos las Ciénagas!Rosa se quedó de piedra y exclamó:
—
No, no puede ser. ¿Tía Fauna?Dio un par de pasos en dirección a la voz, titubeante.
****
AleynEl chico se revolvió y trató de liberarse cuando Aleyn lo aferró por los hombros, pero su peso fue demasiado y lo arrastró consigo al suelo. El chico trató de apartarlo con un golpe de viento que por poco estuvo a punto de romperle el cuello a Aleyn. Pero, entonces, una inmensa espada se posó sobre el cuello del muchacho. El aprendiz pudo ver cómo la piel se le quemaba ante el mero contacto.
—
No te muevas o te cortaré la cabeza.
—
Aguarda, Abel. ¿Estáis bien, Aleyn? —inquirió, tendiendo una mano para ayudarle a incorporarse.
—
¿Qué hago con él?—gruñó el hombre.
Felipe observó durante un momento al hechicero, que temblaba ante el contacto del hierro.
—
No podemos dejarlo ir, ni tampoco matarlo… No cuando… Cuando puede ser un buen rehén. Así que lo llevaremos con nosotros.
*El esto del día transcurrió rápidamente a medida que se adentraban en el bosque. Abel los guiaba y cargaba bajo el brazo al muchacho, llamado Ahren de acuerdo a Felipe. El niño no dejaba de lloriquear y gemir de dolor, puesto que Abel se había negado a dejarlo ir con ellos si no iba envuelto por su coraza de acero —era eso o cortarle la cabeza. Y parecía más que predispuesto a hacer esto último—. La piel del cuello y las mejillas estaba quemada y cada movimiento parecía ser un infierno para él.
Pero estaba claro que ya no era peligroso. Con todo, más valía que no lo dejaran escapar.
De tanto en tanto, Ahren les lanzaba miradas de profundo rencor. Pero también de miedo y angustia; debía ser la primera vez que le sucedía algo así.
Sin embargo, cuando hicieron un primer descanso, pudieron escuchar que murmuraba:
—
Maléfica me va a matar… Mi señora… Me va a…Felipe se acercó y le sacudió por un hombro, intentando atraer su atención.
—
¿Cómo sabía Maléfica que íbamos a intentar hacer un pacto con las hadas? Habla y te quitaré parte de hierro.—Felipe levantó una mano para impedir que Abel protestara.
Mareado, con la mirada perdida, Ahren tosió y farfulló:
—
Porque… porque… Diablo es los… ojos y las alas de… Maléfica. Y ella está… buscando los tesoros.
Felipe y Abel intercambiaron una mirada de mutua comprensión y luego el príncipe cumplió su promesa; le quitaron la coraza a Ahren, si bien el niño acabó con las manos y la cintura aprisionadas con una cadena de hierro. Lo montaron en el caballo y Abel se quedó a su lado, dispuesto a cualquier cosa si Ahren trataba de escaparse.
Durante el camino Aleyn tendría la ocasión de hacer preguntas, por supuesto. Era una larga travesía, al fin y al cabo.
Y entonces, algo cambió en la atmósfera. Aleyn pudo notar cómo la magia hormigueaba en su piel, cómo los perfiles de las hojas parecían volverse más intensos, el aire más puro, más fresco y…
Felipe extrajo el cuerno; sus runas y diseños se estaban iluminando suavemente.
El príncipe sonrió.
—
¡Por fin! ¡Casi hemos llegado!Apenas sí había terminado de hablar cuando escucharon una voz diferente, hacia su derecha:
—
…¡Pronto alcanzaremos las Ciénagas!Felipe se detuvo en seco y Abel cerró los dedos en torno a la empuñadura de su espada. Se miraron entre los dos y luego a Aleyn, valorando qué era lo que debían hacer.
****
Xefil—
¿Vu-vuestro pueblo- las hadas- ustedes, vosotras...?—Fauna lo observó con preocupación, aferrando su varita, como si temiera que un golpe del orco le hubiera afectado demasiado—.
¿Fueron las hadas las que pusieron a dormir a mi reino? Como a este orco, ¿mandaron a dormir al Reino de Estéfano?Fauna se cubrió la boca con una mano mientras que Heike arqueaba las cejas.
—
Así que eres de ese reino…Fauna revoloteó un poco, mirando a los lados como si no supiera bien qué hacer. Entonces se acercó a Xefil y bajó la cabeza:
—
Así es. No puedo decirte el motivo, ya que no lo conozco. Freyja siempre fue una buena hada y cuidó con amor de vuestro reino. Desconozco los motivos que la impulsaron a sumir a todos en ese sueño cuando os atacaron las huestes de Maléfica. Pero, sin lugar a dudas, hubo un motivo de peso. Jamás os habría hecho daño.—Desvió la vista y musitó—:
Freyja sólo hablaba de proteger a la princesa y de impedir que la maldición se cumpliera…—
Todo eso está muy bien, pero no es el momento—les interrumpió Heike con brusquedad—.
Ahora hay otras cosas más importantes. Tú. ¿Dijiste que te había atado el aprendiz de Maléfica?—preguntó, acercándose con un ademán agresivo. Cuando Xefil respondiera, Heike se mordería el labio inferior—.
¿Por qué está tan cerca? Se suponía que nadie sabía que el príncipe iba a… —Heike se quedó callada un momento y después se volvió hacia el hada—.
Mi señora Fauna, antes nos habéis preguntado por una joven. No la he visto, ni tampoco a ninguna otra hada, lo lamento. Pero debo pediros un favor.
Desconcertada, Fauna asintió con la cabeza.
—
Dime, querida.
—
Hoy el príncipe heredero del reino se ha dirigido hacia la entrada de las Ciénagas para intentar pactar con las hadas. Si Ahren anda cerca, es muy posible que Maléfica lo sepa e intente evitarlo. Si conocisteis al hada Freyja, si conocisteis a nuestra hada Nerthus… Y sabéis lo que hizo con ella Maléfica, por favor, os suplico que me llevéis a la entrada de las Ciénagas. Necesito advertir al príncipe del peligro. —Clavó una rodilla en el suelo—.
Por favor.Fauna pareció debatirse consigo misma, alternando la mirada entre Heike y Xefil, y luego a su alrededor. Se arregló uno de los cabellos grises que se le escapaban del tocado y terminó por decir:
—
De acuerdo. Flora y Primavera me matarán, pero si Ahren está cerca… Diablo no andará muy lejos tampoco.—Se estremeció—.
Oh, Rosa, espero que estés bien, mi niña…Heike puso entonces una mano en el hombro de Xefil, clavándole los dedos enfundados en hierro que le hizo bastante daño.
—
Y tú te vienes con nosotras. Me debes la vida y tienes muchas cosas que explicarme, mago. Para empezar, cómo es que vienes del reino de Stéfano y no fuiste acogido por su majestad. Un mago habría destacado mucho en su corte.—Le clavó la mirada con ferocidad.
Claramente no se fiaba de él.
Echó a andar, arrastrando a Xefil consigo y con Fauna volando, no muy lejos, y mirándoles con sincera inquietud.
*Había caído la noche y la luz plateada de la luna se filtraba a través de los escasos huecos del tupido techo de ramas y hojas. Ya casi no se escuchaban animales, aunque si grillos y todo tipo de insectos. Xefil no tenía la más remota idea de dónde se encontraban, de tanto que se habían internado en el bosque, caminando durante horas y horas hasta que, incluso marcando el camino, se había vuelto imposible regresar.
Era como si todo fuera distinto, como si estuviera rozando una realidad diferente. Las plantas parecían vibrar con energía, la atmósfera se estremecía y le cosquilleaban toda la piel.
Había
magia en el aire.
—
Ya casi hemos llegado. ¡Pronto alcanzaremos las Ciénagas!—exclamó Fauna, sonriendo.
Entonces escucharon una voz, quizás de mujer, que exclamaba a lo lejos:
—
¿…ía… auna? El hada se quedó desconcertada.
—
Esa voz…Heike se puso en guardia y llevó una mano a la espada, dispuesta a desenvainar, mirando de reojo a Xefil, como preguntándose qué iba a hacer.
Aprovecha, Astro, que es tu última ronda. ¡Espero que hayas disfrutado de la trama! Todos echaremos de menos a Ban! uwu
Ban
VIT: --
PH: --/--
Xefil
VIT: 23/36
PH: 15/34
Aleyn
VIT: 17/32
PH: 1/10
Nikolai
VIT: 11/18
PH: 8
Fecha límite: jueves 6 de noviembre