Aquí tampoco...
Cerré el noveno libro con una mezcla de claro asco y sueño; me estiré en la silla hasta llegar a tocar con la punta de los dedos una de las estanterías repletas de libros que tenía a mis espaldas. Me había pasado media noche y parte de la madrugada en una misión que pensaba que sería sencilla: buscar algo sobre el fuego que supuestamente le interesaba a Mateus y del que me había hablado Ryota durante mi estancia en París. En un principio me había parecido una misión relativamente sencilla, porque la biblioteca de Bastión Hueco no era pequeña ni mucho menos, pero ahí residía el problema. Eran demasiados libros como para buscar solo...
—¡Como coño puede ser que lo único que encuentre sean mierdas sobre la afinidad!
Y digamos que mi paciencia tampoco ayudaba en ese aspecto. Era el primer día que me había decidido a buscar, también era cierto; pero estaba seguro de que si realmente Ryota se enteraba de que indagaba demasiado en ciertos aspectos que él mismo había tachado de poco seguros para mí, acabaría por prohibírmelo o llevarse libros relacionados en el peor de los casos, aunque en el mejor quizá me contaría de qué diablos iba todo aquel asunto.
Una mini bombilla se encendió en mi cabeza, una bombilla algo descabellada.
¿Y si ya se los había llevado? No veía a Ryota o al resto de Maestros ocultándonos información, pero si se trataba de algo peligroso quizá... meneé la cabeza, con desaprobación a mi idea. Los Maestros jamás nos harían tal cosa, y en caso de hacerlo sus buenos motivos tendrían; pero los libros estaban ahí, me lo decía mi sexto sentido.
Abrí el décimo libro con más ímpetu del que esperaba para ser la hora que era: las tres y media de la madrugada.
Este último y a dormir va...
—¡Kupó, despierta kupó! —notaba algo intentar sacudirme por un hombro, pero sin mucho éxito.
Miré hacia arriba con desgana, y bostezando, ajeno y feliz a lo que la vocecilla me estaba diciendo. Estaba cansado a más no poder.
—¿Me estás escuchando, kupó? —asentí, mientras hacía un ademán para que se fuese— ¡Este no es sitio para dormir, kupó!
Miré a mi alrededor para ver como el ejemplar de Crónicas de las Afinidades casi había resultado ensuciado por mi saliva de morador nocturno; seguir mañana sería mejor idea dado mi estado, sin duda.
—¿Podrás llegar a tu habitación, kupó?
—Por supuesto, ¿por quién me tomas? —fruncí el ceño, gesto que me hizo bostezar de nuevo mientras mis ojos parpadeaban repetidas veces— Llegaré sin ningún problema. Tú encargate de ordenar esto, que ese es tu trabajo.
Cerré las puertas de la biblioteca tras de mí sin escuchar siquiera la última respuesta del Moguri, pues lo único que me apetecía era tumbarme en mi mullidita cama. Por alguna extraña razón, el pensar en dormir me causaba aún más cansancio, a la par que hacía que mis ojos se resistiesen más y más a abrirse... ¿pero por qué?
Por suerte, llegué a mi habitación sin problema y me tumbé a reposar; por algún extraño motivo, mi cama no estaba tan blandita como la recordaba, expectativas demasiadas altas, supuse.