Hana y SimbadSimbad actuó prontamente y eligió bien gracias al apoyo de Hana. El ataque de ella no resultó especialmente efectivo porque el escudo era enorme y resultaba difícil acertar al costado del Sincorazón, pero permitió que Simbad pudiera atacar su débil espalda. Una suerte, porque el Defensor ya se estaba preparando para atacar una vez más y consiguió desestabilizarlo. Luego intentó girar sobre sí mismo, pero su escudo no se lo permitía.
Raphaël contemplaba todo boquiabierto, con su espada recién recuperada en la mano. Escuchó de fondo el plan de los dos muchachos, peo sin terminar de hacerles caso. Estaba ocupado procesando lo que estaba viendo.
—
Y de ese modo quedarás libre de culpa. El gitano y la inocente muchacha te engañaron para que les dejaras pasar. Solo tienes que colaborar —Hana se llevó un dedo a los labios y Raphaël la miró como si la viera por primera vez—.
No nos volveremos a ver, pero sabrás de nosotros cuando París esté libre de pecado .
Y la muchacha desapareció. A Raphaël se le escapó una exclamación de desconcierto. Sobre todo cuando los alaridos comenzaron.
El Sincorazón casi había conseguido darse la vuelta cuando se abrieron de golpe las puertas y aparecieron varios guardias. Entonces Raphaël recuperó la compostura, más o menos, y gritó:
—
¡Matad al demonio! ¡Atrapad al gitano!Lo siguiente sucedió muy rápido. Simbad se encontró con los brazos doblados a la espalda y mordió el suelo. Luego los hombres cargaron contra el Defensor y le atravesaron la espalda con las espadas. El Sincorazón se desvaneció… aunque tanto Simbad como Hana sabían bien que no había desaparecido.
—
¡Rápido, avisad a la princesa y decidle a su Majestad que se oculte! Y llevad a este chico a las mazmorras.Levantaron con brusquedad a Simbad del suelo y le asestaron tal puñetazo en el estómago que su visión se ennegreció y perdió el control de su cuerpo. Escuchó de fondo cómo el guardia joven preguntaba por la muchacha y Raphaël respondía con sequedad que el demonio la había devorado.
Luego terminó por perder la consciencia.
*Hana siguió al grupo hacia las mazmorras y se dio cuenta de que Raphaël parecía realmente preocupado por algo. Hasta le pidió, de nuevo, a un guardia que fuera a avisar a la princesa.
Por lo demás no pasó nada en especial: bajaron a las mazmorras —era un sitio oscuro, iluminado por antorchas, de piedra y con siete u ocho celdas grandes. Se veía que no estaban pensadas para que hubiera mucha gente— y metieron a Simbad en una. Raphaël se quedó un momento ahí y luego hizo amago de irse.
Pero los guardias le cerraron el paso.
—
¿Qué…?—
Señor, deberíais esperar aquí. No podemos garantizar su seguridad si un demonio intenta atacarle de nuevo.Raphaël frunció el ceño.
—
Pues llamad a más guardias, no voy a quedarme aquí toda la vida.—
Eso no será necesario.—En ese momento, Simbad despertó y Hana vería cómo una figura odiosa y que conocía muy bien bajaba por las escaleras con una sonrisa de absoluta satisfacción en los labios. Sus ojos habían cambiado. Ahora eran casi… amarillos. Hana no podría atacar porque iba rodeado de siete guardias que casi no dejaban espacio para verle—.
Me temo que vuestra estancia aquí será más corta de lo que imagináis… Y saldréis escoltado por guardias, por eso no debéis preocuparos. Pero en mis términos. Encerradlo.—
¡Con qué autoridad!—
La del Rey, por supuesto. Seguramente recordáis que hace un año me concedió la potestad de hacerme cargo de todos los sospechosos de invocar demonios.—Unió las puntas de las yemas e hizo un gesto displicente—.
Todo cobra sentido. Solo vos estáis cerca de la princesa, podéis vigilar todos sus movimientos. Y defendéis a los gitanos e introducís a uno en este palacio. O a dos.—Rió por lo bajo—.
Ya puestos, podríais haberos entregado con una soga al cuello.Raphaël desenvainó la espada con una sonrisa fría.
—
Si creéis que me vais a encerrar sin más, me subestimáis.Frollo sonrió todavía más. Sin duda, que se resistiera daría todavía más peso a su decisión de encerrarlo. Sobre todo ahora que el partido de la princesa estaba más solo que nunca.
Ya tenían ahí a su posible culpable, aunque de momento no había usado ningún Sincorazón. Simbad podría salir por su propio pie de la celda y Hana seguía siendo invisible —aunque por poco tiempo, tendría que repetir el hechizo cuanto antes si no quería que la descubrieran—. Había un total de once guardias que reducirían sin esfuerzo a Raphaël.
Y estaba Frollo. Todo en un pasillo relativamente estrecho, donde cabían cuatro personas de ancho, y de poca altura.
¿Atacarían para proteger al noble, esperarían a que Frollo se marchara después de encerrar a Raphaël (si es que lo hacía) o buscarían otra salida? Quizás la princesa pudiera poner fin a esa locura, pero quién sabía.
En cualquier caso, la carrera política de Raphaël acababa de tocar fondo y si no ardía en la hoguera, tendría suerte. Mucha suerte.
Hana
VIT: 58/60
PH: 29/44
Simbad
VIT: 32/40
PH: 32/44
****
Celeste y Saito —
Ah, ¡mierda, Simbad!—
¿Simbad?—repitió Quasimodo, algo desconcertado. Al principio se sorprendió cuando la chica le cogió las manos, pero no las retiró.
—
Tengo que llegar hasta ahí. E-es importante —dijo Celeste—
. Yo... No puedo bajar y.... L-la última vez... Dijiste que podías salir por los tejados. ¿Puedes hacerlo ahora? No hace falta que me lleves muy lejos, con que me dejes fuera de la catedral es suficiente. Ya me las arreglaré para cruzar la ciudad por mi cuenta.Quasimodo asintió sin dudarlo dos veces.
—
Espero que no tengas miedo a las alturas y que… Bueno, no te moleste acercarte a mi—esbozó un asomo de sonrisa y, sin soltarle una mano, la llevó escaleras arriba. Se asomaron a la ciudad desde lo alto de una de las torres—.
Te dejaré al otro lado de la catedral. Vamos. Cógete fuerte a mí.Quasimodo le ofreció el brazo y la ayudó a trepar a su espalda. No era especialmente cómoda por culpa de la joroba, pero la aferró fuerte con su gran brazo para asegurarse de que no cayera y Celeste pudo estar segura de que no la soltaría. Por primera vez, Quasimodo le dedicó una sonrisa pilluela.
—
¿Preparada?En cuanto Celeste dio su consentimiento, Quasimodo saltó por encima del borde y cayeron en picado. En el último momento, Quasimodo se aferró a un saliente. En realidad no habían llegado a caer ni un segundo, pero había parecido una eternidad sin ningún glider al que aferrarse.
Como si apenas pesara, Quasimodo descendió por los bordes de la catedral encontrando zonas donde agarrarse en lugares impensables. Pero fue casi tan rápido que no tardarían ni cinco minutos en acabar en la parte trasera de la catedral. La calle estaba vacía —todo el mundo debía haber acudido cerca de los incendios—, así que Quasimodo bajó hasta el suelo con ella.
—
Ten… ten mucho cuidado—le suplicó Quasimodo.
Luego volvió a trepar, con una agilidad imposible, y Celeste tuvo vía libre para efectuar su magia.
*Le llevó más de lo que esperaba atravesar la ciudad, así que, para no malgastar toda su energía, no pudo hacer más que dos grandes saltos de teletransporte. Luego, cuando cruzó las murallas y el puente, encontró a gente así que tuvo que conformarse con correr. La mayoría iban en su contra, en riadas hacia el interior de la ciudad a pesar de los intentos de los guardias por controlarlos, así que sí tuvo que abrirse paso a patadas y hasta mordiscos.
Al menos, hasta que se cruzó con Frollo, porque entonces la gente se echó hacia los lados casi como si temieran entrar en contacto con el sombrío hombre. El juez montaba un gigantesco caballo negro y había algo en su palidez, en cómo se le chupaban las mejillas y le resplandecían los ojos con un tono amarillento que le sacaría un estremecimiento. Por suerte para ella, el juez montaba veloz, apenas sí alcanzado por su escolta de guardias, y no se fijó en nada ni nadie.
Celeste escucharía a la gente comentar con horror:
—
¿Habéis visto ese demonio?—
Dicen que el juez quiso quemar vivos al molinero y su familia por esconder gitanos.Seguramente ahora entendiera porqué intentaban ir a la ciudad, incluso si estaba ardiendo.
Escuchó una explosión y la gente aulló y aceleró el ritmo. Una humareda salió de debajo del puente. Si Celeste se acercaba, vería que, en su orilla, una mujer lanzaba piedras contra un Sincorazón. Contra un Invisible.
Por suerte para ella, el Invisible no parecía importarle su presencia. Al contrario: atacaba el agua con su espada, como si buscara algo. La mujer, Esmeralda, gritó de frustración cuando lo vio acuchillar de nuevo la corriente y se lanzó ella misma al agua.
Al otro lado del puente, la casa del molinero ardía. Había algunas personas alrededor intentando apagar el fuego pero, si se fijaba, la puerta estaba abierta. No parecía que hubiera nadie dentro.
Claro que… Nunca se sabía.
*Después de enviar el mensaje, Saito vio que Armand intentaba calmar a una Chloé que murmuraba oraciones casi con histerismo. La niña quería creer que el demonio no podía entrar.
Pero no se lo creía.
—
Armand, por favor, escúcheme. Coja a Chloé y suba arriba. Allí estarán a salvo del fuego y de él. —Armand, que ya tenía en brazos a la niña, se puso muy blanco.
—
¿Es como el de la última vez?—El cardenal dejó escapar una risita débil—.
¿Por qué siempre que apareces sucede algo malo?Pero el cardenal no necesitó que lo convencieran. Con la niña en brazos, corrió escaleras arriba. Saito se apresuró a ocultarse en un hueco de las mismas.
La enorme sombra del hombre se proyectó sobre la entrada abierta de la Catedral. Tras unos momentos, caminó al frente y una voz grave retumbó entre las naves del templo:
—
Te sugiero que, si vas a usar hechizos, sean más poderosos, Caballero.El «demonio» no se alteró cuando dos Saitos salieron disparados del mismo lugar. Esperó a que atacaran y en su mano apareció una gigantesca espada. Dio un tajo al frente y, en vez de dar con el filo, un golpe de aire arrojó a los dos por el suelo. Fue tan fuerte que Saito chocó contra una fila de bancos, se la llevó por delante, y volcó dos más.
—
No he venido a enfrentarme a vosotros.—Le dio la espalda y levantó la vista hacia la vidriera. Hacía tanto calor que costaba respirar—.
Pero si buscas la muerte, solo tienes que atacar una vez más.Con un gesto elegante, algo sorprendente teniendo en cuenta la pesadez de la armadura, le dio la espalda y se concentró en la vidriera. En su mano resplandeció una luz intensa, de color verde, y el viento rugió dentro de la catedral. El tipo disparó un cañón de aire contra el cristal. La potencia fue tal que uno habría esperado que estallara al primer intento.
No lo hizo. Solo se agrietó un poco y además, buena parte del aire fue rechazado por un aura rojiza, que soltó chispas y llameó como si fuera, literalmente, fuego. Entonces el móvil de Saito vibró. Era un mensaje de Nanashi:
Estamos fuera. No te acerques a Gárland. Busca el Cristal de Fuego. Cógelo.
Por desgracia para Saito, no tuvo mucho tiempo para actuar. Mientras Gárland atacaba de nuevo la cristalera, fuera de la Catedral hubo un resplandor que, por un momento, eliminó la tonalidad roja de las vidrieras y todo se volvió blanco. Luego Gárland salió disparado hacia atrás, recorrió toda la nave central y fue a darse de bruces contra el púlpito. La armadura le humeaba y Saito había tenido tiempo de ver cómo una especie de flecha de luz trataba de agujerearla.
Entonces, tan veloz que casi era un borrón, entró Lyn por la puerta y se arrojó contra Gárland. Este interpuso su espada en el último instante para evitar que Lyn se la hundiera en el cráneo.
—
Revienta el Cristal. Gárland ya tiene dos, no podemos dejar que se lleve el de fuego. Si no puedes reducirlo, llévatelo.—Nanashi cruzó el vano de la puerta y Garuda, su fénix blanco, aterrizó sobre el hombro del joven—.
Garuda te ayudará. Lárgate de aquí y únete a los demás. La misión no ha terminado y no tienes nada que hacer contra Gárland.Dicho esto, corrió hacia delante para enfrentarse junto a Lyn a Gárland, que ya se había levantado y trataba de echar atrás a la otra Maestra.
Saito podía dar por sentado que el uso del glider era libre (al menos dentro de la Catedral) o no conseguiría llegar al maldito cristal. Si daba órdenes, Garuda obedecería, elevándolo en el aire o atacando el cristal si era necesario.
El problema era que no sabía bien dónde estaban sus compañeros. Y también que sus Maestras estaban matándose a luchar contra un monstruo a sus espaldas. ¿De verdad se iba a marchar sin hacer nada?
Y que el cristal quemaba una barbaridad. Iba a tener que gastar toda su magia y puede que hacerse mucho daño cargando contra él para romperlo. Quizás con varios hechizos potentes y unas pocas embestidas lo conseguiría. Pero eso de reducirlo era imposible.
El centro de la vidriera prácticamente ardía, como si fuera a deshacerse en una lágrima al rojo vivo. Desprendía tal cantidad de energía que resultaba ridículo. Y, tal vez, a Saito se le pasara por la cabeza que si Gárland podía usar los cristales…
¿Por qué no él?
Celeste
VIT: 26/26
PH: 14/32
Saito
VIT: 80/80
PH: 12/38
Fecha límite: jueves 26 de enero de 2017.