Informe de daños.
4º día de la 8ª Luna Menguante del año 3842 de la 7ª Era. 9 horas tras La Columna.
2º General de la Guardia Celestial. Volans.
1. Observatorio.
—Porcentaje de daños del Observatorio: 37.32%.
Porcentaje de reparaciones del Observatorio: 1.24%.
—Tiempo estimado de reparación completa: 452 días.
—Anotaciones: Núcleo muy dañado. Tenemos a cuatro Sacerdotes Celestiales ocupándose de mantener el Observatorio estable. Las reparaciones van a durar más de lo imaginado en un principio.
2. Celestiales.
—Total de Celestiales: 88.
—Celestiales dados de alta: 21.
—Celestiales dados de baja: 48.
—Celestiales desaparecidos: 7.
—Celestiales muertos: 12.
—Porcentaje del Protectorado rastreado: 22.38%
—Anotaciones: No se a procedido a la resurrección de Celestiales debido al gran número de heridos a atender y a la necesidad de mantener el Núcleo estable. Se prevé tener al menos 2 Sacerdotes Celestiales libres para la Luna Nueva.
* * *
Dolor. Una sensación que Phoenix nunca había conocido y que ahora inundaba completamente su cuerpo. Al ir tomando poco a poco conciencia de su cuerpo, se pudo dar cuenta de que su cabeza y gran parte del torso estaban envueltas en húmedas telas. Vendas ensangrentadas.
Al abrir los ojos, pudo verse en una habitación mortal, sobre una de esas duras camas en las que los humanos necesitan perder el poco tiempo que tienen para poder seguir viviendo. La habitación resultaba lúgubre pues sólo poseía una pequeña ventana y el color grisáceo que habían tomado las desgastadas paredes no ayudaba a difuminar esa sensación.
Phoenix conocía esa habitación, de hecho, se había leído por puro aburrimiento todas las chorradas de libros que había en la pequeña estantería baja que a la vez servía de mesilla de noche y que, a parte de la cama, constituía el único mobiliario de la estancia. Aquella era la habitación de Edward, el fallecido padre de Erinn, la posadera.
Intentó levantarse pero un penetrante dolor le cruzó la espalda y, no sin soltar un leve gemido, acabó por quedarse acostado y, por desgracia para Phoenix, tal ruido había llamado la atención de la que lo había acogido.
—Vaya, ya has despertado. ¿Estás bien? Tú… ¿Habías caído por la cascada? —La preocupada voz de la muchacha se vio interrumpida por la gélida mirada del celestial hacia su persona. —Oh, lo siento. Supongo que necesitarás descansar. Y… si ves que necesitas algo avísame. Si no estoy ya me lo hará saber el abuelo así que tranquilo... Bueno, te dejo descansar. Hasta luego.
Al irse la chica de pelo ceniciento, Phoenix no tardó en comprobar lo que más se temía: echándose las manos a la espalda, descubrió la total ausencia de sus alas. Lo único que le quedaba eran dos enormes heridas en carne viva cubiertas por sucias vendas empapadas en una sangre que se suponía jamás debía de ser derramada. Tampoco sentía ya el poder que le proporcionaba su halo. En el fondo lo sabía: seguía siendo celestial, seguía siendo superior a todos esos malditos mortales causantes, seguramente, de la catástrofe que lo había hecho caer, aún así, ya no podía contar con igualarse a uno de los suyos.
Así pasaron los días. Phoenix, cuyas heridas sanaron al tercero, intentó en un principio ignorar a los mortales pero el hambre y el sueño (nuevas sensaciones para el celestial), aunque menos frecuentes que en los humanos, acabaron por doblegarle y tuvo que ir asimilando su nueva posición en el mundo. El mundo, por cierto, había sufrido un grandísimo terremoto. No era el único, claro, pero uno de los mayores problemas que causó fue el desprendimiento del paso que permitía salir de aquel lugar. Otro acontecimiento destacable fue la desaparición de Ivor, el hijo del alcalde. Nadie se atrevió a ir a buscarlo por las amenazantes criaturas que campaban ahí fuera pero estaba claro que a estas alturas el joven ya estaría muerto.
Phoenix solía pasar los días sentado en un saliente al lado de la cascada, cerca de la estatua de un anciano alado que, se suponía, le representaba a él, al Ángel de la Guardia de Salto de Ángel. Esperaba que lo encontrasen, que le llevaran de nuevo al Observaborio. Esperaba volver a ser un verdadero celestial.
Dos semanas pasaron y nada sucedía pero una noche, sentado mirando el cielo, Phoenix advirtió algo extraño: un llanto. Se oían débiles gemidos provenientes del islote que unía los dos puentes que cruzaban el río. Aunque trató de ignorarlo al principio, el joven celestial acabó cediendo a la curiosidad y miró hacia el lugar.
Lo que vio fue lo que menos se esperaba: nada. Ahí no había absolutamente nada. Lentamente, Phoenix se fue acercando, estuvo un rato dando vueltas... Nada. El muchacho estaba seguro de que la voz provenía del islote pero no había ni rastro del que la emitiera.
—Ho-¿hola?
Phoenix lo sabía. Sabía que aquella voz podía pertenecer a un fantasma y, si así era, por fín podría demostrarse a sí mismo que aún quedaban esperanzas. Que aún había una manera de regresar.
—*Snif* ¿Eh? ¿Me puedes oír? *Snif* Pero…
—Muéstrate espíritu. Soy un celestial. Es normal que te oiga.
—Pero si… Estoy aquí, delante de ti. Y yo… Imaginaba que tendrías alas o algo.
Nada. No veía a nadie. Las afirmaciones de la voz tampoco eran alentadoras, aún así, Phoenix no se rindió. Le daba igual no poder verlo. Con oír a aquel hombre muerto le bastaba para sentirse mejor, para sentirse superior.
—¿Quién eres? ¿Por qué sigues en este mundo?
—Mi nombre… Soy Edward, padre de Erinn, Quizás la conozcas, trabaja en la posada.
Phoenix permaneció en silencio, escuchando la historia de aquel hombre. Nunca lo había conocido pues no llevaba más de dos meses de servicio como Ángel de la Guardia de Salto de Ángel pero sabía de su existencia por los informes de Aquila. Tras una breve pausa el invisible interlocutor siguió hablando.
—Vine aquí poco después de la muerte de mi esposa. Murió por una grave enfermedad y Erinn, que en aquel entonces no levantaba más de un palmo, empezaba a presentar los mismos síntomas… Oí que las aguas de este pueblo eran milagrosas así que me aferré a esa última esperanza y me mudé a este pueblo. Como ves, valió la pena. La muchacha ahora está más sana que un roble. — La satisfacción del hombre en este sentido era indudable, aún así, algo no le seguía preocupando. Tras un largo suspiro, continuó hablando. —Por desgracia, al mudarme aquí, tuve que dejar mi mayor sueño para salvar a mi hija. Antes vivía en Pedranía. Tenía una gran posada ahí. Era la mejor de todo el continente y tuve que abandonarla… Ahora, habiendo crecido, sé que Erinn podría llevarla adelante y por eso logré que Patricia, que es la que lleva actualmente la posada, acabase decidiéndose a venir a verla. Por desgracia decidió salir en el peor momento y el paso que llevaba aquí quedó bloqueado por un desprendimiento. ¡Y va la loca y decide meterse en el Hexágono! Hace años que no lo cruza nadie y está infestado de monstruos. Fui a comprobar cómo estaba ¡y resulta que el camino está cerrado! Intenté activar la palanca pero está demasiado oxidada para mi fuerza de muerto.
—Y quieres que yo me meta en ese atolladero y abra la puerta. Olvídalo. Tengo que quedarme aquí, estoy esperando a un compañero.
—Así que has caído del cielo y no puedes volver ¿eh? — Aquellas palabras descolocaron suficientemente al celestial como para que al fantasma le diese tiempo a volver a hablar. —Cerca del otro lado del Hexágono he encontrado una extraña locomotora que nadie parece ver. Estoy seguro de que, si eres lo que dices ser, te puede result…
—¿¡Un tren!? ¡Tengo que ir a verlo!
No le dio a Edward ni tiempo de parpadear cuando el joven antes alado salió corriendo en dirección al único almacén de útiles del pueblo y no pasaron ni dos minutos cuando salió... Por la ventana. Corría como un poseso perseguido por el vendedor. Aún así, y por mucho que lo intentara el pobre William, no pudo seguirle cuando el ladrón se metió en el agua y se ayudó de la corriente para acelerar.
Así, Phoenix logró escapar del pueblo que antaño fue su dominio y, vestido con simples vestiduras de cuero y un pañuelo azul por bufanda y armado con la oxidada espada del dueño del almacén, se dirigió al Hexágono en busca del Expreso Celestial.