¿Y qué mejor modo que levantarse aquella fría (muy fría) mañana y ver un montón de moguris disfrazados de Eros volando por todas partes? Tanto en Tierra de Partida como en Bastión Hueco, los siempre alegres animalitos danzaban cubiertos solo por un paño, con una peluca rubia de rizos, y sosteniendo en una mano un arco de juguete y, en la otra, una bolsa llena de… cartas.
Cartas que repartían y recogían de todo el mundo. ¡Y no solo por ese mundo, sino por todos ellos, gracias al servicio de transporte especial de San Valentín de Simon (transportista oficial) y Shinju (a quien le hacía mucha gracia la fiesta)! Cartas, en definitiva, de todo tipo. Pese a que proliferaban las de amor, se comprometían a entregar cualquiera, fuera de agradecimiento, declaración, amistad, admiración…
Por todos los lados comenzaba a notarse el efecto de las cartas en las personas. Los aprendices de Bastión Hueco habrían visto a Nanashi en la hora del desayuno romper una para ella sin siquiera leerla (mientras al fondo Daichi lloriqueaba), a Alexis escribiendo algo emocionada y, más tarde, a Ariasu y Shinju riéndose de algunas que conseguían captar mientras jugaban a «cazar al ángel». Akio había recibido una en mitad del pasillo, llena de corazoncitos y besos, que había guardado avergonzado y echado acto seguido a correr. Yami repartía cartas a todo el que se la pidiera, cada una especial, aunque finalizaban con un «¡Tú también serás un chocobón algún día!»; mientras, Lyn vociferaba por cualquiera que le llegara, totalmente roja de ¿ira? Y por si eso fuera poco, Kazuki, en vez de dormir, estaba constantemente yendo a la biblioteca, empezando a escribir algo y, de repente, arrepintiéndose y dejándolo para volver minutos después a retomarlo.
Sin embargo, el evento también tenía algo de misterio. ¿Por qué habían decidido ejercer todos los moguris de carteros? Por mucho que les preguntaran, les dirían que era un secreto. Uno que, por el momento, podrían ignorar a favor de disfrutar del día.