Simbad, Makoto y LawrenceUna vez más, los cinco se repartieron para detener las dos amenazas que se les venían encima. Lawrence se centró en el torbellino letal conformado por las dos Manoplas, al igual que Mickey: envuelto otra vez en luz, el ratón saltó y giró sobre sí mismo como una hélice, chocando con las manos y desestabilizándolas para que el aprendiz pudiese ensañarse con ellas. No tardaron en deshacerse en volutas oscuras.
Y el torso, con la esfera de energía a punto de ser lanzada, no tuvo un destino diferente: la andanada de relámpagos que invocaron los que se quedaron en la retaguardia surcó el cielo y martilleó la estructura metálica con un rugido sordo. Decenas de grietas se formaron por su superficie y la esfera se desvaneció en el acto.
La cabeza y el torso de la Armadura se quedaron congelados en el aire, disolviéndose en una luz intensa que tan solo dejó un brillante corazón rojo que se perdió en el firmamento.
¡Habían ganado!
—
¡Es por aquí! ¡Dense prisa!A los pocos segundos de que acabasen con el Sincorazón, el ruido de múltiples pisadas se podía escuchar cerca. Mickey entreabrió la boca y, haciendo aspavientos con el brazo, les indicó a los chicos que desmaterializasen sus Llaves Espadas, como él hizo. Doblando una esquina, Freija y una veintena de animales que vestían los uniformes de los mosqueteros de la reina aparecieron en la calle, con sus sables desenfundados y listos para la batalla. Claro que, nada más ver que no había rastro de monstruo alguno, el desconcierto se reflejó en sus expresiones.
—
¿Y el demonio? —preguntó Freija, frunciendo el ceño—.
¿Acaso habéis…?Mickey se rascó la nuca y le dedicó una sonrisa cansada.
—
Lamento no haberos dejado nada chicos. Tuvimos que poner toda la carne en el asador. Freija suspiró y un atisbo de sonrisa se le escapó de entre los labios.
—
Lo importante es que estéis bien. No pude llegar más rápido al tener que dejar a Milady y a su guardaespaldas en un punto seguro. —Miró de reojo a Simbad—.
Aunque esta servidora de la reina ha de reconocer que nos habría resultado más tedioso volver hasta vos de no ser por la ayuda que nos brindó alguien en particular. La mujer dirigió la vista al grupo de mosqueteros, entre los que algunos de ellos se apartaron para dejar paso a una persona que emergió de entre la muchedumbre, vistiendo ropajes rojos y con un llamativo parche en un ojo, que les dedicó una sonrisa socarrona a los tres aprendices. Un completo desconocido para Makoto, pero no para los otros dos.
Ronin.
—
¡Por fin doy con vosotros, chicos! No sabéis lo que es patearse medio París en vuestra búsqueda y con todo este lío de los demonios de por medio. —Soltó una sonora carcajada. Luego fijó su vista en Mickey e hincó una rodilla para ponerse a su altura, todavía con esa expresión de diversión en la cara que extrañó al ratón—.
Gracias por cuidar de mis muchachos. Espero que no le hayan dado muchos problemas.—
A sus… ¡Oh! —Mickey abrió mucho los ojos, leyendo entre líneas las palabras de Ronin—.
¡Claro, no ha sido molestia! Cumplía con mi deber.»
Esto… ¿Le importa si hablamos un momento en privado?Como si estuviese esperando aquello, el Maestro sonrió y asintió. Mickey le hizo un par de señas con la cabeza a Donald y este asintió con efusividad. Mientras los dos hablaban, el pato se llevó a los tres aprendices a un rincón en el que no estuvieran tan a la vista del resto de mosqueteros y aplicó con disimulo magia curativa en sus heridas. Mientras estaba por la labor, llegaron a oírle canturrear algo de que “por fin una oportunidad para poner en práctica su magia”.
Hubo un momento en el que Freija, que permitió que el hombre y el pequeño rey tratasen sus asuntos en privado, se unió a la conversación. Los chicos no llegarían a escucharla, pero en cuanto dirigió su vista hacia ellos, ya pudieron imaginarse que eran parte del tema de la discusión. Mickey meneó la cabeza y le asintió, para luego dirigirse hacia los muchachos.
—
Lo siento, chicos, pero vamos a tener que robaros un poco más de tiempo. Me han pedido que os lleve al cuartel de los mosqueteros. —Miró a Donald, que parecía preocupado por la noticia, y le hizo un gesto con la mano para calmarle-.
Tranquilos, lo más probable es que solo tengáis que responder a un par de preguntas. No creo que os vayan a poner en ningún compromiso.De todas formas, no tenían otro remedio que obedecer y seguirles; Ronin les miró con su único ojo y se encogió de hombros, tenía las manos atadas en ese asunto. Una vez Mickey y Donald se alejaron un poco, el hombre aprovechó para acercarse a ellos y le dio una palmada amistosa en la espalda a Lawrence.
—
Supongo que para ser tu primera misión no ha estado mal para que rompieses mano. Hubiese preferido que permanecieses con Maya (por cierto, ¿dónde está?), pero me alegra ver te las has podido apañar. —Dicho eso, pasó a atener a Simbad y Makoto, dejando caer sus manos sobre el hombro de cada uno—.
En cuanto a vosotros dos, me gustaría que me hicieseis un favor mientras estemos por aquí: no le mencionéis a Mickey nada acerca de Bastión Hueco.»
Si os pregunta, sois aprendices de Tierra de Partida que han venido por orden del Maestro Rayim.Y de un leve empujón, les alentó a seguir a Mickey y a Donald sin tiempo para las pertinentes preguntas.
Simbad
VIT: 38/38
PH: 16/38
Makoto
VT: 12/12
PH: 4/8
Lawrence
VIT: 8/8
PH: 4/4
*****Maya y FreyaLa acometida de las dos aprendizas pisó con fuerza. La Barrera Espinosa conjurada por Maya resultó ser una trampa mortal para su contrincante espadachín, pillándole por sorpresa las múltiples zarzas que le apresaron el brazo con el que a punto estuvo de partir en dos a la chiquilla. Y Freya pudo cortarle la concentración al brujo enmascarado gracias a la sacudida eléctrica que se llevó al conducirla por el suelo que pisaba; las lanzas de hielo se resquebrajaron y derrumbaron en pequeños cristales.
Entonces llegó el momento de la verdad. Tras el bombardeo mágico, Maya asestó el golpe decisivo a su enemigo con un Aturdidor. Mientras, Goofy aprovechó la parálisis del mago para girar sobre sí mismo y lanzar su escudo a modo de disco arrojadizo. En ambos casos, los ataques dieron de lleno en sus cabezas y les arrancaron de cuajo las máscaras de bronces, revelando así lo que se ocultaban tras ellas.
Nada. No hubo rostros que ver, ni siquiera una cabeza en la que se sujetase la máscara. Lo único que había era un vacío oscuro que se perdía en sus ropas.
… O tal vez sí que había
algo. De pronto, de sus cuerpos comenzaron a brotar unas pálidas luces que tintineaban y se extinguían al poco de salir al exterior. Y lo mismo empezó a ocurrirles a las misteriosas figuras que se desmoronaban de debilidad, volviéndose traslúcidas hasta que desaparecieron por completo.
Lo único que quedó de ellos fueron sus máscaras metálicas, descansando en el suelo.
El combate terminó y, con ello, la barrera de luz que les impedía salir se vino abajo. Tenían la calle libre y vacía para huir del escenario del crimen y hacer como que allí no pasó nada. Pero esa oportunidad la perdieron en cuanto un viejo conocido de Freya e, irónicamente, de Maya llegó dando amplias zancadas tanto como su orondo cuerpo embutido en un uniforme de la guardia cardenálica le permitía.
—
¡El capitán Pete! —exclamó Goofy, dando un respingo.
—
¡Vosotros tres! ¡¿Qué significa esto?! —Jadeando, les fulminó con la mirada y les señaló con el índice. Antes de que cualquiera de las chicas le fuese a responder, le cortaría con un grito—:
¡No hay excusas que me valgan! Os pienso sacar hasta la última gota de información en los calabozos del…—
Eso no será necesario, capitán.Una voz se alzó detrás del grupo. Nada más darse la vuelta, llegarían a ver a un escuadrón de mosqueteros, del bando de Donald y Goofy por sus uniformes azules y dorados, entrar por una callejuela y apelmazarse en la vía principal. A la cabeza, liderando al grupo, un hombre humano de porte galante se adelantó junto a dos caras conocidas que le seguían de cerca: el primero era el joven D’Artagnan, que les guiñó el ojo a las chicas con una pícara sonrisa. El segundo era ni más ni menos que el líder de Bastión Hueco, Ryota, dedicándoles una de sus típicas expresiones serenas.
A Pete se le descompuso la cara en una expresión agria nada más verles aparecer.
—
Capitán Treville. —Goofy puso recto el cuerpo y le dedicó un saludo militar al otro hombre.
—
Gracias por su labor. Ya me ocupo yo —le aseguró el tal Treville. Avanzó un par de pasos y encaró a Pete, con las manos tras la espalda—.
Capitán Pete, ya nos haremos cargo nosotros de las damiselas. Los ataques de los Yeux d’ ambre ya han sido neutralizados, por lo que le agradecería que movilizase a sus hombres para suplir a los civiles de alrededor. —
¿Quién te crees que eres para decirme lo que debo hacer? Yo solo respondo ante Su Eminencia, el cardenal —le rugió con hosquedad—.
Esas chicas son sospechosas y no pienso dejar que se vayan de rositas.—
Discrepo. Pero si no está de acuerdo y así lo desea, mis hombre y yo estaremos encantados de discutirlo.Pete enseguida notó la incesante mirada de todos los mosqueteros que Treville se trajo consigo, alguno de ellos hasta dedicándole una sonrisa maliciosa. El gato hizo una mueca de suplicia y, tras comprender que los números decían que estaba en las de perder, chasqueó la lengua y dio media vuelta.
—
Esto no quedará así. El cardenal tendrá noticias.Lanzó una última mirada de desprecio a las dos chicas y a Goofy, y se alejó de la escena mascullando para sí mismo.
—
Bueno, un problema menos del que preocuparse. —D’Artagnan rezongó y esbozó una sonrisa cansada—.
¿Veis? Os dije que traería un poco de ayuda. Ah, y por la chica de antes no os preocupéis. Me he asegurado de ponerla a salvo —alegó, hinchando el pecho.
Treville presenció la escena y se le escapó una carcajada.
—
Un buen trabajo, joven D’Artagnan. Me recuerda a su padre cuando tenía su edad.—
Entonces es verdad. Usted y mi padre trabajaron juntos. —Al muchacho se le iluminaron los ojos de admiración.
—
Así es, y me alegra que nos haya hecho una visita a la ciudad. Pero dejemos la charla sobre nuestro pasado para más tarde. —Recuperó la compostura y se dirigió a las aprendizas—.
Espero que nuestras jóvenes damiselas no hayan sufrido percances. Me preocupé en cuanto me encontré al joven D’Artagnan sin aliento y con la otra jovencita. »
Sin embargo, me encantaría darles un respiro y que se tomasen un buen descanso tras lo ocurrido. Pero voy a necesitar que nos acompañen al cuartel de los mosqueteros.Goofy, allí presente, dio un respingo y se dirigió de inmediato a su capitán, preocupado.
—
Pero, capitán… No ira a…—
En absoluto. —Negó con la cabeza—.
Pero creo que las muchachas tienen mucho que contarnos y prefiero que lo hagan en un lugar más tranquilo. Supongo que estará de acuerdo, Monsieur Ryota.Ryota entrecerró los ojos y le hizo un gesto con la mano para darle la razón.
—
No tenemos ningún problema al respecto, acudiremos. —Miró a Freya y, enarcando una ceja, a Maya.
Dicho pues, Treville y sus tropas se movilizaron. Ryota pasó al lado de las aprendizas y mirándolas de soslayo, añadió:
—
Buen trabajo. Freya
VIT: 30/30
PH: 10/30
*2 Éteres retirados de la ficha
Maya
VIT: 36/36
PH: 10/40
*Éter retirado de la ficha
*****TodosEl hall principal del cuartel general de los mosqueteros se convirtió en un punto de reencuentros. Los aprendices de ambos bandos no fueron los únicos de allí en reunirse. Goofy dio amplias zancadas al encontrarse con Donald y Mickey, hecho un manojo de nervios y causando el mismo efecto en el pato; Mickey sonrió y se rascó por detrás de las orejas.
Lo mismo pudo decirse de los Maestros Ronin y Ryota: el primero abrió mucho su ojo y una media sonrisa le asomó por los labios.
—
Podrías haberme avisado de que te pasarías por aquí.Ryota suspiró y acabó por devolverle la sonrisa. Treville no tardó en percatarse de que los dos se conocían y les indicó a ellos y a Mickey que le acompañasen. Los aprendices no pudieron llegar a ver más, ya que un grupo de guardias los movilizó para que siguieran recto por un pasillo. D’ Artagnan frunció el ceño y fue a acompañarles, pero Freija le disuadió agarrándole del hombro.
Los cinco fueron escoltados hasta una pequeña habitación, escueta, con una mesa y una chimenea como única decoración. Los guardias les dijeron que esperasen y cerraron la puerta. Fácilmente, les tocó quedarse allí dentro cerca de una hora, tiempo más que suficiente para que charlasen y se contasen todo lo ocurrido.
Entonces, la puerta se abrió. El capitán Treville, acompañado de Mickey, pasaron a dentro y encararon a los aprendices.
—
Bien, a algunos de ustedes ya les conozco, pero veo que también tenemos un par de caras nuevas. —Se fijó en concreto en Simbad y Lawrence—.
Como comprenderán y quizá hayan oído hablar, París está sufriendo ataques de estas bandadas de demonios que han aparecido de la noche a la mañana. Por alguna extraña razón, hoy han estado más persistentes de lo habitual, pero creo que eso lo sabrán ustedes mejor que yo.Treville se mojó los labios y, tras otear por el rabillo del ojo a Mickey, que le asintió, prosiguió:
»
He hablado con vuestros… maestros, a quienes les agradezco que hayan sido tan cooperativos. Aun así, también me gustaría oír vuestro testimonio de lo ocurrido y contrastarlo todo. Tal vez así saquemos una conclusión de qué está ocurriendo con nuestra ciudad.Fecha límite: Domingo 24 de abril.
¡Última ronda, chicos! Sí, a cada uno de vosotros os toca hacer un breve informe de lo ocurrido. Depende de cuan colaborativos estéis y lo que le contéis a Treville, puede afectar de manera positiva o negativa en futuras tramas. El que avisa no es traidor.