—¿Tu padre no te ha enseñado la frontera norte?
—Pues no, dice que no puedo ir allí, no sé por qué.
Scar contempló a su sobrino, Simba (que, demonios, había crecido mucho en muy poco tiempo), al tiempo que ideaba un plan a toda velocidad. Realmente no creía que Mufasa hubiese sido tan tonto de ocultar a su hijo las razones del veto a aquella zona. Simba no era tonto, pero su fuerte no era pensar. Se sonrió para sí mismo y se medio irguió, aun tumbado.
—Tiene motivos para no dejarte ir, es muy peligroso... Sólo los valientes se atreven a ir.
Scar lanzó el cebo de forma tan poco sutil que hasta pensó en que el cachorro podía darse cuenta. Sin embargo no fue así y obtuvo la reacción que esperaba y quería. Simba se levantó casi de un brinco y se acercó a Scar.
—Yo soy valiente, ¿qué hay allí?
Scar volvió a sonreírse de forma mental y pensó en la multitud de sincorazón que aparecían en la zona tenebrosa.
—Lo siento, Simba, no puedo decírtelo.
—¿Por qué no?
—Simba, Simba, tengo que velar por la seguridad de mi sobrino preferido.
En un deje de actuación maravillosa, Scar acarició el pelaje y la cabeza de Simba con una pata, sin por supuesto arañarle con ninguna garra. Simba resopló y trató de quitarse la zarpa de su tío de encima.
—Pero si soy tu único sobrino —protestó el cachorro.
Scar asintió, como si ese fuera el punto exacto de la conversación. Ni siquiera lo pensó más de dos segundos, ejecutó la última maniobra.
—Razón de más para que te proteja, un cementerio de elefantes no es lugar para un joven príncipe. —Y como si se le hubiera escapado, se llevó una pata al hocico y ahogó un resoplido—. Ups.
—¿Un cementerio de qué? —Simba no perdió oportunidad de cazar las palabras al vuelo y miró a Scar con terrible emoción y curiosidad.
—Cielos, se me escapó... —Scar suspiró de forma totalmente fingida y miró a su sobrino de reojo antes de atraerlo contra sí mismo con una pata—. Supongo que te habrías terminando enterando, eres tan inteligente, Simba... Pero prométeme que nunca, nunca, irás a ese terrible lugar.
Simba miró a Scar como si se pensara de verdad prometerlo algo así o no. Scar esperó pacientemente a que su sobrino le mintiera de forma descarada. Sonrió cuando el cachorro dijo:
—Te lo prometo.
—Así me gusta...
Un portal, más bien un agujero irregular, se abrió en el aire a cierta distancia del suelo sobre el cementerio de elefantes. Una sombra informe cayó a plomo desde él y aterrizó en el suelo, en donde rápidamente se deslizó para ocultarse entre las entrañas de las rocas y los huesos de los animales muertos. Un rugido tronó en el silencio denso y oscuro del cementerio y una voz sonó a través del portal.
—El gigante está ahí, encuéntralo y tráelo.
El portal se cerró. La sombra se infló y encogió como una nube y volvió a moverse entre los esqueletos. Tenía que encontrar un anfitrión.
El portal de luz de la maestra Nanashi les había dejado justo en el límite exterior del cementerio de elefantes, desde el cual se podía apreciar muy bien el contraste entre la tierra yerma de la zona y la que quedaba atrás, la pradera más rica y soleada de la sabana. El paisaje era realmente desolador, silencioso y deprimente, un auténtico cementerio.
Al contrario que la última vez que un portador pisó el mundo, en esta ocasión era Bastión Hueco quien conformaba la expedición, ya que el grupo estaba compuesto únicamente por miembros de dicha facción. No obstante, gracias a la paz tras la Batalla del Olvido, se contaba con el apoyo de Tierra de Partida si lo necesitaban, además de tener la seguridad de que nadie entorpecería la tarea.
La cuestión es que ni siquiera nuestros informadores saben si Scar está detrás de esto o no, o si es alguien más, así que necesitamos que averigüéis qué está pasando y realicéis una purga lo más rápido posible, antes de que las cosas se compliquen. Recordad que os transformareis en un animal nada más piséis el mundo.
No dudéis en huir si peligra vuestra vida. Tened cuidado.
Esas habían sido las palabras de Nanashi, en resumidas cuentas, antes de hacerlos partir, con ciertas prisas que no eran muy normales en la maestra. Allí estaban entonces, en Tierras del Reino, junto a la frontera de un lugar que se había convertido en un cúmulo de sincorazón...
… los cuales no tardaron en dejarse ver, deslizándose y apareciendo y desapareciendo a la vista, como si buscaran algo. Sin embargo no fue lo único que vieron, no oyeron.
—¡Corre, corre!
—¡Espérame, Simba!
A cierta distancia, entre los grandes cráneos de los elefantes, dos puntitos de color dorado y canela, que parecían ser cachorros de león, corrían tratando de huir de un sincorazón sombra, que los alcanzaría de un momento a otro.
A Simbad le resultaría familiar ese tipo de sombra sincorazón, por supuesto. Acababan de llegar, pero sin tener demasiado tiempo para un respiro. Y tenían que actuar y pensar rápido, si querían que esos animales no se convirtieran pronto en dos sincorazones más que engrosarían la cantidad que campaba por el cementerio.
¿Qué le había llevado a recalar en aquel mundo? Solo, únicamente acompañado de Ilana, Alec se encontraba cerca de un enorme y lúgubre cementerio de elefantes, en el cual había tenido la desgracia de avistar demasiados sincorazón para su gusto. Si alguna de las órdenes se estaba encargando de aquel sitio él no tenía modo de saberlo. Lo unico que sabía era que se había instaurado una tensa paz tras la Batalla del Olvido, y nada más. por fortuna, ninguna sombra le había sentido o avistado, quizá gracias a su forma animal.
Pero no estaba solo en el fondo, por suerte o por desgracia. Más allá de las grandes calaveras, un punto azul parecido a un pájaro, aleteaba desesperado por huir de un sincorazón.
Los gritos podían oírse claramente en el silencio pesado del cementerio, sin duda alguna.
—¡Oh, cielos, oh cielos!
¿Qué iba a hacer Alec, ayudarle, o sencillamente mantenerse a un lado?