—¡Perdonaaa! ¡He escuchado que eras parte de la Guardia! ¡Estoy muy-muy interesado en los monstruos del cementerio!
Antes de que Simbad lograse ponerle freno a Xefil, ya era demasiado tarde. El grito del chico arácnido llego a los oídos del súcubo, girándose y abriendo los ojos de par en par al toparse con el dúo. Una amplia sonrisa se le dibujó en los labios y echó a volar a toda pastilla hacia ellos.
—Un par de preguntas solamente, mil…
—¡Qué maravilla! ¡Con que chicos tan guapos me he encontrado!
Ni siquiera dejó que Xefil se explicase. La mujer se echó encima de ellos con voz eufórica y dulce. Literalmente, pues lo primero que hizo fue ponerles la mano encima —no podrían zafarse de su agarre, ¡tenía una fuerza endiablada!— e inspeccionarlos con una mirada picarona. Con Simbad no estuvo mucho rato, pero con Xefil y sus patas se entretuvo bastante, zarandeándolas de un lado a otro como si fuesen de juguete.
—Decidme, ¿me haríais un pequeñísimo favor? —susurró con un timbre engatusador. Habría sido más eficaz de no ser por la brusquedad con la que los manoseaba—. Estaba yo tan alegre buscando a un par de galanes para que posasen conmigo en el próximo número de Sustos y Glamour cuando…
—¡Selena!
La diablesa pegó un chillido agudo y dio un salto en el aire. Los aprendices pudieron librarse de su agarre en ese momento, y de paso ver que alguien se les acercaba, abriéndose paso entre la multitud: una mujer que llamaba bastante la atención, ya fuese por las escamas azuladas que le cubrían el cuerpo, por su larga coleta rojiza, sus afilados dientes o el parche que le cubría uno de los ojos.
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Fuera como fuese, la chica anfibio miró con reproche al súcubo y bufó.
—¡Lo tuyo no tiene remedio! Te dejo sola durante cinco minutos y ya te encuentro coqueteando por ahí. ¿No se supone que deberías estar vigilando la entrada al cementerio?
—P-pero Adelle, si todo el mundo ya sabe que por ahí pululan esas cosas de ojos amarillos. Nadie va a ser tan tontaina como para entrar.
Para bien o para mal, Simbad y Xefil sabían de alguien que ya se les había colado por el cementerio. No obstante, ya podían darse por enterados y olvidarse de seguir a Lawrence con esas dos delante si no querían meterse en líos.
—¡Además! —Selena bajó al suelo y posó sus manos en los hombros de los aprendices, esbozando una sonrisa orgullosa—. Estaba atendiendo a estos chicos que me preguntaban por los monstruos con los que estamos lidiando.
—¿Ah, sí…?
Y por fin ambos tuvieron la oportunidad de explicarse ante ellas. Cuando de sus bocas salió la proposición de unirse a la Guardia Aullante y de ver a Morgana, las dos mujeres no pudieron evitar reaccionar. Selena pareció sorprendida, pero en el caso de Adelle era más bien suspicacia lo que se percibía en su semblante.
—Hace poco un buen amigo mío… era una violinista, muy buen chico… fue atacado por esas bestias; y yo… simplemente no puedo quedarme de patas cruzadas y no hacer nada.
—En mi caso ha desaparecido mi hermana menor y me gustaría hablar con Morgana para ver si sabe algo, ¿podríais ayudar...?
—Oh, que trágico… —Se le escapó a Selena, afligida.
—Sí, lo es… —Pero el tono de Adelle fue más bien ronco, lanzándoles una mirada llena de sospecha—. Vale, muchachos, me vais a perdonar si parezco desconfiada, pero… ¡Por mis branquias! ¿Sabéis cuantas personas, aparte de nosotras dos, quieren acercarse a Morgana? Nadie. No les culpo, conozco de sobra el carácter de mi jefa y los medios que emplea.
—Es un poco… —Selena torció la boca y corrigió—: Un poco “bastante” cascarrabias. Pero te acostumbras rápido.
—Y sí, bueno, no voy a negar que nos vendría bien un poco de ayuda con todo este asunto de los monstruos. De todas formas, Morgana está ahora mismo investigando por otra zona. Si de verdad queréis hablar con ella, tendréis que esperar a que termine la…
De pronto, salido de la nada, un grito de pánico irrumpió en la plaza. A ese le sucedió otro grito, luego otro, y otro… En resumidas cuentas, el caos no tardó en formarse entre la muchedumbre, que chillaba y se revolvía para huir despavorida o para señalar con urgencia un pequeño rincón de la plazoleta.
—¡Son los monstruos! ¡Han venido los monstruos!
—¡La Guardia! ¡¿Dónde está la Guardia?!
—¡Dejad de empujar, que se me ha caído el brazo!
Llegó un punto en el que los aprendices y las dos ayudantes de Morgana pudieron discernir entre un corrillo que la gente abrió para alejarse de allí cuanto antes a cuatro siluetas. Dos de ellas revoloteaban en el aire con sus alas, mientras que las otras dos se desplazaban con movimientos lentos y ondulantes por culpa de sus largas extremidades. Que decir que sus ojos refulgían con un brillo ámbar tan conocido por Simbad y Xefil…
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—¡Lo que nos faltaba! —Adelle siseó entre dientes.
—¡Por fin un poco de diversión! ¡Vamos al lío, Adelle!
Selena se elevó de un salto y alzó el vuelo, entusiasmada, cargando contra las Gárgolas. Su compañera relinchó ante su alocada iniciativa. Con todo, chasqueó la lengua y corrió en dirección de los Osados Caballeros.
Era el turno de los dos Portadores. ¿Qué hacer en mitad de una plaza atacada por Sincorazón y en la que cundía el pánico?
Cual caballero protector, Lawrence salió en defensa de la niña armado con su guadaña. Gracias al Electro que le propinó a uno de los Fantasmas Farol, pudo atontarlo el tiempo suficiente para liarse a tajos con el otro y pulverizarlo en volutas negras sin siquiera darle oportunidad de contraatacar. Pero de eso ya se encargó el segundo Sincorazón tras recuperarse de la descarga, que tomó su venganza pegándole un arañazo a traición en la mejilla. Eso le dolería mañana.
Claro que no duró mucho ante el filo de Lawrence, y cayó de la misma forma que el otro. Sin liberar Corazón alguno; sin Llave Espada no había premio.
—Oh, ¿y los fantasmas?
La pequeña, que se levantó del suelo, miraba con una expresión dubitativa a su alrededor. Más que aliviada, parecía extrañada de que los Sincorazón se hubiesen esfumado. De paso, Lawrence podría apreciar que no parecía herida y fijarse en un par de detalles más: su aspecto era sucio, muy sucio. Por el color de las manchas que poblaban su cuerpo, no estaba muy claro si eran de tierra… u otra cosa.
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Y en segundo lugar, un extraño peluche de un zorro con ojos saltones que sostenía entre sus brazos.
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—¡Ahí va! ¡Un chico con cola! —A la niña se le iluminaron los ojos nada más percatarse de Lawrence y se le acercó, inspeccionándole con una chispa de curiosidad en la mirada—. ¿Vienes de la ciudad? Yo quería ir, dicen que están preparando una fiesta muy grande. Pero cuando iba de camino… ¡Ay, no! —Dio un respingo, como si se hubiese dado cuenta de algo, y agarró el brazo de Lawrence, dando pequeños tirones—. ¡T-tenemos que irnos! ¡Hay un tipo muy grande, muy pesado y con muchos brazos que no deja de…!
—¡TE ENCONTREEEEE!~
Un potente bramido tronó en mitad del oscuro cielo, en donde Lawrence descubriría una figura alumbrada por la luz lunar que lo sobrevolaba y que se hacía más y más grande, acortando la distancia entre ellos por momentos hasta que aterrizó a unos diez metros de ellos cual meteorito y levantó una enorme polvareda. La muchachita ahogó una exclamación y agarró con más fuerza el brazo de Lawrence.
—¿Pensabas que podrías escaquearte de mí, niñita? ¡Ja! Craso error. Ya no tienes escapatoria alguna, ¿y sabes por qué?
El polvo se disipó, dejando entrever una silueta enorme, arrodillada, que se alzaba con lentitud. Entonces pudo verlo: un hombre —más bien un auténtico mastodonte— que superaba los dos metros con creces, ataviado con un manto carmesí que le cubría de cintura para arriba y luciendo tres pares de brazos. Sí, un total de seis amplios y fornidos brazos; se llevó uno a la cara, ajustándose una aterradora máscara de lo que se asemejaba a un demonio del folklore oriental.
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—¡Pues porque estoy a…! ¡EH! ¿Tú de dónde has salido? —El tipejo escupió, molesto, y señaló a Lawrence—. ¡Vamos, lárgate! Me estás chafando el plan. Se supone que esto es un secuestro clandestino y lejos de miradas ajenas.
—¡Déjame en paz, acosador!
Sin dejar de aferrarse a Lawrence, la pequeña se escondió detrás de este y le lanzó una mirada recelosa al gigantón, quien exclamó de indignación y apretó los puños.
—¡¿Y encima me quieres quitar mi presa que tantas horas llevo persiguiendo?! ¡Bueno, por eso sí que no paso!
El hombre dio un par de palmadas con sus brazos del medio y Lawrence escuchó un tintineo a sus espaldas. De darse la vuelta, se toparía con una reluciente barrera de luz que bloqueaba el acceso a la verja de salida del cementerio. Ya nadie podía entrar y, mucho menos, salir del allí.
—Esto lo arreglo yo a la vieja usanza: a hostia limpia. —El secuestrador alzó una pierna y se mantuvo sobre la otra mientras movía todos sus brazos de manera exagerada y tomaba posición de combate—. ¡Venga, chaval! Te voy a enseñar que nadie le toca las narices al grandioso Gilgamesh.
Pues así estaban las cosas. Lawrence había pasado de dos Sincorazón de rango bajo a enzarzarse en un duelo con un supuesto secuestrador que más bien se acercaba a la definición de pirado. Un pirado que le sacaba casi un metro y con unos cuantos brazos de más con los que podría partirle como a una ramita.
Podía luchar, si así lo prefería. O pensar en otra estrategia distinta. Claro que también debía tener en cuenta que la barrera bloqueaba la verja, pero no el bosque que rodeaba el cementerio.
La joven bruja (al menos joven de apariencia, eso sí) miró con interés la lista que le mostraba Alec. Chasqueó los dedos y una suave corriente de aire se levantó alrededor del muchacho, llevándose el papel que tenía entre entre sus manos, todo para acabar en las de la dependienta de la tienda.
—¿Nueva? —Enarcó una ceja ante la pregunta de Alec, aunque luego soltó una risa ronca y negó con la cabeza—. Ah, no. No se trata de eso. El Caldero Púrpura es un negocio que se traslada constantemente. Mi abuela, que es la dueña, va necesitando con el tiempo locales más grandes para guardar toda la mercancía. La verdad es que ya he perdido la cuenta de las veces que nos hemos cambiado en el último lustro.
La chica hablaba mientras revisaba de arriba abajo la lista, hasta que en cierto momento se le iluminaron los ojos, como si se hubiese dado cuenta de algo.
—¡Eh, esta letra la conozco! Tú vienes de parte de Yami —declaró, señalando al brujo con aire divertido—. Esta mujer… Lleva una eternidad sin pasarse por aquí y va y me manda a un recadero para hacerle las compras. Dime, ¿sigue igual de risueña y con tantos pájaros en la cabeza como siempre?
—Esto, Rowena… Si no te importa… —Sally la interrumpió, alzando el índice con timidez.
—Uy, es verdad. Perdona, querida, aquí tienes lo tuyo. —La denominada Rowena volvió a convocar una ventolera con un gesto e hizo flotar el paquete que llevaba encima, para luego dejarlo caer con suavidad sobre los brazos de Sally—. Tu pedido mensual de Belladona. Listo para llevar al país de los sueños a ese cascarrabias de Flinkenstein.
»Aunque yo te recomendaría que dejases de drogarlo para escaquearte y cortases lazos con él si no quieres ser su muñequita para siempre. Sabes que mi abuela estaría encantada de tenerte en la tienda; tienes muy buena mano con las pociones.
Sally bajó la mirada al suelo, cabizbaja y afligida, y apretó el paquetito contra su pecho.
—No es tan sencillo, Rowena. Yo no…
Rowena suspiro y se encogió de hombros.
—Está bien, dejemos el asunto. A otro que tampoco es que sea mejor. —Se viró hacia Alec con una cara de pesadumbre—. Tengo malas noticias para ti, guapo. Apenas puedo darte un cuarto de los ingredientes de la lista por una sencilla razón: ladrones.
—¡¿Os han vuelto a robar?!
—Sí, querida. Si no eran suficiente esas cosas de ojos amarillos dando la tabarra por la ciudad, ahora tenemos hurtos —espetó con tono agrio y chasqueó la lengua—. Las de la Guardia Aullante están tan ocupadas con los monstruitos que nos tienen a dos velas. Y como esto siga así…
Rowena no pudo terminar de hablar por un golpe fuerte y seco que se escuchó de sopetón al otro lado de la puerta que llevaba a la trastienda. Frunciendo el ceño y mirando de reojo a Sally y a Alec, se acercó al portón y le dio dos golpecitos con los nudillos.
—¡Abuelaaaa! —Alzó la voz—. ¿Ocurre algo?
Lo que ocurrió fue otro ruido, mucho más fuerte que el anterior. Esta vez, el sonido de varios cristales rompiéndose retumbó en la tienda con tal potencia que Sally y Rowena pegaron un bote de espanto. La segunda siseó entre dientes y, ni corta ni perezosa, abrió la puerta y cargó en su mano una amalgama de chisporroteos púrpuras que bailaban entre sus dedos.
—Chico de Yami, sé que no debería pedirte esto, pero conociendo a la mujer que te ha mandado aquí, me imagino que sabrás defenderte. —Le lanzó una mirada fugaz, llegando a ver a tiempo que le guiñaba un ojo—. Si puedes echarme una mano, te compensaré con un buen descuento en la compra. Palabra de bruja.
Pues sonaba bien el trato, ¿no? Ahora bien, era cosa de Alec el aceptarlo o no. Además, de darle una respuesta afirmativa, tendría que plantearse cómo moverse por el almacén de la tienda para dar caza a los intrusos. Y por lo que la bruja le estuvo comentando, no sería un espacio muy pequeño. ¿Acompañaría a Rowena? ¿Irían por separado?
¿Y qué harían con la pobre Sally, aun petrificada del susto?
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Fecha límite: jueves 4 de agosto.