Hana y SimbadNanashi miró de reojo a Hana.
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Frollo goza de una salud excelente para alguien de su edad y está al frente del Palacio de Justicia y de los asuntos del gobierno desde hace meses—respondió, sin interesarse en el motivo del malentendido. Más tarde aceptó la propuesta de Simbad de intercambiar números—.
Si necesitáis algo, mandadme un mensaje. Os indicaré dónde reunirnos cuando haya terminado con mis asuntos.Dicho esto, Nanashi dejó a solas a los jóvenes, que discutieron la mejor forma de entrar al palacio.
Al final se plantaron en una de las puertas traseras. Los guardias, que estaban discutiendo algo sobre un asunto de dados, se quedaron mirándolos con algo de suspicacia.
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Criados del señor Raphaël pero vestidos así, ¿eh?—dijo el más mayor—.
¿Creéis que hemos nacido ayer o qué?—
¿Por qué iba a contratar a uno que tiene toda la pinta de gitano? Por raro que sea el señor Raphaël, no es tan idiota.—
P-perdón...—dijo una voz tímida.
Era una chica jovencita, vestida con ropas bonitas aunque no especialmente caras. Por sus manos se notaba que había trabajado desde hacía mucho y había algo en su porte que gritaba que no era ni por asomo una noble. Miraba de reojo a Simbad, nerviosa, pero el foco de su atención era Hana.
—
¿Fiore? ¿Ese es vuestro nombre? He oído al señor Raphaël hablar de vos…Los guardias se miraron entre ellos, de pronto sorprendidos. El mayor se inclinó hacia la chica:
—
Jovencita, ¿estás segura de lo que dices?—
S-sí, mi señor. Si les parece… ¿pueden acompañarme y los llevaré hasta el señor Raphaël?El hombre se rascó la barba y le dio una patada al más joven del grupo.
—
Escóltalos y asegúrate de que no le hacen nada a la pequeña Marie. Y si resulta que es una confusión… o que están molestando al señor Raphaël, ya sabes qué hacer con ellos.—
¡Señor! Vamos, moveos.La tal Marie sonrió con timidez a los dos muchachos y los precedió hacia el interior del palacio. El guardia los seguía muy de cerca, fulminándolos con la mirada.
Por dentro el palacio contrastaba con su tosco exterior. Era elegante, cálido, con tapices, blasones, alfombras y una sensación de grandeza incluso si el espacio no era muy amplio. Los sirvientes iban bien vestidos y no les dedicaron atención; era normal que entraran pobres al palacio para pedir audiencia.
—
Los aposentos del señor Raphaël están al otro lado del jardín—informó Marie con una sonrisa—.
¡Luego iré a decirle a la princesa que estáis aquí, dice que quiere conocer a la chica de la que tanto habla el señor Raphaël!—Soltó una risita y luego les echó un vistazo a las ropas. No hizo ningún comentario pero se acercó a Simbad y bajó la voz—:
Señor… ¿Ast? ¿Os gustaría que os dieran… nuevos pantalones antes de ver al señor Raphaël?Marie era una doncella tímida, pero al menos les había ayudado a entrar y puede que fuera buena idea interrogarla sobre la situación… o incluso pedir un cambio de ropa. Claro que también podían guardar silencio para no despertar suspicacias en el joven guardia que iba tras ellos.
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Matthieu y Saxor—
Estás aquí porque tienes conocimientos y quieres ayudar—dijo Lyn, tajante, ante las dudas de Matthieu—.
No dejes que sus palabras te hieran. Lo que importa es lo que hacemos, no tanto lo que decimos. Prueba que tus intenciones son buenas y no habrá ninguna clase de problema. Y si la hay, para esto estamos las Maestras.Luego llegaron a la plaza inmediata al Palacio de Justicia. Lyn asintió ante la advertencia sobre Olaf y Bruto —y los dos llegarían a ver cómo arrugaba la nariz, como si olfateara en su dirección—. Escuchó la propuesta de Saxor, pero no parecía muy convencida. Entonces Matthieu dijo:
—
¡Un momento! Tengo aquí a un antiguo amigo, Alain, que no debe de andar muy lejos. Podemos tratar de econtrarlo y hablar con él; estoy seguro de que nos echará una mano. Él conoce mejor que yo el Palacio, y si hay alguna entrada oculta habrá oído hablar de ella. ¿Qué os parece?Lyn, cruzada de brazos, entornó los ojos. Su voz sonó profunda y algo inquietante:
—
Te das cuenta de que vamos a arriesgarnos mucho, ¿verdad? Si tu amigo es un guardia, ¿por qué iba a ayudarte a entrar? Te marchaste de este sitio, eres un ciudadano corriente. Además, meterás en problemas a tu amigo… —Lyn se rascó por encima de la capucha—.
Con todo, no hay muchas más opciones. Si tu amigo no nos ayuda, tendremos que encontrar una forma de entrar… Aunque sea ofreciéndome a mí para que os dejen. Cualquiera pensaría que soy un demonio con esta cara—dijo con una sonrisa de amargura.
Dio una palmada a cada chico en la espalda y la verdad es que dolió más que un poco.
—
En marcha, llévanos hasta donde esté tu amigo. Si es que lo encontramos.Después de preguntarle dónde podrían encontrarlo, Lyn decidió que se dirigirían a los barracones donde dormían los soldados. Estuviera (o no) Alain, Matthieu podría preguntar por dónde andaba o incluso averiguar algo de sus antiguos compañeros.
El sitio en cuestión no estaba muy lejos. Era un edificio grande y no muy alto; si no fuera por la cantidad de hombres de armadura negra que había por los alrededores y de los pendones que colgaban frente a la entrada, podrían haberlo ignorado en medio de la increíble variedad que había en medio de París.
A primera vista, Alain no estaba por ninguna parte. Quizás estuviera dentro todavía, o puede que anduviera por una de las tabernas cercanas, coqueteando con alguna chica o jugando a los dados.
—
No podemos perder tiempo,¿cómo es?—preguntó Lyn.
Mientras escuchaban a Matthieu, este o Saxor quizás se percataran de una capa azul que resaltaba una armadura dorada. Destacaba bastante en medio de tanto negro.
El capitán Febo parecía a punto de entrar en una de las tabernas. Vaya, si alguien sabía cómo entrar al Palacio, sin duda sería él. Claro que las posibilidades de que les ayudara entrar no serían altas. Por no decir que rozaban el cero absoluto. Pero quién sabía, puede que algo pasara o que consiguieran pulsar las cuerdas adecuadas…
Podían dividirse; Lyn en cualquier caso tomaría un camino distinto al de ellos para encontrar cuanto antes a Alain. Señaló que se encontrarían en una pequeña fuente que había en una plaza cercana, donde unas cuantas mujeres se habían reunido a charlar.
Sin embargo, cuando la Maestra se hubiera alejado, notarían algo extraño. Una figura encapuchada, al final de la callejuela que habían seguido para llegar al hogar de los guardias. Había muchos encapuchados por París, pero pocos se quedaban mirando fijamente en su dirección, casi con aire desafiante.
Y de pronto se marchó, sin más.
¿Valía la pena seguirla… o mejor seguir con la misión?
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Celeste y SaitoLa Virgen no tenía nada extraño a primera vista, más allá de que era una estatua bastante bien hecha y realista. Los niños estaban muy emocionados con sus cuchicheos:
—
…sí, sí, yo también lo he visto.—
Pues yo no me lo creo. ¿Por qué iba el Demonio a pasearse por la ciudad?—respondió una niña algo más mayor, de unos once años, cruzada de brazos.
Los chicos fruncieron el ceño y cuando uno fue a responder, otro le detuvo con un gesto y siguió hablando animadamente:
—Si ella no se lo cree, vale, no pasa nada. Pero eso no quita que el Demonio está cerca.
—
Seguro que has vuelto a escuchar al gitano ese…—
No deberíais hablar mal de Clopin, es muy buena persona. Y cuenta historias divertidas. Ojalá pueda volver pronto…Era una de las niñas pequeñas, de familia tirando a pobre por su ropa. Y por la cara que pusieron sus amigos, debía tener tendencia a meterse en líos, porque todos se estremecieron al escuchar el nombre «Clopin».
—
¡No seas tonta, Chloé, si hablas de gitanos…!En ese momento todos se dieron cuenta de que Saito se había acercado y se sumieron en un tenso silencio.
—
Perdonad, estaba tan distraído que no me había fijado en que molestaba. ¿Ocurre algo?Se miraron entre ellos, nerviosos. ¿Era posible que no les hubiera escuchado…? La tal Chloé dio un paso al frente cuando comprobó que sus amigos no se atrevían a seguir.
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Lo sentimos, señor, sabemos que no hay que hablar en la iglesia. Pero sólo aquí se puede… hablar de él.La niña mayor soltó un bufido, algo que sonó a «pamplinas«pamplinas», y se marchó. Los otros niños poco a poco pusieron también los pies en polvorosa, de tal modo que Saito se quedó a solas frente a Chloé, que se balanceaba sobre los talones.
—
¿Usted también lo ha visto, señor? Dicen que tiene unos cuernos enormes… Pero aquí no puede entrar. Estamos a salvo—añadió con una sonrisa de confianza.
Entre tanto, Celeste alcanzó al archidiácono, que estaba paseando con una Biblia en la mano mientras susurraba instrucciones a un clérigo más joven. La reconoció, a pesar de que había llovido mucho desde que se encontrara con él. Esbozó una cálida sonrisa de bienvenida.
—
¡Me alegra ver que estás bien, hija mía! Aunque debo decir que no es muy… inteligente estar aquí. No en estos momentos. Te recomiendo que regreses pronto a tu casa; los guardias del juez Frollo se aseguran de venir cada noche—dijo, contrayendo el rostro con indignación.
—
Veréis, me preguntaba si... si podríais ayudarme. Anoche, cuando volvía a casa, me atacó uno de esos demonios. —El gesto del archidiácono se trocó de comprensión, aunque no de sorpresa. Debía de escuchar historias así muy a menudo, lo cual era algo alarmante—
. Y... ¡no entiendo por qué! ¡N-nunca he hecho nada malo! Pasé tanto miedo, apenas pude despistarle y escapar... —
Me gustaría poder darte una explicación, hija mía, pero los caminos del Señor son inescrutables… Y todavía más los del Oscuro.—
Me preocupa que pueda volver a ocurrir. ¿P-podría quedarme aquí un tiempo? Sólo serían unos días como mucho, lo prometo. He oído que Notre Dame es el único lugar en el que no se atreven a entrar, pero estoy tan asustada...
»¿Hay algún sitio en el que pueda rezar? Es decir, algún sitio en especial donde sepa que Él me ampara. No quiero pensar que me ha abandonado, p-pero... Desde ayer... todo es tan...El archidiácono tampoco pareció sorprendido por aquella petición.
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¿Quieres acogerte a sagrado? Si es así, debes decirlo y tendrás la protección de la Iglesia.—Sonrió con amabilidad y le acarició la cabeza—.
El Señor te ha protegido, si hoy has podido llegar aquí. No te ha abandonado. Puedes rezar donde más te guste, porque toda esta es Su Casa. Pero quizás te sientas más segura… arriba.—El archidiácono amplió su sonrisa—.
Es una zona tranquila, donde nadie excepto Quasimodo podría verte. Incluso podrías hablarle de Esmeralda.—La sonrisa desapareció de sus labios—.
Espero que siga escondida, Frollo no deja de preguntar por ella…El archidiácono no dio más detalles, seguramente pensando que Celeste sabría tan bien como él de qué estaba hablando, pero parecía muy preocupado. Hasta había empalidecido un poco.
No parecía que fuera a sacar mucho más de él. El archidiácono atribuía la protección de Notre Dame a Dios… Pero siempre podía cotillear un poco si se acogía a sagrado y decidía pasear por la catedral. Podía ir a las capillas a examinar las reliquias… O subir a ver a Quasimodo. Quién sabía, quizás una persona que no tenía nada mejor que hacer que escuchar y que además era amigo de Esmeralda supiera algo.
Fecha límite: lunes 19 de diciembre