Hana y Simbad—
Gracias petite, pero no será necesario. —La chica, Marie, se sonrojó un poco y le dedicó una tímida sonrisa—.
Para lo que necesito no me serán necesarios.El guardia le lanzó una mirada extrañada a Simbad, pero no comentó nada. Marie, si entendió algo, no se dio por aludida.
—
¿A la princesa? No hará falta. Nos han traído otros menesteres con R… el señor Raphaël. Sería inapropiado que la molestaras por una plebeya.—
Fiore tiene razón.
La princesa tendrá deberes más importantes a los que atender.Marie asintió, murmurando para sí misma.
—
Es cierto, no quiero molestar a la princesa...—
Gracias por haber salido a recibirnos, Marie —dijo Hana, empezando a practicar sus habilidades de coqueteo, aunque sin malas intenciones—.
Con los tiempos que corren, y esos terribles demonios apareciendo por todas partes, me siento más segura en nuestra pequeña comitiva que si Ast y yo hubiésemos tenido que caminar a solas.—
¿Eh...?—Marie se puso pálida, miró al guardia, y esbozó una sonrisa trémula, recuperando algo de color—.
N-no, aquí estamos a salvo. Los demonios no entran al palacio.—Esta vez su sonrisa se ensanchó—.
¿Verdad, señor? Aquí estamos a salvo. El palacio está lleno de cruces y el archidiácono lo ha bendito varias veces. ¡Desde que el señor Frollo comenzó a hacerse cargo de la seguridad…!—La chica volvió a vacilar y casi pareció sentirse culpable por algo. Al final les dedicó una sonrisa de compromiso—.
En cualquier caso, aquí no hay nada que temer. Los… los gitanos no se acercan así que…Su vocecita murió por el camino y, esta vez, quedó claro que sí había culpabilidad en su gesto.
—
¿Acaso os han atacado fuera, señores? Creía que hacía tiempo que no aparecían…Marie se detendría poco después frente a unas cámaras protegidas por dos guardias. Estos la reconocieron de inmediato y, sonriendo, le preguntaron si venía a ver a Raphaël en nombre de la princesa. Ella dijo que sí, que le avisaran de que traía a Fiore y un compañero suyo.
Casi inmediatamente después les dieron permiso para pasar, pero Marie decidió quedarse fuera, diciendo que tenía que ir con la princesa. El soldado que los había acompañado los miró fijamente, pero no dijo nada mientras se cerraban las puertas a sus espaldas.
Estaban en una especie de sala de estar, con suntuosos cuadros, asientos alrededor de una mesa con un mantel de brocado —¿eso que veían brillar era oro? ¿O solo era que Hana soñaba demasiado con dinero?—. Se abrió una puerta al fondo y apareció un joven pelirrojo, sonriendo de oreja a oreja.
—
Vaya, vaya. Mira lo que ha traído el viento.—Raphaël iba bien vestido, con ropas de calidad, pero no demasiado llamativas. Avanzó hasta plantarse delante de ambos e hizo una reverencia antes de coger la mano de Hana y apretarla—.
Me alegra ver que estás bien, florecilla. En estos tiempos es menos seguro que nunca ir por la calle… Aunque recuerdo que no tenías problema para defenderte.—Raphaël se detuvo y aspiró un poco por la nariz. Su sonrisa se trocó algo burlona, pero no comentó nada del olorcillo a callejón que traían los dos pegado—.
¿Y tu compañero es…?—Raphaël sonrió también a Simbad—.
Me sorprende que os hayan dejado entrar, sin ánimo de ofender. La seguridad es más estricta que nunca desde lo que sucedió en el Festival de los Bufones. Sentaos, sentaos, haré que os traigan algo de beber y comer.Unos criados les sirvieron en copas de oro un delicioso vino y también trajeron pan, pequeños muslos de pollo y una fuente con fruta de toda clase. Raphaël los invitó a sentarse en los asientos, cómodos y mullidos, que había alrededor de la mesa y él mismo tomó asiento.
Raphaël dio un sorbo a su propia copa, sin quitarles ojo de encima. Una vez los criados los dejaron a solas, la dejó en la mesa y entrelazó los dedos.
—
Bien, ¿por qué has venido hasta el Palacio? Dudo mucho que quieras entrar a mi servicio… o tu compañero. Si sigues estando tan loca, y seguro que Ast también lo está porque pocos gitanos se atreverían a entrar aquí dentro, seguro que buscas algo. Decídmelo y ahorremos tiempo para los dos, porque dudo mucho que los criados no estén preguntándose ya que hace un gitano en mis aposentos cuando falta tan poco para que el Rey firme el edicto.—Miró a Simbad con cierta lástima—.
Lo siento, chico, pero así son las cosas.Raphaël no parecía a la defensiva ni tampoco mostrarse agresivo. En ningún momento los echaría y, es más, escucharía sus palabras sin interrumpirlos.
—
También me he preguntado por qué el Palacio está a salvo y no consigo comprenderlo, aparte de la protección del Señor. Pero nadie protegió a sus Majestades en el Festival.—Raphaël hizo distraídamente el signo de la cruz. Pensativo, se humedeció los labios—.
En realidad… Sí que ha habido un ataque. Pero no hemos dejado que nadie lo sepa.—Raphaël los miró y sonrió de lado—.
Contra alguien muy importante. Sería un escándalo. Pero ¿por qué queréis saberlo? ¿Y qué gano contándooslo?****
Matthieu y SaxorAmbos aprendices se separaron para ocuparse de distintos asuntos.
Saxor entró a la taberna y no le costó localizar al capitán, que estaba bebiendo en una mesa, rodeado de unos cuantos compañeros. Uno de ellos, bastante joven, decía:
—
¡…escapó, el muy bribón! Esos malditos gitanos son ladrones desde la cuna, maldita sea. No puedo esperar a que el Rey firme el decreto.Febo bebió de su vaso y no dijo nada. Tenía el ceño fruncido. Sus hombres no parecieron darse cuenta, ocupados como estaban en hablar de los gitanos, de la severidad de Frollo, que no resultaba tan bienvenida como podrían esperar. Al parecer corrían rumores de que a los guardias que fallaban demasiadas veces en encontrar gitanos acababan encerrados en el mismo Palacio… Y estaban contratando más torturadores.
—
…y Alain desapareció anoche—escuchó decir a otro recluta bastante joven, que parecía muy incómodo—.
El otro día dejó escaparse a un amigo de gitanos porque decía que «estaba comiendo» y que no tenía por qué trabajar. El muy idiota…Febo dejó con brusquedad el vaso en la mesa.
—
Señores, no extiendan rumores. El señor Alain está cumpliendo una pequeña condena por su desacato a la autoridad. Nada más.Nadie de la mesa dijo nada, pero hasta en la cara de Febo se veía que no se tragaba sus palabras. El capitán se incorporó ruidosamente y fue a la barra a pedir más cerveza.
*Matthieu, por su parte, se encaminó tras la misteriosa figura que había visto antes. Tuvo que apretar el paso, porque era… bastante rápida. Era difícil decidir si sabía que lo estaban siguiendo o no.
Lo siguió hasta un callejón. Uno sin salida. La figura se detuvo y se volvió con lentitud. La postura de los hombros no era la de alguien amedrentado.
—
¿Qué es lo que quieres?La figura se bajó la capucha y reveló los rasgos de un joven de piel morena y cabellos negros. Matthieu, acostumbrado a vivir en París, lo identificaría rápidamente con un gitano. Pero había algo en su mirada… inquietante. Como si estuviera vacía. No desvelaba ninguna clase de sentimiento.
—
¿Vas a denunciarme a los guardias? No, no creo que hagas eso. Por cómo os movíais, tenía pinta de que planeabais algo contra el Palacio de Justicia. El joven esbozó una sonrisa que pretendía ser desafiante, pero que resultó ante todo hueca. Sin embargo, más allá de que fuera un tipo raro, no parecía amenazador. Quizás les había seguido porque sospechaba de ellos. Si al menos Matthieu supiera qué iba a hacer con esa información…Porque era un gitano, pero nunca se sabía. Costaba imaginar que Frollo trabajara con gente así, desde luego. Aun así, era posible que trabajara para alguno de sus subordinados.
Eso o estaba vigilando alguna zona concreta si un gitano se arriesgaba tanto a acercarse al Palacio de Justicia.
—
¿O es que sois… amigos de… los gitanos?—preguntó el joven, mirándolo fijamente, a la espera de una respuesta.
¿Qué haría Matthieu? Quizás valía la pena interrogar al joven…
****
Celeste y SaitoChloé se balanceó sobre los pies, frunciendo el ceño con expresión de concentración.
—
No quiero que le pase nada a tu hermana, ni a nadie. Pero no puedo decirte mucho... Es enorme. Gigante. Más que un mayor. Y va vestido con… una armadura negra. No sé cómo son sus ojos, están detrás de un… bueno, no sé si es un casco. —Chloé hizo memoria, frunciendo el ceño—.
Lo vi desde mi casa, iba hacia aquí. Estoy segura. Siempre mira hacia el mismo sitio. Siempre viene de noche. Es tan grande…—De pronto se le iluminó la mirada—.
¡Y me acuerdo! ¡Le brillaba algo en la mano! De colorines. Como los cristales.—Señaló con un gesto hacia las bellas vidrieras, que coloreaban el suelo con rayos de luz—.
Pero mi mamá me dice que no hable de Él. Tiene miedo. Pero seguro que aquí no puede escucharme. ¿A que no?—preguntó con un tinte de ansiedad.
—
¿El qué no puede escuchar?El cardenal Armand se había detenido detrás de Saito, sin que ninguno se diera cuenta. Por su pregunta, no debía haber escuchado mucho. Entrecerró un poco los ojos al reconocer a Saito.
—
¿Qué ocurre ahora? ¿Qué haces aquí?Y no se alegraba mucho de verle.
* El archidiácono le aseguró a Celeste que Frollo no andaba cerca. Últimamente se pasaba muy de vez en cuando a visitar a Quasimodo, ocupado en otros asuntos de mayor importancia. Como el edicto contra los gitanos. Así que la chica tenía vía libre. Respecto a las capillas, dijo con algo de sorpresa:
—
Puedes rezar delante de las reliquias, hija mía, pero no tocarlas excepto en ciertas ceremonias. Lamentablemente hay muchos ladrones en esta ciudad, así que las mantenemos detrás de rejas. Pero si quieres acercarte a alguna en concreto… solo dímelo.Celeste vio que Saito estaba hablando con un hombre vestido con un traje rojo de cardenal. Quizás decidió que no debía molestarlo —pero, si quería comunicarle que subía al campanario, podía hacerlo, ganándose una mirada desconfiada del atractivo joven, seguida de una inclinación de cabeza galante—.
Subir al campanario no le costó demasiado. ¡Las escaleras de Bastión Hueco eran peores! Como mucho, eran tan estrechas que quizá le provocaran algo de claustrofobia.
Quasimodo salió a recibirla al reconocerla, con una mezcla de alegría y timidez. Caminaba con la mirada clavada en los pies y le vio tirar algo detrás de sí… ¿Un palo? ¿Para defenderse?
—
¡H-hola! ¡C-c-cuánto tiempo!—A pesar de que no se atrevía a mirarla a los ojos, algo en su voz revelaba que estaba realmente contento. Hasta se había sonrojado un poco—.
¡P-por favor, entra! ¿Q-quieres algo de beber? Tengo… tengo vino y… un poco de agua.La guió hasta su «casa», bien limpia y a pesar de que la mesa donde trabajaba con sus figuras estaba llena de virutas de madera, polvo y pintura. Un par de los muñecos estaba roto, con marcas de dientes, y solo quedaban las patas. Quasimodo parecía en especial enfocado a la tarea de crear muchas ovejas.
La invitó a sentarse en una mesa y sirvió dos vasos de madera con vino. Luego se sentó y se atrevió a dirigirle una sonrisa antes de bajar de nuevo la mirada. Jugó con sus grandes manos con el vaso, dándole vueltas.
—
¿C-c-cómo has estado? He escuchado… cosas que pasan fuera.—De pronto la miró con preocupación—.
Espero que no haya sucedido n-nada malo… Como no has venido en t-tanto tiempo por la catedral…—Quasimodo se sonrojó otra vez—.
¡N-no es que tengas que hacerlo!¡No! Es que… me preocupé. Solo eso. S-siento si te he hecho sentir incómoda… Si la recordaba tan bien, a pesar del tiempo que había transcurrido desde entonces, era posible que colaborara en todo lo que Celeste quisiera saber.
Fecha límite: lunes 2 de enero de 2017. No suelo poner tanta distancia entre las fechas de posteo, pero ea, a pasar buenas fiestas ;3.