https://www.youtube.com/watch?v=i-yu4NoS1HM
Me caí de la cama al despertar aquella mañana.
Me sobé la cabeza y miré hacia la ventana. Transparentes gotas resbalaban en el cristal y se precipitaban al vacío, era un espectáculo memorable, hermoso; y me extrañó que en aquel mundo plagado de sincorazón pudiera llover.
Aquel día no tenía nada que hacer: ni entrenamiento, ni magia... Nada. Aquel día podía deambular por el castillo como si no hubiera un mañana, aburrido hasta las cejas pero sin peligros que acechaban.
Me vestí con tranquilidad, mirando a través de la ventana a aquellos seres que se arremolinaban en pequeños grupos fuera del Castillo. Sonreí, hacía mucho que no me sentía tan a salvo. Cogí mi laúd con cuidado a mi espalda, como si fuera a romperse.
El pasillo, como siempre, estaba helado. Bajé a desayunar, con aquellos ascensores que me habían fascinado e impresionado tanto la primera vez, pero que tras la grata explicación de Nikolai, ya podía manejarlos sin temor a perderme.
Tras darme el atracón de mi vida, soñoliento y algo melancólico decidí andar hacia un nuevo refugio que no me desagradaba del todo: La biblioteca.
Aquella sala con olor a polvo y libros no me desagradaba del todo, pero tampoco la visitaba mucho. Sus baldosas verde claro, sus mesas de madera de aspecto antiguo y sus grandes ventanales; invitaban a pasar un alegre día entre conocimiento y secretos por descubrir.
Iba de camino hacia allí, mirando alternadamente una ventana u otra cuando los recuerdos de París en un día de lluvia afloraron en mi mente. Parecía que había sido hacía un millón de años cuando no sabía ni leer correctamente.
A pesar de que mis pasos eran firmes, resonando contra grandes muros del Castillo, no podía evitar pensar en que aquel día no iba a poder leer nada.