Aquella prometía ser una noche como cualquier otra en Tierra de Partida. Hacía tiempo que había pasado la medianoche y todos los aprendices, exhaustos después de un duro día de entrenamiento, descansaban en sus estancias, por lo que todas las luces estaban apagadas. Se podían escuchar a los grillos en los jardines, el suave suspiro del viento y algún que otro chapoteo del lago, donde dormitaba Leviatán. Las luciérnagas revoloteaban entre la hierba. El cielo estaba despejado y las estrellas, que parecían diamantes, dejaban caer su luz sobre las titánicas cadenas que unían las cumbres de las montañas con el castillo.
Parecía una noche como otra cualquiera.
¿Verdad?
Una diminuta sombra surgió del suelo cerca de los aros de los postes de entrenamiento. Sus ojos amarillos se clavaron en el imponente castillo blanco y dorado que se alzaba con majestuosidad en la distancia. Junto a aquel sincorazón surgieron otros dos más. Se inclinaron los unos sobre los otros, como si pudiesen comunicarse con rápidas miradas. Después, las criaturas se fundieron con el suelo y avanzaron en dirección a aquel lugar que tanto llamaba su atención… Lentos pero seguros.
Por el camino surgieron más y más… Reuniéndose en una horda que aumentaba lentamente en número.
Y liderándolos… Estaba él.
Ronin se asomaba desde la ventana de su dormitorio y examinaba los alrededores del castillo. Estaba tenso, con la mandíbula firmemente cerrada y los puños apretados. Algo iba mal… Pero no sabía el qué. Desde que había caído la noche estaba inquieto y no podía dejar de vigilar los jardines y las cadenas. Pero, por más que observaba, no encontraba nada, a pesar de que sentía que estaba ahí fuera, se le escapaba de entre los dedos y la situación era tan desquiciante que estaba a punto de volverle loco.
—Se acabó —sentenció, sacando de sus prendas un dispositivo de comunicación.
Prefería asegurarse a tener que arrepentirse. Buscó el número de Mog y pulsó la tecla de llamada. No dio tiempo al somnoliento moguri para protestar por las horas:
—Mog, soy Ronin. Necesito que tus moguris reúnan ahora a los Maestros en la sala del trono. Es urgente.
La sala del trono de Tierra de Partida permanecía sumida en un sepulcral silencio. Ronin, con rostro pétreo, observó a los Maestros y a Mog desde su trono. Todos parecían inquietos, incómodos, y no molestos como sería normal. Comprendió que les sucedía lo mismo que a él.
Tras unos momentos, Ronin se puso en pie.
—¿Alguno sabe qué es? —preguntó sin rodeos.
—Yo eh… —Kazuki levantó su mano para hablar—. Creo que sentí algo raro… Parecía como si “algo” se apagase, pero no lo entiendo bien.
Ronin asintió con lentitud.
—¡Nosotras también! ¡Ni siquiera he podido comer mi jamón de jazmín de lo molesto que es! —Exclamó Yami también dando pequeños saltitos en el sitio.
—Entonces no soy la única… —Lyn hizo una mueca de desagrado.
Akio y Rebecca se observaron entre sí antes de que ella dijera:
—N-nosotros también.
—Bien, en ese caso… —Respiró hondo—. Despertaremos a todos los...
No hizo falta dar ninguna orden.
Él se ocupó de ello.
Un sonido metálico resonó como un trueno en mitad de la noche, arrancando a los aprendices del reino de Morfeo. Durante unos instantes no hubo nada más excepto un silencio ensordecedor, como si toda Tierra de Partida, incluyendo los insectos, contuviera el aliento con el corazón en un puño. Y, entonces volvió a sonar una vez más. Y otra, y otra vez.
Al principio, si se asomaban por la ventana, no distinguirían nada a excepción de los árboles de los jardines, las figuras recortadas por la pálida luz de las estrellas y la luna…
Pero, con un nuevo gemido, captarían el movimiento de una de las pesadas cadenas. Se balanceaba y tensaba en el aire. Y, tras ella…
Una silueta humanoide, de al menos treinta metros de altura de ojos amarillos y cuernos que surgían de su cráneo, similares a los de un toro. Sus movimientos eran lentos, pesados, pero potentes. Sus inmensos brazos se cerraban en torno a la cadena con firmeza, con una decisión que les pondría los pelos de punta.
Y, en medio de su pecho, resaltaba un símbolo.
El de un Sincorazón.
Sin duda, todos los habitantes de Tierra de Partida eran conscientes de lo que significaban aquellas cadenas. Formaban parte de su estampa diaria, eran elementos cotidianos en los que no se habrían fijado a menudo. Pero eran las que impedían que su mundo se viera atacado por los Sincorazón.
Y ahora, uno de ellos estaba intentando destruirla.
Y no estaba solo. Alrededor de sus piernas borboteaban y se arrastraban innumerables Sincorazón, la mayoría de ellos purasangre. Parecían incapaces de avanzar más allá de la gran cadena, pero se agolpaban contra ella con avidez, pisándose unos a otros, deseosos de entrar.
El monstruo volvió a tirar con fuerza de la cadena. El gemido de la misma se vio acompañado por diversos chasquidos. Si se fijaban bien, verían que ya había unas cuantas grietas, que a cada sacudida se ampliaban y devoraban los eslabones, de forma literal, ya que de ellas humeaba oscuridad.
Se desató el caos y el castillo entero despertó.
—¡Nos atacan, kupó! —exclamaban de pronto los moguri, recorriendo los pasillos a toda velocidad, golpeando las puertas con fuerza para despertar a los aprendices—. ¡Todos los aprendices, acudid a la Sala del Trono! ¡Rápido, kupó! ¡Nos atacan, nos atacan, kupó!
Los Maestros formaban delante de los tronos, con gestos tensos, agobiados. Todos portaban sus Llave Espada. No contestaron a las preguntas, ni tampoco se movieron: sus ojos recorrían, nerviosos, la multitud, contando a los alumnos y esperando a que la sala estuviera llena.
—¡Aprendices de Tierra de Partida! —gritó al fin Ronin, acallándolos. Su voz resonó en las paredes del gran salón. Durante un momento, pudieron escuchar con asombrosa claridad el rechinar de las cadenas y supieron que se les acababa el tiempo—. Nuestras defensas están a punto de ser penetradas. ¡Antes de que digáis nada, no sabemos si los causantes son los miembros de Bastión Hueco! Pero… Si los veis…—Intercambió una mirada con los Maestros. Lyn gruñó y apartó la vista. Kazuki asintió y los demás imitaron el gesto, pero con más reticencia. Ronin aspiró una bocanada de aire y dijo con severidad—: Acabad con ellos.
—Bien, eh… —Kazuki dio un paso al frente tomándole la palabra al tuerto—. Ahora nos organizaremos en grupos de cinco, todos con un líder para...
No pudo continuar. Un sentimiento indescriptible, aterrador, los atenazó a todos. El silencio planeó sobre el Salón del Trono, poniéndoles la carne de gallina, susurrando en sus oídos, como la calma antes de la tormenta.
Lyn, que fue la primera en reaccionar. Atravesó la estancia a la carrera hasta la cristalera que había cerca de la entrada.
Sus ojos se abrieron como platos y se giró con brusquedad, rugiendo:
—¡Al suelo!
El muro reventó y un rayo de oscuridad cruzó la sala, con tanta potencia que sacudió los cimientos del salón. Las cristaleras se quebraron y estallaron, cubriéndolos de afilados fragmentos de cristal y los oídos de los presentes estuvieron a punto de reventar.
Cuando la oscuridad se disolvió, dejando a su paso una desagradable neblina, vieron un agujero de más de cuatro metros de diámetro en un lado del muro… Y otro justo detrás de los tronos.
La luz de la luna entraba por el primero de ellos, suave, incitante. Y, tras su velo, se abría una panorámica escalofriante.
El Sincorazón los observaba. Sostenía la cadena, completamente oxidada, entre sus manos. Los Maestros, inmóviles, contemplaban la escena en vilo. Lyn abrazaba a una aterrorizada Rebecca, que musitaba por lo bajo sin parar. Akio temblaba como un flan y hasta Yami parecía muy preocupada. Ronin clavaba su ojo en el monstruo, con los labios convertidos en una fina línea blanca.
El monstruo esperó, como si quisiera asegurarse de que todos estaban contemplando el espectáculo.
Entonces, dio un último tirón… Y la cadena se quebró.
Toc, toc, toc.
—¡Abre la puerta, kupó! —llamaba un pequeño moguri a los aprendices en mitad de la noche—. ¡El ilustrísimo Maestro Ryota solicita que acudas de inmediato a la sala del trono, kupó! ¡Sin excepciones, kupó!
Todos los aprendices del Bastión uno por uno fueron despertados de aquella manera (excepto a Adam a quien, después de llamar a la puerta, le dejaron una carta)
La Sala del Trono generaba una sensación escalofriante más intensa que de costumbre. Las paredes apagadas, las escasas luces que iluminaban aquella réplica en el centro de la sala del trono de la destruida Vergel Radiante y por supuesto, los tronos que presidían aquella lúgubre estancia, todo contribuía a intensificar esa sensación. Probablemente también ayudaba el hecho de que todos los Maestros se hubieran reunido.
Ryota se sentaba en el trono, pálido y cansado, pero serio y meditabundo. Nanashi se encontraba a su lado, con una mirada tan fría que cortaba con sólo rozarla. Ariasu y Shinju, por contraste sonreían, excitadas.
La Maestra Shinju dio dos pasos al frente atrayendo todas las miradas.
—Damas y caballeros… —Contempló a todos los aprendices que se habían reunido en la sala del trono de Bastión Hueco y les dedicó una sonrisa retorcida—. Tengo el placer de informaros de que Tierra de Partida está siendo atacada en este preciso instante.
La recién nombrada Maestra amplió su sonrisa mientras contemplaba las reacciones de los aprendices. Su mirada se clavó, insidiosa, en aquellos que habían abandonado Tierra de Partida.
Ryota se levantó de su asiento y alzó una mano para llamar la atención de los aprendices.
—Parece ser que una horda de Sincorazón, como nunca habíamos visto antes, está ciñendo un cerco en torno a Tierra de Partida. Los que la conozcáis sabréis que tiene una serie de cadenas inmensas. No son solo decorativas, son dicho de una manera vulgar… Un repelente de Sincorazón. Hace apenas unos minutos, una de esas cadenas se ha roto y pronto lo hará la otra. Ahora todos los Sincorazón se están viendo atraídos por tal cantidad de portadores que posee el mundo.
Ryota hizo un gesto.
—Chihiro —llamó.
Se escucharon unos pasos firmes. Una mujer de largo y liso cabello plateado, ojos rojos y un cuidado y ostentoso uniforme militar emergió de las sombras y se detuvo unos instantes para analizar a los allí presentes. Sus ojos se clavaron en especial en Alec y Saito permitiéndose incluso sonreír antes de continuar su tranquila marcha.
—¡Puede que hayamos sido enemigos en algún momento, pero ahora vuestros Maestros y yo hemos decidido pactar una tregua por un interés común: lo que oculta Tierra de Partida. —La mujer se mantuvo en silencio unos instantes para que los aprendices asimilasen la información—. Tierra de Partida guarda un secreto desde hace siglos, algo enterrado en sus entrañas y al que solo unos pocos han podido acceder. —Chihiro se abría paso entre los aprendices con tranquilidad, completamente dueña de la situación—. Ni los Maestros ni los Aprendices podrán hacer frente a una amenaza sincorazón de tal magnitud. Caerán como fichas de dominó. —Realizó una pausa y una mueca de incomodidad le cruzó el rostro. Sin embargo, fue una visión tan fugaz que más bien pareció que se lo habían imaginado, porque continuó hablando como si no hubiera pasado nada—: Es el momento para desvelar lo que oculta ese lugar y, por supuesto, desentrañar la magia que ha permitido que Tierra de Partida resistiese al ataque los sincorazón durante tanto tiempo. Antes de que se hunda en la oscuridad —añadió con una desagradable sonrisa.
Nanashi le dirigió una mirada indescifrable, de la que Chihiro no pareció percatarse o quizás prefirió no prestarle atención.
—Ya habéis oído —dijo Ryota—. Tierra de Partida va a ser destruida. Es nuestra oportunidad. Hemos de aprovechar el caos y el desconcierto del ataque para obtener el secreto de sus defensas. Eso significa, claro, que hemos de infiltrarnos... Y no perder tiempo peleando contra nadie.
—Al fin y al cabo, están condenados —comentó Diana con una sonrisilla a la que también se sumó Alexis—. A menos que intenten mataros, claro. Entonces deberíais defenderos. La gente desesperada puede resultar… Problemática, cuanto menos.
Los Maestros observaron a los aprendices, esperando su reacción.
—¿Alguna pregunta antes de partir? —Los cansados ojos del líder de Bastión Hueco se pasearon sobre todos los presentes.