—No me fío de ti. Te voy a tener vigilada.
Nanashi ni siquiera pareció percatarse de que le habían dirigido la palabra. Se limitó a aguardar para ver quiénes la acompañaban y, después emprendió el camino con firmeza, sin mirar atrás.
Tras recorrer la pequeña escalinata encontraron una puerta de menor tamaño que la dorada, de un blanco marfileño. Nanashi la empujó. Al principio no consiguió desplazarla y tuvo que emplear bastante fuerza para arrastrarla hacia atrás, hasta que consiguió abrir un hueco lo suficiente ancho como para que pudieran pasar todos. Una vez se encontraron al otro lado, Nanashi también traspasó el vano y, después, la hoja se cerró con lentitud, sin apenas hacer ruido.
Se encontraban en un pasillo largo y que desplegaba, a su vez, en dos caminos. El de la derecha parecía retorcerse poco a poco sobre sí mismo, trazando una siniestra espiral hasta donde alcanzaba la vista.
El de la izquierda, por el contrario, continuaba recto hasta que giraba con brusquedad hacia la derecha y resultaba imposible ver qué había más allá. Por último frente a ellos, había unas escaleras que ascendían hacia un segundo piso, aunque se detenían frente una amplia y bonita puerta con rebordes decorados con arabescos plateados. No tenía ninguna clase de candado o cerradura. Sin pensárselo dos veces, Nanashi subió las escaleras.
Una —¿o varias?— estertórea carcajada resonó contra las paredes, rompiendo el silencio, sobresaltándoles sin excepción. Si se daban la vuelta comprobarían que su anfitrión se encontraba frente a la puerta por la que habían entrado. O por donde debería estar, porque ya no había nada excepto una pared blanca y completamente lisa.
El Guía pegó la oreja a la pared.
—¿Lo oís? —preguntó con sus múltiples voces—. Acercaos, acercaos —invitó, incitándoles con un gesto de la mano. Si alguno se atrevía, el juez no sólo no les atacaría, sino que se apartaría para dejarles sitio, y podría escuchar un golpeteo lejano. De pronto parecieron distinguir un rugido, grave, tan grave, que estremeció la superficie del muro—. Ese Coloso sigue golpeando la puerta. De no ser por esas barreras que los Maestros han conjurado posiblemente todos los que se han quedado a pelear estarían muertos ya… Y por tanto solo sería cuestión de tiempo que viniesen a por vosotros.
Algo les llamaría la atención. Ya no hablaba con tantas voces. Es más, predominaban algunas, de hombre. Pero como todavía se superponían demasiado las unas sobre las otras, era difícil distinguirlas, a pesar de lo cual, un par, les resultarían familiares…
Mientras el Guía se permitía una pausa de efecto, se separó de la pared y giró lentamente hacia su público. Después se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared.
—Ya no podéis volver atrás, a esto me refería cuando dije que el castillo cambiaba. Las puertas, los pasillos… Todo cambia, si os separáis un momento… ¿Quién sabe si podréis volver a encontraros? —Calló un instante y luego prorrumpió en estruendosas carcajadas.
Nanashi, con un gesto adusto, le dio la espalda y continuó subiendo las escaleras. No tenían tiempo de perder el tiempo con las tonterías de aquel encapuchado. Trató de empujar la puerta, como había hecho con la anterior. Pero a pesar de que empujó lo suficiente para que se le sonrojara un poco el rostro, no consiguió desplazarla ni un centímetro. Renunció bajando los brazos.
—No hay forma —susurró, más para sí misma que para otra persona.
Cualquier aprendiz podía acercarse para comprobar por sí mismo que efectivamente, no había manera posible de abrir aquella puerta.
—¡Obviamente que no puedes, Nanashi! —exclamó el Guía, adoptando un tono que le provocó un pequeño respingo.
La mujer, irritada, descendió y se reunió con sus aprendices.
—Organicémonos —se dirigió exclusivamente a los miembros de Bastión Hueco, como si los de Tierra de Partida no existieran—. Iré por la izquierda. Vosotros podéis ir por donde prefiráis, pero recordad que debéis ir como mínimo en parejas para protegeros de posibles peligros. No sabemos qué puede haber más adelante.
—Buen consejo. Y como soy una buena persona, os daré un pequeño adelanto. —Casi pudieron percibir la sonrisa del Guía—. El camino de la izquierda lleva a una prueba, a una que no podréis superar puesto que sólo alguien verdaderamente leal a su Orden sería capaz de aceptarla. —Volvió la cabeza hacia Saito y Bavol—. Y me temo que ninguno de vosotros tiene lo que necesita… ¿Cierto?
Podían pues escoger entre los dos únicos caminos posibles: El de la izquierda, o aquel que se retorcía de la derecha. No había forma de regresar ni de continuar por el centro.
Tras esto, el Guía desapareció y el pasillo se sumió en silencio.
—En marcha, todos —ordenó Nanashi.
El tiempo corría, y cada segundo que perdían podía ser fatal ya no sólo para los que se habían quedado atrás, sino para ellos. ¿Quién les decía que, a pesar de que cambiara el Castillo, aquellas hordas de Sincorazón no les daría alcance?