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¿N-Nos vamos?Por un momento pensé que no iba a aceptar, pero levantó los brazos con expresión de pura felicidad y lanzó un grito, para luego arrepentirse y cerrarse la boca con las manos. Emití una carcajada mientras me levantaba y cogía mi laúd.
Freya se armó con su inseparable mochila y recorrimos los pasillos del Castillo en medio de la noche. Sonreí sin poderlo evitar.
Port Royal era como me lo imaginaba. El mismo olor a salitre a hollín y a brea, las personas deambulando en mitad de la noche, encapuchados, viudas y músicos. Las tabernas abiertas hasta las tantas de la mañana. Y aunque personalmente no estuve en esa isla, fácilmente era confundible con Tortuga; pasto de mi última misión.
Al ver la cara de Freya, que variaba de un color pálido a verdoso, me animé a tranquilizarla; dado que la idea de ir a aquel mundo había sido mía:
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No te preocupes —hice un ademán—.
Parecen rudos, pero son tan humanos como tú o yo.La primera taberna que vimos, “La teta enroscada”, estaba atiborrada de gente y olía a un fuerte alcohol que no supe identificar y al que no pensaba acercarme. Freya se sujetó a uno de mis brazos, tal vez por el hedor, pero se irguió y alzó la barbilla sin mirar atrás. Sonreí, estaba claro que no iba a rajarse.
Cogimos sitio en la barra, y estaba a punto de preguntarle al tabernero si quería una velada con música cuando un grito hizo que me levantara y girara de sopetón.
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¡Pero que yo no hice nada!Un hombre borracho acababa de estampar a otro contra el borde de una mesa astillada. Era un chico joven, tal vez más que yo, moreno y con un pañuelo en la cabeza. Miré a Freya algo preocupado, sin querer la había metido en una pelea de borrachos.
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La culpa es de ella, que es una guarra. ¡Yo le di mi corazón! Y la quería. Creo. —estampó su jarra, la cual se rompió en un millón de pedazos—.
¡Pero decidió irse con otro!Entonces, abrí los ojos, claramente iluminado. Me había topado con aquella escena más de una vez. En sueños, en La Cité des Cloches, e incluso delante de mis narices.
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Te dije que eran humaines —susurré a Freya. Acto seguido, me dirigí hacia el borracho con una expresión abatida y fingiendo los típicos síntomas de alguien algo bebido.
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¿Te crees que eres el único? —pregunté casi gritando—.
La mía me dejó por mi mejor amigo, ¡por mi mejor amigo!El borracho me miró como si me hubiera crecido un tercer brazo. Después pareció enfurecerse, porque agitó al pobre chaval con ambas manos. Frunció el ceño tan notablemente, que el bar entero se quedó en silencio, observando la escena. Sonreí interiormente, el espectáculo hubo comenzado.
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¿Y a ti qué te importa? —Soltó al muchacho, que huyó despavorido y me encaró crujiendo los puños—.
¿Acaso piensas que tu moza era mejor que la mía?—
Todas son iguales —afirmé con gesto abatido, claramente fingiendo—.
¿No estás de acuerdo?El hombre se detuvo con los ojos tan grandes como si dos ensaladeras se tratasen. Y después bajó los brazos. La gente del local miraba expectante a que me diera un puñetazo, pero éste nunca llegó. Sus facciones se habían suavizado un tanto, y estaba mirando el suelo entablado. Por un momento pensé que estaba llorando, pero sólo estaba algo alicaído.
Anduvo unos pasos casi trastabillando hacia mí y me colocó una mano en el hombro, después, con gesto teatral extendió los brazos hacia la multitud callada.
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¡Una buena cerveza para este diablillo! ¡Se la merece tanto como yo! —Las risas inundaron el local, el grito de júbilo retumbó en mis oídos.
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¡Más la cerveza —continué—,
quiero una oportunidad para mí y la chica; para tocar una balada, para demostraros que hay esperanza en esta injusticia!—
¡Que el moreno toque! —Gritó alguien, y aquello me hizo reír.
El borracho alzó un puño corroborando mis palabras junto con la multitud embravecida, y de refilón vio a Freya. El hombre sonrió, y se quitó el sombrero de tres picos que llevaba adornado con una pluma roja, dejando a la vista un pelo pajizo.
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¿Ésa es la moza con la que vas a tocar? —La miró de arriba a abajo—.
¡Muchachos, traed un barril entero, la fiesta acaba de comenzar!Me puso el sombrero en la cabeza, dándome unas palmas en la mejilla; como si fuera un sobrino revoltoso. De una habitación contigua, trajeron dos enormes jarras de cerveza; una me la sirvieron a mí y otra a Freya. La alcé con júbilo.
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¡Por las mujeres como Freya! —Sabía que había copiado la expresión, pero fue inevitable. La miré con el mismo ánimo que los borrachos, que alzaron sus jarras de marinero—.
¡Tiene una voz tan dulce como el hidromiel!Y bebí un trago.