Aquel día se produjo un suceso extraño en ambas órdenes de la Llave Espada. Tanto los maestros de Tierra de Partida como de Bastión Hueco dieron el día libre a sus respectivos aprendices, liberándoles de obligaciones, misiones y entrenamientos. En su lugar, les propusieron pasar un día de paz y relajación en una playa de las Islas del Destino, el mejor mundo para relajarse y disfrutar de la arena.
Los aprendices que aceptaron la invitación de los maestros llegaría a una pequeña isla apartada de la población del mundo, no muy grande, pero ideal para pasar un día de vacaciones. El sol radiante, un pequeño chiringuito donde Higashizawa vendía bebida y comida (aunque nada de alcohol, para la tristeza de Ronin), sombrillas y hamacas donde poder tumbarse, unas olas estupendas para los interesados en probar a hacer surf, e incluso unos moguris repartían equipos de buceo por si alguno le apetecía visitar las profundidades del océano. Lo mejor: los maestros se habían encargado de levantar una barrera invisible alrededor de la isla, evitando tanto la aparición de sincorazón como de lugareños que pudiera verles usar magia por accidente.
Así pues, estaban todos los ingredientes perfectos para pasar un día genial.
Después de la hora de la comida, Ronin y Ryota propusieron una actividad grupal para ambos bandos: una yincana. Entre todos los maestros prepararían una serie de trece pruebas que los aprendices tendrían que superar en el menor tiempo posible, pues el más rápido se llevaría un gran premio. Mog, el moguri jefe de Tierra de Partida, fue el encargado de organizar a los participantes que se apuntaron mientras los maestros terminaban los preparativos. Cada uno recibió una tarjeta, que se debían colgar al cuello, en la que tendrían que conseguir un sello por cada prueba que superasen. El primero en conseguir los trece sellos, ganaría.
La actividad empezaría en cualquier momento, ¡qué emoción!