Ay, San Valentín. Ese día tan esperado y odiado por igual había llegado al fin, para bien o para mal. En todo el intersticio significaba lo mismo y era lo único de lo que hablaba la gente por Tuipper, parecía mentira que un loco comandando un ejército de Sincorazón andara suelto. Se trataba de un día donde cada persona mostraba su afecto y su cariño hacia esa personita tan especial que ocupaba su corazón a todas horas, hasta llegar al punto de que el mismo latiese de forma frenética sin parar con su sola presencia. Sí, era ese día, ese momento.
Y la Orden no se quedó atrás. Tanto Ronin como Ryota, ahora con su nueva alianza, decidieron que lo mejor era celebrarlo por todo lo alto para que tanto aprendices como maestros se tomaran un descanso de tanta batalla. Era el momento ideal para mostrar ese cariño que siempre habían sentido por esa persona, o para declarar su amor de forma incondicional con el riesgo que eso conllevaba, ¡se respiraba tensión y amor por todas partes!
En los Jardines de Tierra de Partida se llevaba a cabo una auténtica fiesta. Gracias a la colaboración de Mog y sus Moguris ahora se vendían productos de todo tipo por muy bajo precio, algo poco habitual y que debían aprovechar los jóvenes —o no tan jóvenes— Caballeros, y eso no era todo, sino que se podían obtener gangas únicas de ese día especial. Los maestros veteranos tampoco se quedaron atrás.
Yami por ejemplo había montado un puesto de productos exóticos en la entrada del castillo, decorado por flores de colores y aves amarillas de cartón.
—¡Venid aquí chocobitos! ¡Tengo muchas cosas deliciosas, como este bombón con jazmín!
Lyn por su parte estaba más alejada, en el campo de entrenamiento de las montañas donde los aprendices podían practicar con los aros dorados que colgaban de las estructuras que decoraban el sitio en cuestión. No parecía muy motivada con la fiesta y siempre andaba cruzada de brazos mirando a otro lado. Pero tenían que aceptar que había mercancía muy interesante allí.
—Venga, comprad ya lo que necesitéis, y nada de preguntas.
Rebecca y Shinju iban juntas. Las dos maestras estaban en la Biblioteca frente a una mesa llena de matraces, tubos de ensayo y otros objetos varios de los que sacaban algunas pócimas con tonalidades rosadas.
—Menudo asco de día, ¿por qué tengo que estar aquí viendo las caras de atontados de todos estos?
—S-shinju, te rogaría algo más de colaboración.
Y no eran las únicas maestras que habían decidido ir juntas, pues Ariasu y Akio también andaban juntitos en el comedor. La mesa en la que comían los maestros era ahora un puesto donde comprar cosas bonitas y preciosas, ideales para un día como ese. Lo malo era que Akio se reía de todos los que iban allí a comprar.
—Tienes el gusto donde no alcanza la luz del sol, ¿no te lo habían dicho nunca? —le decía a todos los aprendices que se acercaban a comprar algo.
—Ay, ¡no seas así, Akio! Si todo lo que tenemos aquí es una monada... ¡Lo divertido es que no sabemos lo que es!
Nanashi por su parte regentaba un pequeño puesto cerca del lago, aunque no prestaba mucha atención a los aprendices, pues se mantenía concentrada leyendo un libro. No diría nada, excepto para recoger los platines de las compras.
La maestra Iwashi por su parte se encargaba del gimnasio del castillo. Ella se hallaba en la entrada y lo utilizaba como almacén, por lo que nadie podía entrar allí a menos que quisiera comprar algo. Parecía necesitar mucho espacio, ¡a saber lo que tenía por allí dentro, a escondidas de todo el mundo!
De Ronin y Ryota, sin embargo, no se sabía nada más. Quizá andasen por allí dando un paseo, o comprando algo en otro lado. El caso es que no estaban cerca ni se les podía preguntar nada.
En cierto momento de la fiesta el viento de Tierra de Partida se agitó, las nubes se arremolinaron y el ambiente se enrareció. Todos los aprendices fueron testigos de ello y él apareció.
—Vaya vaya, ¿pero qué tenemos aquí? ¿Hasta los Caballeros de la Luz celebran el día de San Valentín? ¡Pues claro que lo celebran! (Menuda Orden sería si no lo hiciesen) —habló el enigmático personaje con ciertos aires de superioridad—. El caso, pequeños, es que este día no sería nada sin mí. ¡Y yo lo sé mejor que nadie! Así que, ¿por qué no mostráis esos sentimientos que tanto os hacen pensar en esa persona? Seguro que lo agradecerá, pasaréis una velada fantástica, acudiré a vuestra boda y organizaré vuestra luna de miel. ¡Suena genial, ¿verdad!? Pues adelante, dadle un regalito a esa persona, que seguro que no os cuesta nada (o puede que un poquito, vale), y yo, Cupido, os daré mi bendición.
»¡Venga venga, no tenéis tiempo que perder!
Qué raro podía resultar Cupido a veces...